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UNA IDEA DE ESPAÑA

FRANCISCO JOSÉ MARTÍN

Pocos ejemplos más claros para entender el «exilio interior» que el que nos proporcionan la vida y la obra de Julián Marías. Sus dificultades con el régimen de Franco son bien conocidas: el suspenso de su tesis doctoral fue sólo el preludio de una suerte de condena más amplia que le negaba espacio docente en la universidad española. No por falta de cualidades, desde luego, sino por su fidelidad intelectual al proyecto orteguiano. Su ejemplo muestra bien claramente cómo uno de los principales objetivos culturales de aquel régimen fue el desmantelamiento del orteguismo.

No le faltaron, sin embargo, foros universitarios -y de prestigio- en los que ejercer su magisterio. Pero nunca abandonó España para establecerse cómodamente en uno de ellos. Quiso hacer de aquella España hostil su «circunstancia». Fue ésta una decisión eminentemente ética, sobre todo porque sabía -lo aprendió joven- que su destino concreto consistía precisamente en la «reabsorción» de la circunstancia. Y no reparó -no quiso- en el menoscabo de su obra y en el ninguneo de su pensamiento. Sabía que la suya, como la de su maestro, era una carrera de fondo.

España le «dolía», indudablemente. Pero nunca se rasgó por ello las vestiduras ni alimentó el gesto trágico de los hombres del 98. No hizo literatura del dolor, sino reflexión a partir de él. Su pensar «en» España es también, y muy principalmente, un «pensar España». Su mejor fruto, en este sentido, es España inteligible.

Marías se coloca en la línea abierta por Ortega con España invertebrada. Y si entonces fue importante cerrar el «problema de España» e integrar aquella presunta especificidad hispánica en un movimiento más amplio y general, como era el «problema de Europa» o «crisis de la modernidad», ahora se trabaja en el conocimiento histórico de la «España real», se insiste en contra del tópico de la «anormalidad» de la historia de España y se lucha contra la imagen de su carácter conflictivo, irracional y enigmático.

Marías corrige al maestro, sobre todo en aquella idea de la «decadencia» española tan arraigada durante la Restauración, e intenta completarlo, además, buscando un sentido moderno, actual, fuera de los tópicos al uso, al hispanismo, a esos lazos, tan evidentes como problemáticos, que unen España con la América de lengua española.

Pero la idea central expresa bien su inserción en el proyecto orteguiano: la fuerza de cohesión de las naciones no reside en el pasado, en los valores de la tierra y de la sangre, sino en el futuro, en la capacidad para forjar un proyecto sugestivo de vida en común. El «particularismo» seguía siendo para él un peligro y una amenaza. No a ninguna unidad que hubiera que mantener porque así había sido hasta ahora, sino por la intrínseca limitación que alberga en la configuración de horizontes amplios y de proyectos de futuro. A la postre, la «razón histórica» de las Españas desvela la capital importancia del proyecto. Ser desde la apertura de lo que queremos ser, no desde el cierre de lo que hemos sido. Ser desde la levedad y ligereza del proyecto por hacer, no desde el peso y la gravedad de lo alcanzado. Ser futuro. Querer ser futuro.

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