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Royal Flora El gran jardín del mundo

En los patios traseros de las casas, como un tesoro sólo para los ojos de sus cultivadores, hileras de orquídeas pendientes de un hilo florecen a lo largo y ancho de Tailandia. Una afición íntima

En los patios traseros de las casas, como un tesoro sólo para los ojos de sus cultivadores, hileras de orquídeas pendientes de un hilo florecen a lo largo y ancho de Tailandia. Una afición íntima y privada que la exposición internacional de horticultura ha sacado de su ensimismamiento, la misma exhibición con la que medio mundo ha querido sumar su destreza agrícola a las celebraciones por el 80 cumpleaños del Rey Bhumibol Adulyadej -un ferviente estudioso de la revolución del campo- y el 60 aniversario de su ascensión al Trono. Pero desde el pasado 1 de noviembre en que se inauguró el gran jardín multinacional en Chaing Mai (al norte del reino), la flor por excelencia en este país no es aquella belleza por la que los hombres incluso llegaron a cometer los actos más atroces, sino la del ratchaphruek, árbol venerado por los tailandeses debido a que su floración color mostaza representa sus dos instituciones sagradas: su religión, el budismo; y su Monarca, que nació en lunes, día que se designa con el color amarillo.

De esta manera, y hasta el próximo 31 de enero, la jardinería y el paisajismo procedente de todos los rincones del orbe hacen de Chaing Mai -la «rosa del Norte»- el escaparate donde demostrar a esa Humanidad que invoca de lo que es capaz la pasión por la tierra. Durante estos tres meses se ha previsto que tres millones de visitantes asistan a esta fiesta de la naturaleza y del color que se extiende por 80 hectáreas entre los «Gardens for the King» -30 jardines creados por otros tantos países amén de 80 propuestas tailandesas-, el «Royal tropical world of tropical plants and flowers», que reúne una muestra de la floricultura y horticultura del país anfitrión, y la «Expo Plaza», el ombligo de actividades de la muestra donde se celebran talleres y actuaciones. Catorce jardines de Asia, siete africanos, cuatro europeos, tres americanos y dos de Oriente Próximo participan en el evento, la tercera exposición internacional de su género que se celebra en este siglo, tras Floriade 2002 (Holanda) e IGA 2003, que alumbró la ciudad alemana de Rostock, y que se han celebrado bajo el amparo de la Oficina Internacional de Exposiciones (BIE), plataforma desde donde cultivar la diplomacia pública en el caso que nos ocupa regalando flores.

El «Finis Terrae» español

España, a través de la Sociedad Estatal para Exposiciones Internacionales (SEEI), se ha presentado a la muestra con el proyecto ganador del concurso que para la ocasión organizó la Asociación Española de Paisajismo. Su nombre, «Finis Terrae». Su propuesta, «una inspiración -como explica Pucho Vallejo, del estudio navarro Capilla-Vallejo Arquitectos- en las composiciones pictóricas de Joan Miró, que parte de la creación de un espacio central, aislado del perímetro del jardín, ocupado por un claro en un bosque de cipreses, donde se desenvuelve toda la actividad del edén. Esta zona está pavimentada con cantos rodados, a la imagen de las plazas de los pueblos españoles, y rodeado por una estrecha banda de piedra volcánica. Para delimitar el perímetro de la parcela -de 1.500 metros, después de que los búlgaros se echaran para atrás y España expandiera su floresta al solar de los vecinos ausentes- se han colocado bandejas de cereal y flores rojas, en referencia a los campos de trigo con amapolas que aparecen fortuitamente al atravesar diferentes parajes de nuestro país en determinadas épocas del año», y que desde luego recuerda a nuestros colores rojo y gualda. La idea de que «las flores rojas» fueran realmente amapolas quedó radicalmente desterrada al oponerse los tailandeses a que en este suelo, que antaño se conoció por el siniestro sobrenombre de «Triángulo de oro del opio», volviese a plantarse una sola adormidera -que estas flores silvestres también lo son-. Por eso, lo que luce entre el trigo autóctono del jardín español en Tailandia son inofensivas, encarnadas y navideñas poinsettias.

Nuestro pabellón está formado además por unas cuadernas metálicas unidas por vidrios transparentes y translúcidos que hacen las funciones de invernadero y donde dos pantallas de vídeo hablan a los visitantes que atraviesan el puente de madera de teca que conduce hasta el corazón del jardín de otros jardines de España, «del jardín del arte de vivir, del jardín del esfuerzo, del jardín de la industria, de los jardines de los que emana el vino y el aceite, de los jardines que alimentan el espíritu y de los que son alimento para el cuerpo, de los que emana música, y de cada uno, su propia tonalidad». Desde luego, una plataforma excepcional desde donde la SEEI proyectará entre los próximos 26 y el 30 de enero la Semana de España en Tailandia, con la intervención de la compañía flamenca de la Yerbabuena, la campanología del musicólogo Llorenç Barber y un aperitivo de la Expo de Zaragoza 2008 con el pasacalles del grupo teatral Caleidoscopio.

Aquí en Chang Mai, a 800 kilómetros al norte de Bangkok, donde las montañas son más altas que en cualquier otra parte del país, la fértil tierra tropical que pare selvas y valles verdes y espesos, ni siquiera respeta la perfección de los hermosos y delineados tulipanes holandeses incapaces de aguantar tan fecundo ritmo de humedad y calor: simplemente, se pudren. Y ahí andan los nórdicos reemplazando en su parcela de tulipán tras tulipán, de los que han tenido que proveerse por miles para no dejar su jardín típico, molino y grifo de Heineken incluido, convertido en un patatal. A pesar de ello, la estampa esperada ha proporcionado a Holanda un segundo premio en esta Royal Flora Ratchaphruek 2006, por detrás de Japón, que conquistó el triunfo también esperado -no en vano es el primer inversor en Tailandia- con un paisaje sorteado por un río donde habitan la tortuga -que por aquí dicen alarga la vida y da buena suerte-y el ave, y por delante de China, que, al margen de vergeles, apostó por la construcción pura y dura de una pagoda, donde los visitantes, a decir por sus caras, se lo pasan divinamente. A la obra de Capilla y Vallejo la premian las 6.000 visitas que recibe cada día y la decisión de la princesa Maha Chakri Sirindhorn -ojito derecho del Monarca tailandés y de entre los Príncipes, la preferida del pueblo- de ser su madrina de honor.

La campanada la han dado los belgas, que se han presentado a una muestra natural con un cuerno de la abundancia tapizado de flores sobre una pradera de césped ¡artificial! En su descargo alegaron a la periodista que «se trata de un tapiz "vegetal" similar al que alfombra el campo del Barça para no contaminar la vegetación autóctona».

Laq zona principal de la expo es el «Royal Pavilion», «símbolo de la benevolencia del Rey», que, situado en un montículo de 3.000 metros cuadrados, está construido en madera y donde se ofrece una muestra artesanal a las exquisiteces de la cultura lanna. También se ofrece una exposición dedicada a Bhumibol Adulyaded y sus avances en la investigación agrícola, y se da cuenta de sus visitas a las zonas rurales. A sus pies, y al final de un camino decorado con treinta arcos, se alza el Árbol de Buda -en metal-, donde los asistentes pueden hacerse con sus hojas acorazonadas por un puñado de baths para que luego las fundan en grandes campanas. Y eso también lo hacen porque da suerte.

El gran concurso de orquídeas

En el «Thai Tropical Garden» es posible ver desde una demostración del uso de las orquídeas en el proceso cosmético hasta el medio centenar de variedades vegetales que han sustituido el cultivo del opio siguiendo instrucciones reales; visitando el «Orchid Pavilion» -parece mentira que «orquídea» provenga de la palabra griega que significa testículo- se asiste a la exhibición y concurso de estas flores más importante del mundo (50.000 ejemplares de 10.000 clases diferentes), y adentrarse en el «Bug World», el gran laboratorio de insectos, es culminar un viaje por el espíritu de Ratchaphruek, que prepara, del 1 al 11 de diciembre, una exhibición de «Especies raras» en la que España participa con ejemplares de drago donados por la Asociación de Cosecheros y Exportadores de Flores y Plantas Vivas de Canarias.

En total, siete míticos árboles españoles, de los que cuenta la leyenda no son sino la reencarnación del dragón, y que la princesa Maha Chakri Sirindhorn, que llegó al pabellón español pertrechada de una enorme linterna para no perder detalle, confesó a Javier Conde, presidente de la SEEI, conocer perfectamente. «Es que mi abuelo, que era oficial de la Armada, -le explicó al diplomático durante su visita a nuestro jardín- los dibujaba con todo detalle». Sorpresa aguada, aunque de cualquier forma previsible, en un país donde todo el mundo, y no exageramos ni media camisa, viste siempre (crucemos los dedos) de amarillo: el inequívoco pigmento de la flor de la gualda, el color del Rey.

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