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ZARZUELA CATALANA, EL SILENCIO

PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

CUANDO se hecha un rápido vistazo al pasado reciente de la historia de Cataluña, sorprende cómo la zarzuela mantuvo viva en la capital catalana una llama que mucho antes había encendido para anidar con fuerza en esta sociedad. Pero desde el advenimiento de la democracia, y en gran parte gracias al casposo prestigio con el que la ha cubierto su tradición escénica, este género, en tierras catalanas, hoy parece estar a punto del coma.

La zarzuela llegó a ser importante para los creadores catalanes ya desde mediados del siglo XIX, cuando comenzaron a surgir los primeros ejemplos locales del género, obras más bien románticas que vieron la luz en diversos teatros barceloneses escritas tanto en castellano como en catalán. La escuela acabó de cimentarse mucho antes de la Guerra Civil, también abonada por ese «teatre líric català» que tomó cuerpo a comienzos del siglo XX a la sombra del modernisme. El antecedente histórico está en «Setze jutges», obra bilingüe con música de Joan Sariols que subió a las tablas del Liceu en 1858 abriendo un camino que seguirían después obras como «L´Aplec del Remei», de Clavé, un género que se fue desarrollando en paralelo a la ópera catalana y al teatro catalán, teniendo en «L´esquella de torratxa», de Pitarra, un ejemplo paradigmático. En décadas sucesivas el Liceu participó de este florecimiento zarzuelístico estrenando obras como «El juramento» o «El Barberillo de Lavapiés», las que compartían cartelera con otras de auténtico sabor catalán como «Els pescadors de Sant Pol» o «Els estudiants de Cervera». ¿Por qué obras como éstas no le interesan ni a Sant Pol ni a Cervera? ¿Les interesan a sus alcaldes, a sus concejales?

Estas preguntas ponen el dedo en la llaga. Si todo un género nacido al alero del Gran Teatre del Liceu tuvo la entidad suficiente como para transformarse en éxito seguro, ¿por qué no le interesa al Liceu programar zarzuelas creadas especialmente para su escenario? ¿Por qué la conselleria de Cultura no se preocupa de rescatar este importantísimo patrimonio cultural?

Pero es que la historia de la zarzuela en Cataluña no se acaba en 1880; en esos años el género tan sólo estaba despertando. Más tarde llegarían sainetes costumbristas y parodias de las zarzuelas castellanas, títulos que no cesaban de programarse en diversos teatros barceloneses. La irrupción del modernismo y, con él, del ya citado ´teatre líric´ impulsado por personalidades como Adrià Gual, Joaquim Pena, Enric Morera o Enric Granados. Y las iniciativas se sucedían, porque títulos como «El comte Arnau» o «La Santa Espina» -de donde proviene la sardana del mismo nombre, con texto de Àngel Guimerà y música de Morera- verían la luz en aquel entonces. Y yo me pregunto, ¿ningún nacionalista ha tenido jamás la intención de conocer la zarzuela que acoge a su sardana más universal? El «Teatro Lírico Catalán», como Morera lo llamó en su sede del Tívoli, es uno de los grandes perdedores en esta historia de olvido sistemático. ¿A quién le ha interesado meter en un mismo saco a un género propio de Cataluña y a la opresión franquista?

Los teatros del Paralelo también se llenaron de zarzuela, especialmente en los años 20 y 30, cuando muchos títulos se estrenaban antes en Barcelona que en Madrid como es el caso de las creaciones de Sorozábal «Katiuska», «Black el payaso», «La eterna canción» o «La tabernera del puerto». Martínez Valls daría a conocer en esos años dos de sus obras maestras, «Cançó d´amor i de guerra» y «La legió d´honor». Después del silencio impuesto por Franco al teatro catalán, la zarzuela catalana siguió su lucha, un esfuerzo que, paradójicamente, acabó de rematar la democracia.

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