Cortés y sus 9 entierros
Es singular el sentimiento de amor-odio que a menudo se manifiesta en México hacia los «gachupines», los españoles, aunque no seré yo quien se queje del trato recibido en estos lares, líbreme Dios
Es singular el sentimiento de amor-odio que a menudo se manifiesta en México hacia los «gachupines», los españoles, aunque no seré yo quien se queje del trato recibido en estos lares, líbreme Dios... Pero, no por ello deja de llamarme la atención que la figura de Hernán Cortés (el verdadero padre de la patria) haya desaparecido de la memoria (y del callejero) en estas tierras aztecas, pero también hispanas. Y que, cuando aparece, lo haga sólo para mal; así, en los murales de Rivera y de Orozco, quienes lo representan como al «hombre del saco».
Que yo sepa, sólo hay en el país tres estatuas de quien hundió sus naves para alumbrar una nueva raza y una nueva cultura. La más imponente es aquélla que comparte el Monumento al Mestizaje con las de La Malinche (o Malintzín, o Malinalli, o Doña Marina: su traductora y amante) y su hijo Martín. Erigido en 1982 en el zócalo de Coyoacán, barrio del Distrito Federal, el conjunto escultórico tuvo que ser trasladado a un rincón perdido del mismo distrito, el jardín Xicoténcatl, para acallar las protestas.
Otra es un busto de Manuel Tolsá, en el Hospital de Jesús -el más antiguo de América, fundado por el propio Cortés en pleno centro de la capital-, que debió ser protegido en 1981 después de que un grupo indígena intentara cobrarse tardía venganza. La tercera es una estatua que se hallaba en el Casino de la Selva, en Cuernavaca, donde Malcolm Lowry escribió «Bajo el Volcán»; el solar lo ocupa ahora un supermercado, junto al que la efigie acumula herrín y abandono.
Más delirante es el deambular del cadáver del conquistador, muerto en Sevilla en 1547. Tras permanecer en dos lugares distintos de San Isidoro del Campo, en 1566 sus restos fueron trasladados a la Nueva España. Ya en México, los despojos del metilense peregrinarían del Convento de San Francisco de Texcoco al monasterio franciscano de la Ciudad de México; allí pasarán del altar mayor a la pared trasera del retablo. Más tarde, cumpliendo su voluntad de ser enterrado en la iglesia anexa al Hospital de Jesús (ubicado donde, según la leyenda, se produjo su encuentro con Moctezuma), el cuerpo de Cortés fue depositado en un mausoleo de dicho templo.
Al comenzar la Guerra de Independencia, y para evitar su profanación, la tumba fue escondida bajo la tarima del altar. En 1836 el esqueleto es ocultado en un nicho junto al tabernáculo y se hace correr la voz de que ha sido llevado a Italia; allí permanece en secreto hasta que, un siglo después, el embajador republicano en el exilio revele su paradero.
En efecto: en la pared del Evangelio aparece la losa que oculta la urna, y los huesos que contiene son exhumados en el Hospital de Jesús. Siete meses más tarde serán devueltos al templo, donde hoy reposan, alejados de las guías turísticas y de la historia oficial. Mas Cortés disfruta de ese monumento vivo que hoy es México: el país azteca, pero también hispano.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete