Histórico aniversario de El Juli

Diez años y un día han pasado desde que tres gendarmes, el 18 de septiembre de 1998, se presentaron en el callejón de Nimes: «Venimos a buscar a un tal Julián López «El Juli». No tiene dieciséis años y no puede torear». «Lo tenéis ahí, en el medio del ruedo», les contestó Simón Casas. Al final de la corrida la policía rompió la denuncia y acompañó al nuevo matador por las calles de la ciudad.
De niño prodigio, Julián ha pasado por ser un torero popular, una figura con su trono y ahora un maestro de época, sabiendo mezclar el arte con el buen gusto de las cosas refinadas. Es inútil contar toro por toro la tarde. Únicamente decirles que el fuego artificial pero tan natural que encendió ayer en Francia se pudo contemplar hasta en El Cairo, donde los camellos levantaron el hocico de alegría, y también en las Islas Galápagos, donde las tortugas se tomaron un baño a su salud. Inmenso es una palabra minúscula para definir a este gigante del toreo. Todos los lances eran diferentes, variados, florecidos, como un enorme mostrador de tapas, más sabrosas unas que otras. Hubo verónicas con los pies juntos, delantales al ralentí, gaoneras de mariachi, tres lopecinas y dobles revoleras. Quizá guardaremos un verdadero pase de muleta con el capote, un natural de capa tan dulce, tan largo y tan tranquilo que parecía una mañana de armisticio. Claro que le pidieron banderillear. Lo hizo con soltura y gracia en el sexto toro de la noble corrida de Daniel Ruiz -premiado con la vuelta al ruedo-, pero ya sabemos todos que esto queda en el baúl de los souvenirs.
Y hablando de naturales, hubo una tanda alucinante en el último toro. Lagrimeábamos. ¿Pero dónde estaba la muleta? Únicamente el color rojo del trapo nos permitía diferenciarlo de la arena. No se veía moverse nada. Habían desaparecido los toques o cualquier movimiento. Quedaba una mano y una batuta, que le llaman estaquillador, de este chef de orquesta en el viento cálido de una noche inolvidable. Juli el lidiador, Juli una armada, Juli un poeta y músico dentro de la perfección técnica.
En los tendidos, locos de alegría y de emoción, creo que reconocí a uno de los gendarmes...
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