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Jacob M. Hassán

EL lunes pasado murió el profesor Jacob M. Hassán. No por temida resultó menos amarga e intempestiva la noticia de su fallecimiento. Me unían a él veinticinco años de amistad y, por mi parte, de sincera admiración. No abundan los maestros espléndidos (la esplendidez combina la sabiduría y la generosidad), y Jacob lo fue en grado sumo. Ceutí de 1937, pertenecía a la hornada de jóvenes profesores que, en los sesenta, emprendieron la renovación de los métodos filológicos, preservando al mismo tiempo la continuidad de las tradiciones más valiosas de la anteguerra. Supieron ser discípulos y eso los convirtió, a su vez, en excelentes formadores.

La figura de Jacob M. Hassán preside el brillantísimo desarrollo de los estudios sefardíes en España durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX (vale decir la madurez de dichos estudios, liberados del lastre romántico que entorpeció su arranque). Su arraigo en una tradición cultural multisecular -la de las comunidades judías del Magreb-, su pertenencia a lo mejor de la cultura española contemporánea y su apertura a la alta cultura académica internacional lo convirtieron en paradigma individual de una historia colectiva: la de los descendientes de los judíos de las ciudades del norte de Marruecos, herederos de la rica cultura local que surgió de la fusión de los grupos autóctonos de religión judía y de los expulsos españoles que llevaron con ellos al exilio la lengua de Castilla. Desde mediados del siglo XIX, estas comunidades fueron asentándose paulatinamente en territorio español (o en países trasatlánticos de lengua española). La experiencia histórica de su comunidad de origen condicionó decisivamente el pensamiento lingüístico de Jacob M. Hassán. Contra lo que es todavía un prejuicio extendido en círculos académicos y literarios sefardíes de Francia, Turquía e Israel, Hassán sostuvo que el judeoespañol, aun en sus variedades geográficamente más alejadas de la península ibérica, nunca dejó de ser parte de la lengua española. Partía de la conciencia de continuidad lingüística de sus ancestros, que no vivieron su reintegración a España como una aculturación traumática, gracias a la certeza de haber conservado el español durante el prolongado destierro. Cambiaron, eso sí, los dialectos judeoespañoles de Tetuán, Tánger o Larache por el español urbano de Ceuta y Melilla, Granada, Sevilla o Madrid, aunque a lo largo de varias generaciones siguieron cultivando, en el ámbito familiar e íntimo, la jaquetía, no ya como dialecto, sino como un repertorio de términos y locuciones de gran fuerza emotiva, a la manera de la havertá de los judíos piamonteses que ha evocado en sus obras Primo Levi.

La propuesta de normalización ortográfica del judeoespañol que defendió Jacob M. Hassán terminará por imponerse frente a la anarquía caprichosa de una residual que se esfuerza en distanciar arbitrariamente la lengua española de sus variedades habladas durante cinco siglos en la diáspora sefardí. Pero el medio académico español y, en particular, el CSIC, en el que tantos años trabajó, aún tienen otra deuda pendiente con el profesor Hassán: la publicación unitaria de su obra, dispersa hoy en revistas especializadas y actas de congresos. Porque Jacob sacrificó cualquier posibilidad de encumbramiento personal a la formación de un plantel de investigadores de primera fila, presentes hoy en universidades españolas y americanas, en los países balcánicos y en Israel. Fue un maestro espléndido, duro, y exigente, que suscitó discípulos en varias generaciones. Convertir a un alumno en discípulo no es tarea sencilla: requiere técnica, destreza profesoral, pero, sobre todo, autoridad (¡claro que sí!), perseverancia y entrega. Jacob tenía todas estas cualidades. Las hizo fructificar en otros con amor e inteligencia.

«Era un profesor, ya ves. Esa era su vocación: enseñaba. Somos un pueblo de profesores. Durante milenios, los judíos han dado y recibido enseñanza. Sin enseñanza, los judíos habrían sido algo imposible». Estas palabras de Saul Bellow sobre su Ravelstein podrían resumir la vida de Jacob M. Hassán, español, judío, filólogo, erudito: maestro. Y también amigo querido, tierno cascarrabias e ironista inolvidable. Que su sejut mos alcance.

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