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ABC Cultural

Atrapado en el tiempo

U. Eco 1932

La tentación de tomar como punto de partida grandes mitos de la literatura universal ha sido una constante de los más grandes escritores contemporáneos. Ahí estarían las recreaciones o revisitaciones literarias del mito de Robinson Crusoe escritas por el francés Michel Tournier, por los británicos William Golding (Pincher Martin) y Muriel Spark (Robinson), por el último premio Nobel de Literatura, el sudafricano J.M. Coetzee (Foe), y, por último, por el genio multiforme y de erudiciones que huyen siempre del aburrimiento, Umberto Eco. Un genio inagotable, voraz, que construye y deconstruye sin cesar; de inteligencia deslumbrante y humorística cuando hace falta, que hace las delicias no sólo de estudiosos y especialistas académicos, sino que mantiene encandilado a un numeroso público de su país, que sigue con fervor sus artículos habituales en la prensa italiana sobre los más diversos temas. Alguien que pasó del sumo experimentalismo a la cultura de masas; que presenció el hundimiento de todos sus compañeros del célebre Grupo del 63 de la vanguardia italiana, que él mismo había liderado e impulsado, para entregarse más tarde con renovado entusiasmo y convicción a grandes públicos y consumidores sobre los que tanto había divagado e ironizado en sus etapas semióticas y goliárdicas de «Apocalípticos e integrados» o de «La estrategia de la ilusión». Unas etapas que recordó con nostalgia en un artículo publicado en su país (cuando la literatura tenía sus piratas) en el que rememoraba aquella etapa de vitales grupos de vanguardia europeos, tan activos en los años 60 y 70, cuyas características principales, según él, eran «activismo, antagonismo, provocación, nihilismo, culto a la juventud, lucidez, preferencia de la poética a la obra en sí, autopropaganda, revolucionarismo y terrorismo (en el sentido cultural) y, por fin, agonismo, en el sentido de catastrofismo».

Su novela, ambientada en el siglo XVII, «La isla del día de antes», tendría como punto de partida el mito de Defoe, pero está también trufada de referencias literarias, que van desde novelas como las utópicas de Verne o las de capa y espada de Dumas, hasta llegar a un telón de fondo no menos permanente, y más o menos inconsciente, que sería El Quijote. Escrita después de la celebradísima «El nombre de la rosa» (1980), que se convertiría en un best-seller culto sin precedentes en nuestra época, y también de la laberíntica y abigarrada exposición de los más diversos saberes enciclopédicos que era« El péndulo de Foucault» (1988), «La isla del día de antes», aparecida antes de la fantasía medieval de Baudolino (2001), conjugaba de forma barroca y apasionante erudición histórica, ironía, equívocos y pasión por el narrar en general. Una pasión que Eco va desarrollando y acomodando en función de sus intereses y objetivos de ese momento. «La isla del día de antes» es a la vez tratado filosófico, científico, técnico, recreación histórica y reflexión también sobre el hecho de la escritura y sobre el arte de la novela.

La novela comienza con una imagen puramente robinsoniana con una pequeña y fundamental variación: «Soy, creo, el único ser de nuestra especie que he hecho un naufragio en una nave desierta». Es decir, se trataría de algo parecido a tierra firme, pero tierra que se desliza sobre el mar. En 1643, un joven noble italiano, Roberto de la Grive, un joven cuya vida «real» naufraga en esos momentos, es víctima de un naufragio y se refugia en otra nave, una especie de nave fantasma que fue abandonada por su capitán holandés justo a algunos metros de lo que hoy conocemos como línea de demarcación del tiempo, o si se prefiere, del cambio de fecha. Para poder sobrevivir en su soledad, Roberto se dedicará a rememorar su pasado, sustituyendo su agujero de vida actual por la imaginación y el recuerdo, en ese lugar paradisíaco aunque inquietante.

Como el lector irá comprobando, el naufragio de Roberto en realidad representa también el exilio del horror y la decepción del mundo. En plena época de galineanos y copernicánicos, de lo que será una fractura entre la era de la fe y la era de la razón, en el tiempo de las grandes exploraciones y descubrimientos científicos, de la búsqueda obsesiva del secreto del llamado Punto Fijo, Roberto es un joven aristócrata que habitaba antes de su naufragio en el milanesado español. Desde muy joven asistió a las luchas entre españoles y franceses en disputa por ese trozo de Italia, disputa en la que su familia apoyaba a los franceses. Una vez que las ilusiones de Roberto se derrumben y que fracase también su primer amor, emprenderá el camino hacia París. Allí será detenido y encerrado en la Bastilla acusado de conspiración y Mazarino, por orden de Richelieu, le ofrece la posibilidad de redimirse embarcándose como espía en una misión secreta.

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