El estreno español de «Gloriana», de Britten, un lujo en el Liceo

«Gloriana» (Londres, 1952), ópera en tres actos con libreto de W. Plomer y música de B. Britten. O. y C. de Opera North. Dirección: R. Farnes. Dir. escena: P. Lloyd. Escenografía y vestuario: A. Ward. Iluminación: R. Fischer. Gran Teatro del Liceo, 14 de noviembre.
Todo el peso dramático de esta obra maestra de la ópera contemporánea recae en el complejo personaje de Isabel I de Inglaterra, soberana de la que Benjamin Britten y su guionista, William Plomer, realizan un profundo retrato psicológico nada complaciente, en el que queda de manifiesto la calidad humana de una de las gobernantes más importantes de la historia. Encargada para celebrar la coronación de Isabel II, la obra cayó mal en los círculos monárquicos siendo apartada del repertorio. Su recuperación se debe a los esfuerzos de la English National Opera que la rescató hace un par de décadas, y, en los noventa, a la compañía Opera North, con base en la ciudad inglesa de Leeds, cuya producción es la que ha servido para estrenar el título en España.
El montaje firmado por Phyllida Lloyd es lujoso, funcional, práctico y eficaz desde el punto de vista dramático; transmite el espíritu isabelino desde una mirada absolutamente contemporánea, con una escenografía útil y estéticamente equilibrada y unos vestuarios de un realismo conseguido y espléndidamente ornamentado con joyería y pelucas. Lloyd mueve a los personajes con sabiduría y la dirección de actores es simplemente soberbia. Lógicamente, la intérprete del papel de Isabel se convierte en dueña de la representación. Demandante en extremo desde el punto de vista vocal, el papel no sólo requiere de una mezzo de amplio registro, con agudos penetrantes, graves expresivos y hasta con agilidades, en una partitura que se centra en ese canto hablado que caracteriza la obra del compositor británico. Pero este papel no sólo hay que cantarlo, también hay que vivirlo, y la veterana Josephine Barstow así lo concibe; su trabajo junto a Lloyd se fundió en una simbiosis de aquellas que se disfrutan en contadas ocasiones. El poderío escénico de Dame Barstow salvó las evidentes insuficiencias vocales que acusa su voz a causa del deterioro propio de la edad, evidentes en una emisión mermada y con imperfecciones.
El Coro y la Orquesta de la Ópera North entusiasmaron por tanta precisión. Desde el foso se elevó un sonido unitario, perfectamente conjuntado por Richard Farnes.
DECEPCIÓN EN LAS VOCES
Si todos y cada uno de los intérpretes secundaron a Barstow con total dominio escénico, la realidad vocal fue muy diferente. Por ello, la primera visita al Liceo de una compañía extranjera dejó un sabor agridulce: un espectáculo loable con voces impropias para el escenario del Gran Teatro. Nicholas Sears posee el timbre del tenor inglés -registro con características determinadas-, pero el miércoles sus agudos no existieron, su emisión fue insuficiente y su canto tímido y poco dúctil, destrozando el bellísimo dúo del primer acto.
La decepción de Sears puede extrapolarse, sin excepción, al resto del reparto; el Cecil de Eric Roberts no se escuchó, lo mismo que Ruth Peel como condesa de Essex. Karl Daymond proyectó correctamente, pero su canto demostró más de un problema de madurez técnica, mientras que la expresiva Susannah Glanville fagocitó su timbre con un vibrato indómito. Iain Paton, desde su discreto papel, demostró timbre y colocación adecuada al ideal del tenor inglés.
Una actuación en el Liceo no puede ser considerada como un bolo de provincias, porque hay una tradición más que centenaria que hay que respetar. Y esa tradición habla de algo más que de voces discretas.
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