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Sórdidos rincones para la muerte

POR MABEL AMADOILUSTRACIÓN: C.G.SIMÓNMADRID. Los nombres genéricos que dieron vida al callejero más antiguo de la ciudad hacían referencia al tamaño de las vías, a una dirección, a los edificios que

POR MABEL AMADO

ILUSTRACIÓN: C.G.SIMÓN

MADRID. Los nombres genéricos que dieron vida al callejero más antiguo de la ciudad hacían referencia al tamaño de las vías, a una dirección, a los edificios que sobre ella se alzaban, a su arbolado, a sus vecinos... Y también a hechos luctuosos y leyendas negras que removieron los sentimientos de la población.

Sin embargo, no todos los nombres sobrevivieron al paso del tiempo. A continuación recordaremos esos pequeños retazos de historias urbanas que animaron mentideros, tertulias y más de una reunión de domingo.

La calle de las Ánimas, que comenzaba en la de Mendizabal y concluía en el Tejar de las Ánimas, debió su nombre a una casa de campo que existió en la zona y que finalmente fue abandonada y destruida. Al parecer, cuando se propagó en la villa una epidemia, el lugar fue elegido para establecer un lazareto, donde se aislaban a los contagiados y, cuando morían, eran enterrados allí mismo.

Con el paso del tiempo se tomó por costumbre acudir cada primero de noviembre a ese cementerio, donde se ponían mesas petitorias enlutadas, con la figura de un ánima junto a la bandeja. Finalmente, con la construcción del convento de Mercenarios Descalzos -ya demolido-, la casa y el cementerio desaparecieron.

Seguimos ahora con el callejón del Infierno -actual Arco del Triunfo-. La leyenda cuenta que tomó ese nombre tras el incendio que se propagó por la plaza Mayor un día de verano del año 1790. Las llamas fueron tan pavorosas que desde el callejón formaron una columna rojiza de fuego que el vulgo comparó con las pinturas que recreaban el infierno...

Cenizas de los autos de fe

Del fuego pasamos a los rescoldos que inspiraron el nombre de la calle Cenicero, ahora del Gobernador. Siglos atrás, la zona acogía unos corrales donde vivían los encargados de limpiar y recoger la ceniza de los hornos de Villanueva. La almacenaban para, posteriormente, venderla en los lavaderos para hacer lejía. Pero también recogían las cenizas de las hogueras resultantes de los autos de fe. Se pueden imaginar el desdén y el desgrado con el que la población común trataba a los empleados en dicho oficio. Los autos de fe eran ceremonias que duraban un día entero, y se celebraban con gran pompa y boato. Comenzaban con una procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas, que acompañaban los condenados, vestidos con sambenitos. Se leían las condenas y, aquellos con pena de muerte, eran quemados en la hoguera en presencia de todo el pueblo.

Una cruz

Nos dirigimos ahora hacia San Bernardo para toparnos con la Cruz del Espíritu Santo, ahora calle, simplemente, del Espíritu Santo. Aunque en la actualidad su entorno acoge jardines y museos, en tiempos de Felipe III reunía a gentes de malvivir.

Un tercer día de Pascua de Espíritu Santo, un rayo destruyó varias tiendas de la zona y en su memoria se levantó una cruz de piedra con una paloma que tomó el nombre de Espíritu Santo. La historia fue muy recordada pero la cruz desapareció en 1820.

Y como Madrid hace millones de años era una gran laguna, no es de extrañar que los pequeños depósitos de agua que sobrevivieron en el tiempo fueran bautizados con nombres relativos a su situación o a la flora que acogían. Es el caso de la calle de la Amargura, ahora Siete de Julio. Aunque unas crónicas apuntan a que debió su denominación a las numerosas hierbas amargas que crecían junto a la gran laguna que allí se situaba, otros afirman que la guerra fue la causante y los más apuntan a los terribles autos de fe.

Hay quien sugiere que en ese punto los familiares despedían a los numerosos madrileños que se desplazaron con Alfonso XI a combatir a Algeciras y que el arzobispo de Toledo lo denominó de la Amargura. Sin embargo, hay más probabilidades de que tomara su nombre por el recorrido que tomaban los reos que iban a ser ajusticiados por la Inquisición.

Ahora nos desplazaremos a la calle del Ataúd -actual travesía de Trujillos-. Aunque antaño el callejero mantuvo con la misma denominación una calle y una plaza, ahora sólo sobreviven las dos primeras, que abandonaron el recuerdo del oficio que en ella se desarrollaba. Y es que en la calle del Ataúd había un corral donde vivían los enterradores de la parroquia de San Martín y en el que se exhibía el ataúd para los frecuentes entierros de misericordia...

Calle de los Muertos

Para terminar, pasamos de la travesía Trujillos a la calle del mismo nombre, que también aguarda más de una sorpresa. El callejero histórico nos sitúa primero en la calle del Clavel y, después, en la de los Muertos, por lo que también nos recordará dos leyendas, a cual más macabra.

La primera hace referencia a dos hermanos que murieron luchando en la guerra de Granada en tiempos de los Reyes Católicos y que, años después, aparecieron vivitos y coleando en su casa de Madrid...

La siguiente y más probable, hace referencia a una epidemia en la ciudad y que fuera en ese lugar donde se depositaban los cadáveres que ya no cabían en los cementerios e iglesias de la Villa.

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