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Un Joaquín Blume sin suerte

El gimnasta madrileño anuncia hoy su retirada de la competición, tras más de una década dedicado en cuerpo y alma a la gimnasia. Se despide con la tranquilidad del que ha realizado bien su trabajo y ha sabido transmitir los valores de este noble deporte a las nuevas generaciones

Fractura de cúbito y radio izquierdos, operación de tendinitis rotuliana en ambas rodillas, operación de rotura de ligamento cruzado anterior, nueva intervención en el mismo ligamento... El historial de lesiones de Jesús Carballo parece no tener fin, pero a pesar de la mala suerte que siempre le acompañó en su carrera como gimnasta, su palmarés y devoción por este deporte de titanes es incuestionable.

El gimnasta madrileño, de tan sólo 28 años, dice adiós a la que ha sido su profesión durante once años, consciente de que, muy a su pesar, ya nunca volverá a ser competitivo. Atrás quedan sus múltiples hazañas sobre la barra fija (campeón del Mundo en 1996 y 1999 y de Europa en 1998).

Su destino era ser gimnasta. Su padre Jesús le inculcó a él y a su hermano Manuel el amor por un deporte para elegidos y verdaderos sufridores. Empezó a entrenar con tan sólo seis años y con catorce ya competía en concursos internacionales. Cuando alcanzó la veintena, su ritmo de entrenamiento era el típico de los campeones: doble sesión de mañana y tarde.

Uno de los momentos más duros de su carrera fue sin duda el fallecimiento de su entrenador, Antonio Vázquez. Cuando ocurrió, en 1998, Jesús tenía veintiún años, y ya contaba con dos campeonatos de barra fija, uno mundial y otro europeo. Las enseñanzas de su difunto entrenador habían dado su fruto.

Pese a sus magníficas actuaciones en los mundiales, Jesús Carballo tiene clavada una espinita que ya nunca podrá quitarse: los Juegos Olímpicos. La mala suerte no sólo se burló de él con las lesiones, sino con sus actuaciones en la máxima competición deportiva.

En un fatídico mes de julio de 1996, Jesús se cayó en la final olímpica de barra, dando al traste con sus posibilidades de medalla. Y en agosto de 2000, su maltrecha rodilla le impidió acudir a Sidney. El desgaste psicológico que sufrió fue tremendo, pero no por ello cejó en su empeño de coronarse en el olimpo de los dioses. Siguió entrenando, con la mente puesta en los juegos de Atenas, pero en otro maldito agosto, se volvió a caer de la barra, esta vez en la ronda de clasificación.

La diosa Fortuna había dado muchas veces la espalda al campeón madrileño, siempre inmerso en ciclos de recuperación. Pero más allá de su incuestionable currículo deportivo, Jesús Carballo ha sido el mejor embajador de la gimnasia española desde Joaquín Blume. No en vano, el presidente de la Federación Española de Gimnasia, Antonio Esteban, definió a Jesús como «una persona ejemplar que abrió las puertas de lo que es hoy la gimnasia española. Con sus títulos mundiales mentalizó a los gimnastas españoles de que ellos también podían llegar arriba».

Una vez que ya no vuelva a subirse a su barra, mitad querida, mitad odiada, no descarta continuar ligado a la gimnasia, aunque en más de una ocasión ha comentado que no como entrenador.

Aunque él ya no vuelva a competir, siempre quedará la imagen de un gimnasta -uno de los mejores en los últimos tiempos-que conquistaba a los jueces con un estilo pulcro y aséptico. Para la historia también queda el otro «Carballo», ejercicio que inventó el sucesor de Joaquín Blume, de nombre Jesús.

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