Patriotismo constitucional
El patriotismo es el amor a la Patria. No necesita de matices ni apellidos. Otra cosa es el patrioterismo, el alarde excesivo e inoportuno del patriotismo. El patriotismo es un sentimiento natural, en tanto que el patrioterista es folclore excesivo. Ahora se han inventado lo del «patriotismo constitucional» que es una cursilería. Lo curioso es que el Partido Popular y Socialista se disputan la flor de la autoría. Discuten por una memez. La cosa es consecuencia de la estupidez colectiva, del miedo de los políticos, intelectuales y comunicadores en general a usar y pronunciar la palabra «España» por temor a ser señalados de fascistas, franquistas o involucionistas. Todo lo que nace de una gilipollez sembrada se convierte en una gilipollez cosechada. España es y significa mucho más que el franquismo, que la Monarquía y que la República. El patriotismo franquista es antes franquista que patriota, y el monárquico lo mismo, y el republicano, igual. Todo se debe a la perversión del lenguaje. Todavía, en los servicios informativos de TVE se habla de la «lucha armada» de la ETA y de la «violencia» de sus acciones. La distancia con el franquismo la estableció el pueblo, que votó por mayoría abrumadora una reforma de las Instituciones y una nueva Constitución. Pero los políticos, los intelectuales y los periodistas descubrieron jubilosos el eufemismo de «este país» para referirse a España, necedad que aún emerge de la boca de muchos tontos. Los más atrevidos hablaban del «Estado Español», sin caer en la cuenta de que la voz «Estado» fue mucho más utilizada por la costumbre y la propaganda franquistas que el término «España». Hoy, todavía se sigue con la obsesión de «este país», mientras que la voz franquista por excelencia «Estado», sólo la frecuentan los nacionalistas, que ver para creer, o mejor dicho, oír para asombrarse.
Un patriota puede no ser constitucional, lo mismo que un constitucionalista a ultranza tiene el derecho de no sentir el patriotismo. En el fondo, la empanada mental responde a los viejos vicios del lenguaje. No porque lo digan los políticos, afortunadamente patriotismo y Constitución van de la mano en los sentimientos de la mayoría de los españoles, por impulso anímico propio más que por influencias políticas o mediáticas -y perdón por el uso de esta palabra abominable-.
Con la vista puesta en el próximo congreso del Partido Popular, le ha sido encomendada a María San Gil la exposición de la ponencia sobre el «Patriotismo Constitucional». María San Gil ha demostrado con creces, dolor, lágrimas, sobresaltos, coraje, firmeza y perseverancia que es una patriota sin grietas. En su ponencia, resignada a la disciplina de partido, María San Gil dice: «Nosotros no somos nacionalistas vascos y somos españoles, lo cual no quiere decir que seamos nacionalistas españoles». Un error de principio. «Nacionalismo español» es una contradicción, y su comparación con los nacionalismos, una equivocación que ayuda a mantener la confusión.
Los nacionalismos son, por respeto a su propia condición, excluyentes y diferenciadores. El nacionalista encuentra en la raíz, la raza, el idioma y las costumbres, los argumentos de distancia respecto al resto de los españoles. El español no nacionalista, es decir, el español sin apellidos, siente por tradición, historia y ánimo, el orgullo de la pluralidad cultural, y hasta del mestizaje. El español quiere abrazar a todos, en tanto que el nacionalista sueña con pegarnos a los demás una patada en el culo para establecerse en soledad. La norma de exclusión del nacionalismo no existe en quien no se siente nacionalista, y por ende, no está capacitado para serlo.
El patriotismo constitucional, y toda la carga argumental que reúne, abre el camino indirecto hacia la sencillez. Curvas innecesarias para sustituir a la recta. Lo fácil y sencillo es hablar de España, recuperar en el uso la palabra España y dejarnos de arabescos colaterales y acomplejados.
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