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Restauración: Turismo entre los andamios

Un mecano de 35 metros de alto cubre la fachada de la iglesia de San Pablo, en Valladolid. Pero, esta vez, el armazón de vigas no es un drama para los turistas. Una plataforma elevadora permite

Un mecano de 35 metros de alto cubre la fachada de la iglesia de San Pablo, en Valladolid. Pero, esta vez, el armazón de vigas no es un drama para los turistas. Una plataforma elevadora permite acercarnos como nunca a esta obra de arte y observar en primera línea el trabajo de los restauradores.

La humedad estaba acabando con los muros de la fachada de la iglesia de San Pablo, piedra permeable y blanda de Campaspero y Hontoria. Gabriel Morate, director del Programa de Conservación del Patrimonio de Fundación Caja Madrid, nacido en Valladolid, lo sabía de siempre. En parte por eso, este monumento clave en el patrimonio de la ciudad y en el de su vida, se hizo un hueco en su agenda de trabajo. En 2003, empezó a hablar con la Junta de Castilla y León. «El estado de la fachada era malísimo», afirma hoy, entre los andamios, mientras los restauradores manejan con decisión los cepillos que rescatan la belleza oculta.

San Pablo formaba parte del conjunto del convento de los dominicos fundado en 1276 con el impulso de María de Molina, y cerrado y destruido tras la invasión francesa y la desamortización de Mendizábal. La iglesia, en cambio, promovida por Fray Juan de Torquemada en el sigo XV, continúa en pie, rodeada de edificios reales. Su fachada, ejecutada bajo el patronazgo de Fray Alonso de Burgos, está ahora forrada con andamios, una «intervención quirúrgica» de largo alcance que no finalizará antes de dos años.

«Hicimos un estudio previo exhaustivo. Revisamos la historia del monumento, recopilamos los proyectos de las restauraciones anteriores -la última, en 1985-, investigamos bajo y sobre cota cero, y utilizamos un sistema de documentación fotogramétrica que nos permitió saber el estado real de cada piedra. A partir de ahí, creímos que lo más urgente era atajar el problema del subsuelo, provocado entre otras cosas por un pozo y por el hecho de que, durante siglos, se vendió sal en la puerta. El cóctel de humedad y sal ha sido fatal», explica Morate.

En enero de este año se pusieron los andamios: treinta y cinco metros de alto por veintisiete de ancho, un mecano que deja al alcance de las manos de los restauradores -y de los ojos de los turistas- cada rincón de la fachada, cada figura, cada detalle que, durante siglos, ha estado muy lejos de los paseantes, allá arriba, tras finísimas capas de guano de paloma, grasa, material acrílico (procedente de la restauración de 1985) y una pátina ennegrecida. Ocho especialistas de la empresa Insitu pelean día tras día contra esa mezcla de enemigos. Y contra otros muchos, como escamaciones, desprendimientos, arenización, fisuras, algas, hongos, líquenes, reconstrucciones... Todo ello formaba parte del plan diseñado por la Fundación Caja Madrid y la Junta, en una actuación que pagarán entre las dos instituciones: más de cuatro millones de euros.

Dentro de ese plan de trabajo siempre tuvo un hueco la idea de acercar el exterior de San Pablo a los turistas, innovación que ya se aplica en Santa María de Vitoria (www.catedralvitoria.com), pero que aquí resulta espectacular. Una plataforma elevadora permite que dieciocho personas en cada viaje se encuentren cara a cara con la restauración, con las figuras creadas hace cinco siglos, incluso con alguna curiosidad, como ese niño de piedra que enseña su culo desnudo a los visitantes. «En cada iglesia o catedral hay ejemplos de este tipo. Los artistas de la época se permitían alguna broma en las zonas altas, fuera del campo de visión de quien les pagaba», explican los guías a pie de obra.

El elevador se detiene en los diferentes niveles del andamio, en algún caso para apreciar un detalle, o la influencia del duque de Lerma en la segunda fase de la fachada; en otro, para contemplar cómo los trabajadores manejan los cepillos, el bisturí, el láser o los medios químicos para recuperar el esplendor oculto. «Han cambiado mucho las técnicas de restauración. Como prueba, un ejemplo: el tiempo empleado, años, en analizar piedra a piedra el problema, para aplicar la solución adecuada», concluye Gabriel Morate.

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