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El primer vehículo se matriculó en la capital hace hoy cien años

SARA MEDIALDEAMADRID. Hay que hacer un auténtico esfuerzo de imaginación para «ver» una plaza de la Cibeles con más paseantes que vehículos, o una carrera de San Jerónimo donde los caballos que

Hay que hacer un auténtico esfuerzo de imaginación para «ver» una plaza de la Cibeles con más paseantes que vehículos, o una carrera de San Jerónimo donde los caballos que circulan no son fiscales, sino pollinos enganchados a un coche de tiro. Pero así era la capital no hace tanto. Hoy se cumple el centenario del primer automóvil matriculado en la cuidad, un Panhard, un acontecimiento que tuvo lugar el 19 de agosto de 1907.

Por aquel entonces, el parque automovilístico movía a risa: apenas había unos 40 autos en Madrid -en manos principalmente de personalidades de la aristocracia-, y no llegaban a 25 en Barcelona -donde los propietarios eran representantes de la alta burguesía catalana-.

Comprar un coche costaba entonces entre 6.000 y 15.000 pesetas, mantenimiento aparte, y el sueldo medio era de cuatro pesetas diarias.

Por esas mismas fechas, en un Madrid en que se sacrificaban 270 vacas al año, el pleno aprobaba municipalizar el servicio de mondonguería y el secadero de pieles. No faltaba, ya entonces, la crónica diaria de sucesos: un joven de Lugo fue atendido en la Casa de Socorro del distrito de Congreso por las tres heridas de arma blanca que le asestaron durante una riña callejera. Hay cosas que nunca cambian. Pero volviendo al vehículo motorizado, hubo precedentes en la capital desde varias décadas antes de ese caluroso día de 1907.

De hecho, los primeros coches que no tenían tracción animal y que circularon por la ciudad fueron los llamados -vaya usted a saber por qué- «locomóviles-, con aspecto de máquinas de vapor parecidas a las del ferrocarril.

En 1855 hay noticia de que se hicieron pruebas con alguno de ellos en el Jardín Botánico, en presencia del ministro de Fomento de la época. El valenciano Valentín Silvestre fue el inventor de semejante artefacto. Tras el locomóvil, llegó el «velocífero», aunque este se estrenó en Manresa. La tracción en él era humana: llevaba pedales y tenía tres ruedas, como una especie de triciclo para adultos. Y no crean: alcanzaba una velocidad punta de 12 kilómetros por hora. Eso sí, en llano.

Pero el primer automóvil de gasolina que circuló por las calles de Madrid lo hizo en 1898, y estaba conducido por el alcalde, el conde de Peñalver, que lo trajo desde París a 20 kilómetros por hora. Dicen las crónicas de la época que tardó 5 días en llegar hasta San Sebastián.

Aires de modernidad

Y también, que el invento despertó el interés de muchos madrileños, que se congregaron al paso de aquel ruidoso artilugio que traía aires de modernidad a la tranquila capital. Rondando el año 1900, tiene lugar un viaje en coche que ha pasado a la historia del automovilismo cañí: el trayecto San Sebastián-Madrid. Al frente de la aventura iba el duque de Santo Mauro, conduciendo un Panhard Levassor de 6 CV. Le acompañaban, al volante de sus respectivos vehículos, varios caballeros de la época.

Un viaje para cubrir semejante distancia en los nuevos «cacharros» tenía sus complicaciones de orden práctico. La primera y principal: en los caminos y carreteras no existían aún los surtidores de gasolina. Para resolver el escollo, el combustible fue enviado por tren en bidones a distintas estaciones del recorrido, a las que acudían los autos para hacerse con el necesario suministro.

En la capital comienzan a aparecer sucursales de fabricantes automovilísticos: la firma Clement abre una en 1898, y hay una segunda en marcha en 1902 en la calle del Arenal, 22.

El alcalde en 1901, Alberto Aguilera, dictó un decreto prohibiendo la circulación de carros y camiones que utilizasen más de cuatro mulas, para evitar el deterioro del pavimento.

Contra los atropellos

Y en 1908, para evitar tanto atropello como se estaba produciendo -entre una población acostumbrada a los ritmos del coche de caballos y a ser literalmente dueños de las calles-, el alcalde, el conde de Peñalver, estableció una velocidad máxima en el centro urbano: «No más que la de un buen tronco de caballos al trote -10 kilómetros a la hora aproximadamente-, y no más que la del paso de un hombre en las zonas muy concurridas».

Como se ve, desde muy pronto fue necesario establecer medidas que protegieran a los sufridos peatones de los daños y molestias que pudieran provocarles los vehículos. Pero no sólo los dueños de un vehículo y sus amigos podían recorrer la ciudad montados en un flamante automóvil: desde el 28 de marzo de 1909, podía hacerlo cualquiera con suficientes medios para pagarse un autotaxi. El chiste de la época: «¿En qué se parecen estos autos a una barbiana castiza que escucha un chotis? En que se marcan solos».

En ese arranque del servicio de taxis, había diez en Madrid. Su alquiler se pagaba por recorrido, con arreglo a la siguiente tarifa: una o dos personas, los primeros 800 metros o fracción, 1,25 pesetas. Cada 400 metros más o fracción, 20 céntimos. En 1918, la bajada de bandera costaba ya una peseta.

Circular a derecha o izquierda

Con la llegada del auto, llegó también el principio del caos a Madrid. Había calles en que se podía transitar por la derecha o por la izquierda, según fuera la titularidad de la vía municipal o del Estado.

Para evitar incidentes y peligros -dado que los coches se multiplicaban con rapidez-, el Gobernador Civil de Madrid, duque de Tetuán, firmó en 1924 un bando modificando la marcha de los vehículos por la izquierda. En 1926 se instalan los primeros semáforos en la capital, en el cruce de Alcalá con la Gran Vía. Comienzan también a estudiarse por estas fechas las primeras soluciones para mejorar la circulación y descongestionar zonas como la Puerta del Sol. Estas medidas son la implantación de la dirección única en varias calles, y el traslado de paradas de tranvías.

Pocos años después, en la década de los 30, llegaron las propuestas de construir pasos elevados e inferiores, algunos en lugares en que cuesta imaginarlos: la Puerta del Sol, las plazas de Callao, Colón o Bilbao.La intención era, ya entonces, aliviar de tráfico los principales cruces de la ciudad. Y es que el coche comenzaba a hacer sentir su peso.

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