Desde Los Alares
Las montañas verdes, más verdes que nunca por el agua caída, cercan la pequeña localidad serrana de Los Alares, allá donde va poniendo la palabra fin la provincia de Toledo para dar paso a Badajoz o Ciudad Real según por donde mire el viajero después de quedar asombrado por la belleza del entorno. Las gentes de Los Alares son abiertas y cordiales, se ayudan entre ellos a cualquier llamada y nadie pasa factura por la labor desarrollada en beneficio del colectivo. Tienen una bonita iglesia con dos párrocos que son hermanos gemelos en nacimiento, y que también dirigen los destinos religiosos de los pueblos más cercanos enclavados en horizontes parejos por la riqueza medioambiental que atesoran, y que hasta el momento no ha sido muy deteriorada por la curiosidad del urbanista que no deja rincón por conocer.
En Los Alares todos sus habitantes viven de alguna forma u otra del monte, y de su flora y fauna. Desde pequeños se mueven con seguridad por terrenos abruptos y recónditos y saben a la perfección por donde cruzan los venados de poderosa cornamenta y dónde se agrupan las ciervas con los gabatos, a las que respetan con devoción porque ofrecen jornales de subsistencia en la temporada cinegética. Las mujeres ayudan a los hombres en todos los trabajos comunitarios, y si hay que limpiar el monte, allí están las primeras con el mono forestal. Son expertas cocineras para las jornadas monteras donde se solicita su colaboración, y si hace falta entrar con las rehalas para mover las reses hacia las escopetas, la aficionada María del Mar suple a cualquier recovero sin pensárselo mucho. En las fiestas, el bar de Carmelo es el punto de reunión de propios y extraños junto a unos manteles generosos que nacen de la cocina donde mantienen los fogones dispuestos Almudena y Ester, que saben competir con los mejores restauradores pero al aire de los platos de cuchara que dejan el estómago bien instalado.
En el puente de San José estuve por allí en compañía de los buenos amigos de la Casa de la Solana, y hasta pudimos degustar un vino de tierras manchegas con la vitola de la medalla de plata conquistada en Bruselas, y que Carmelo suele acompañar con unas extraordinarias anchoas de Santoña y tapas de bacalao, que son el pincho preferido de Ángel López del Cerro, nuevo concejal del Ayuntamiento de Toledo y vecino al traspasar serranías.
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