Calvario
ANDA el personal vasco muy alterado por el descubrimiento de cerca de

ANDA el personal vasco muy alterado por el descubrimiento de cerca de trescientos grafitis de época romana en el castro de Veleya (Álava). El caso es que entre ellos hay varios con palabras eusquéricas o similares, otros con jeroglíficos egipcios y un tercer grupo con símbolos cristianos. Los fragmentos de loza en que aparecen inscritos parecen datar del siglo III o IV. Algunos medios hablan ya de la Biblioteca de Veleya, lo que resulta un poco exagerado, y el diario abertzale Gara se refiere a la consternación que ha producido el hallazgo (aunque no dice a quién). Los arqueólogos recalcan la importancia del asunto, pero piden prudencia a los periodistas, lo que en Vascolandia equivale a pedir peras al árbol de Guernica. La sombra del escándalo se cierne sobre la arqueología vernácula desde que saliera a la luz, hace unos años, la falsificación de pinturas rupestres en una cueva del Gorbea. Los especialistas se tientan la ropa, y no es para menos.
¿Qué tiene que ver este acontecimiento con la inminente negociación del Gobierno con ETA? Nada de nada, pero el barullo mediático induce a la confusión. En el caso de que se certifique la autenticidad de las inscripciones, se demostraría que en el siglo III se hablaba en Álava una lengua emparentada genéticamente con el eusquera actual, que los jeroglíficos egipcios se conocían en el Imperio Romano y que la introducción del cristianismo en el País Vasco fue muy anterior a aquel siglo VIII en que la situaba don Francisco Navarro Villoslada, autor de la famosa e insoportable Amaya. De lo primero, se tenía la convicción; de lo segundo, la certeza, y se sospechaba lo tercero. O sea que, en términos científicos, el paradigma no cambia. Si acaso, se consolida.
Lo que no prueban en absoluto las susodichas inscripciones es la existencia de una antigua Euskadi. Más bien lo contrario: revelarían la integración de aborígenes de lengua vasca o protovasca en la civilización romano-cristiana. Nada nuevo, por otra parte. El léxico del eusquera contiene un altísimo porcentaje de romanismos y, como ya observara Unamuno, casi todas las palabras vascas que aluden al mundo del espíritu son cristianas y latinas. No ha subsistido ningún concepto espiritual prerromano, con la excepción de la palabra gogo, que quiere decir cualquier cosa, desde «pensamiento» o «alma» a «estado de ánimo».
Hay algo que me escama en el lote arqueológico de Veleya y que se refiere a su pieza teóricamente más valiosa. Se trata de la representación esquemática de un Calvario, la más antigua del mundo, según los descubridores. En primer lugar, me consterna -como dirían los de Gara- que sobre la cruz central del mismo, flanqueada por otras dos, y con dos figuras antropomorfas postradas a ambos lados (¿la Virgen y San Juan?) figure la inscripción RIP (Requiescat in pace) en lugar de la preceptiva INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum). En un cristiano del siglo III este error no parece verosímil. Creían firmemente en la resurrección de Cristo y no le habrían colocado la fórmula destinada a los fieles difuntos que dormirían hasta oír la trompeta. Con todo, no es esto lo más desconcertante. Rodeando el Calvario central hay una profusión de cruces secundarias de las que penden sus crucificados correspondientes. Los arqueólogos alaveses afirman que puede tratarse de representaciones de dioses paganos. A mí, por el contrario, me hacen pensar en los rebeldes vascos o vascocántabros contra Roma que fueron crucificados por orden de Octavio Augusto en el monte Ernio, en Guipúzcoa (en el siglo XIX, el párroco de Ernialde, aldea situada junto al Ernio, tomó el nombre de Santa Cruz cuando se echó al monte como guerrillero carlista, en honor de los héroes allí supliciados). Lo malo es que dicha historia es una invención del siglo XVI, bien atestiguada, para justificar el mito del cristianismo precristiano o monoteísmo primitivo de los vascos. Cautela, pues, no sea que nos encontremos ante una reedición fastuosa de los rinocerontes peludos del Gorbea.
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