El arte y la curiosidad intelectual
De manera injusta y prematura, cuando estaba aún lleno de vitalidad y de proyectos, de entusiasmo por los infinitos asuntos que le ocuparon intensamente toda su vida, fallecía ayer, doce de septiembre, el profesor Juan Antonio Ramírez (Málaga, 1948- Madrid, 2009). Al rotundo golpe que supone la desaparición de un amigo, se une la dolorosa pérdida de un historiador, escritor y ensayista que era, sin duda, y seguirá siendo, una referencia imprescindible en la cultura española e internacional.
Con una extraordinaria y poco frecuente formación en el panorama universitario español, Juan Antonio Ramírez sintió siempre un infinita curiosidad intelectual, tan rigurosa como apasionada, por todos los temas que se cruzaban en su camino, desde los considerados convencionalmente importantes, de la tratadística de arquitectura o el Templo de Salomón a Gaudí, Dalí o Duchamp, entre otros, hasta los aparentemente menores, que lo fueron hasta que él ponía sus ojos, su inteligencia y su escritura sobre ellos, convirtiéndolos en argumentos mayores. Así ocurrió con el cómic, al que dotó de estatuto intelectual y universitario ya a mediados de los años setenta, acompañando esos libros de reflexiones teóricas premonitorias en aquellos años, como ocurrió con Medios de masas e historia del arte (1976), o con su fundamental La arquitectura en el cine (1986). Y no puedo dejar de mencionar su propia condición de artista, dibujante de cómics, autor de libros de artista y de poemas, artífice de réplicas de las obras que estudiaba, mientras escribía sobre ellas. Y es que Juan Antonio sabía ver también con las manos, tocando las cosas, como un buen artesano.
También fue arquitecto irónico, como confirma su provocador «Templicón», entre posmoderno, erudito y polémico y que ilumina su interés por los bordes de la arquitectura, aunque preferiría decir que se interesó por el centro mismo de la disciplina arquitectónica, es decir, por las arquitecturas imaginarias y fantásticas. Magnífico escritor, de un castellano limpio y claro, tan claro como sus argumentos, fue inolvidable profesor en clases y conferencias, brillante y preciso, siempre con un tono irónico muy suyo. Catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, había sido antes profesor en la Universidad Complutense y en las de Málaga y Salamanca, además de profesor e investigador en diferentes universidades y centros de investigación extranjeros como The Warburg Institute de Londres, Columbia University en Nueva York, Université de París o The Getty Center for the History of Art en Los Ángeles, entre otras muchas).
Afable, cariñoso, curioso, siempre preguntaba, lo preguntaba todo, a todos y a las cosas llamadas del arte. De su generosidad personal e intelectual sólo sé decir que aún me emociona y es su herencia viva, junto con sus libros, así como su constante compromiso por la libertad, primero las públicas y, siempre, la del pensamiento. Todavía recuerdo que, en 1980, me dedicó un poema, junto con la edición facsímil de I Quattro Libri de Palladio. Uno de los versos decía: «Que construyas con barro yo no pido...». No lo he olvidado, como también se que su ausencia es sólo fruto de un sueño, ilusoria, como las arquitecturas que le gustaban.
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