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ZAPATERO PASA PALABRA

UN elemento que se añade a la composición del estilo político del presidente Rodríguez Zapatero ha sido acudir por primera vez al Senado no para afirmar o reafirmar el entendimiento constitucional de lo que es nación, sino para indefinirla. Es más: ha sostenido en sesión de control que, siendo el concepto de «nación» discutible, quien lo asevere es un «fundamentalista». Ese ya era uno de sus rasgos estilísticos más conocidos y persistentes: al pasado político inmediatamente anterior a las elecciones que llevaron al poder al PSOE con los votos de IU y ERC se le conoce en términos escolares como la tiniebla y la caverna. A partir de entonces, todo, incluso los conceptos fundamentales de la Carta Magna, es discutido y discutible. «Fiat lux», y cuando no se pueda, «pasa palabra»: nación, aconfesionalidad, déficit, atlantismo, hoy esto, mañana aquello.

Sin prejuicios personales achacables a alguna marca genética del pasado, como un ser político adánico que hace tabla rasa de lo espúreo y convencional, Zapatero acude al Senado y a pecho descubierto inicia una revolución semántica de consecuencias institucionales incalculables, y lo hace en el preciso momento en que se está en el trance de revisar los márgenes de los Estatutos de Autonomía -con el principio de autodeterminación en algunas mentes- y de practicar alguna microcirugía constitucional sin diagnóstico previo. Viene a ser como poner en duda la naturaleza misma del motor de explosión en el momento de trazar nuevas autopistas con sus correspondientes gasolineras. Vistas así las cosas, tiene su lógica que el portavoz de CiU en el Senado se apresurase a pedirle al presidente del Gobierno que impulse lo que se describe como el cuarto cinturón de Barcelona. En el año del Quijote que Zapatero tanto ha mimado, el PBV le reclamaba la sede el gobierno vasco en el exilio, en París, donde está hoy el Instituto Cervantes. Profundamente inconscientes de lo que pocas horas antes había dicho el presidente del Gobierno en el Senado, los trabajadores de los astilleros de Izar regresaban a las movilizaciones.

EN realidad, como líder de la oposición, no se ve a Mariano Rajoy fundamentalista ni en la idea de nación española ni en nada. Quizás incluso lo sean algo más amplios sectores del PSOE que, sin necesidad de considerarse como intrínsecamente jacobinos, se alteran al ver como Pasqual Maragall somatiza componentes retóricos de Carod-Rovira o busca anular el precedente simbológico del pujolismo con los mismos conjuros que usaba Jordi Pujol. Por lo menos, habría que escuchar a los socialistas del País Vasco.

COMO mínimo, el presidente del Gobierno fue rotundo en su contraponerse al inmovilismo: casi podría decirse que ha sido políticamente utilitarista, históricamente accidentalista e intelectualmente relativista. Desafortunadamente, todo suma incertidumbre y añade superficialidad a una opinión pública que -según el CIS- en un 91 por ciento confiesa prácticamente no tener ni idea del Tratado Constitucional de la Unión Europea aunque la mayoría dice que votará en el referéndum y a favor.

La de Zapatero no ha sido una declaración tangencial, una simple escaramuza parlamentaria: el presidente del Gobierno acudía por primera vez al Senado y habrá dicho lo que ha dicho con toda la reflexión previa que se le supone. Ahí es perceptible una incógnita que, como una calcografía, coincide con una cierta idea del vacío. Artículo segundo de la Constitución: «Pasa palabra», como en los concursos de televisión. Cosa de ver en el magnífico palacio del Senado, tal vez al pie del gran cuadro que representa la coronación del poeta Quintana por Isabel II. «Homero nace y resplandece el día», escribió Quintana. Pasa palabra.

vpuig@abc.es

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