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José Tomás, el mito que asusta al miedo

Sangre y majestuosidad en la arena. Expectación. Cámaras por doquier. Una caravana de aficionados y una procesión de rostros famosos pueblan los tendidos. En el cartel se anuncia José Tomás. Su último

Sangre y majestuosidad en la arena. Expectación. Cámaras por doquier. Una caravana de aficionados y una procesión de rostros famosos pueblan los tendidos. En el cartel se anuncia José Tomás. Su último paseíllo, en la Feria de Málaga, ha conmocionado a toda España. El pitón apuntando con saña al cuello del torero hasta arrancarle el corbatín, su mirada teñida de grana mientras de su rostro mana un cáliz sagrado y sus agallas para rematar la faena a un toro con carné de criminal han recorrido todas las televisiones y ocupado las páginas de los principales diarios.

José Tomás se jugó literalmente la vida anteayer. Como cada vez que torea. Por eso su capote y su muleta tienen el privilegio de aguzar la emoción, sólo al alcance de pocos elegidos. Y José Tomás es uno de ellos. Como se ha escrito en ABC, «no es el mesías, pero tampoco el anticristo en el que lo quieren convertir; sencillamente, es un torero de época». La figura madrileña ha multiplicado la pasión en una fabulosa temporada en la que muchos son los nombres que luchan por mantenerse en la cumbre y otros ascienden a ella. Pero el de Galapagar ha roto moldes. Sus tardes de gloria han cruzado nuestras fronteras: los medios internacionales también se han hecho eco del regreso del mito.

El nieto de don Celestino, antiguo taxista de toreros, ha transformado cada paseíllo en un acontecimiento. No sólo adquirió la categoría de evento su reaparición en Barcelona el 17 de junio -cuando colgó el «no hay billetes», que apagó las voces de los políticos que pretendían dar la puntilla a la Fiesta-, sino todas sus actuaciones. Nadie quiere perderse la vuelta del héroe. Cada tarde alimenta más la leyenda. Las dos últimas han sido apoteósicas: si en San Sebastián estuvo brutal, en Málaga se ciñó con la muerte. «Demasiado poco valor es cobardía y demasiado valor es temeridad», sentenció Aristóteles. José Tomás no teme a nada: los hilos dorados de su terno de luces vuelan al son de una danza de Fiesta, se inventa terrenos y crea obras de arte. En su figura se funden la quietud de Manolete, el pasmo de Belmonte, los espolones del Gallo, la valentía de El Espartero, la majestad de Ordóñez y el aroma de Chenel. José Tomás ha regresado con su personalidad de siempre, pero con un concepto más depurado y una capacidad de sacrificio ilimitada.

Ayer, después de la tremenda paliza que le propinó el toro de Núñez del Cuvillo en la Malagueta y con veinte puntos en la cara que escenificaban en el espejo la dramática secuencia, el matador no se quejaba. Ni un ¡ay! brotó de su garganta, pese a tener el labio, la ceja y el mentón partidos. Sabe que la tauromaquia es riesgo y que un día un toro puede enviarlo al paraíso de los toreros bravos, como hizo «Islero» con el Monstruo de Córdoba, su ídolo. Pero ahora sólo piensa en disfrutar y recompensar a su ejército de fieles con su épico toreo.

José Tomás, con un cabello negro entrepelado que no niega el paso del tiempo y un cuerpo más fibroso y enjuto que cuando se marchó, ha vuelto para quedarse. Si esta temporada pondrá diecisiete plazas boca abajo, el próximo año promete ser el de su reencuentro con los escenarios de Sevilla y Madrid. Ahora descansa en Estepona hasta su siguiente compromiso, el miércoles, en Almería. Luego, se citará con Linares. Y otra vez la leyenda que asusta al miedo se enfundará su terno mortal y rosa...

ROSARIO PÉREZ

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