TRIBUS URBANAS
E s curioso que, de todas las tribus urbanas que acamparon en el Madrid de mi juventud, los heavys sean la única que ha sobrevivido. Parecían los más bestias, pero al final resultaron los más civilizados. En aquella película mítica llamada «Quadrophenia», los rockers y los mods se retaban a una lucha a muerte frente a la playa de Brighton, y al final, el chaval mod descubría lo dura que era la vida cuando veía al líder de su banda domesticado bajo del gorro de un ascensorista. Siempre sospeché que el plano final de «Quadrophenia» (la moto sembrada de retrovisores cayendo hacia el mar desde un precipicio) no simbolizaba el suicidio del pobre tipo, sino la imposibilidad de seguir viviendo un sueño adolescente.
Si en vez de gustarle los Who, el chaval hubiera escogido como guía a Led Zeppelin, a Deep Purple o a Whitesnake, todavía podría llevar el pelo largo y enfundarse unos pantalones vaqueros a tres atmósferas de presión.
Lo digo porque hace unos días he vuelto a encontrarme con Juanmi Rodríguez. Yo nunca fui heavy del todo, pero en mi juventud, estuve cercado por los heavys como un explorador extranjero en medio de un grupo de indios vistosos, folklóricos y pacíficos. Juanmi y yo fuimos a la misma facultad de Filología, pero, debido a unos años de desfase y a nuestra común afición por el césped, nunca coincidimos por los pasillos.
Simplemente, me sonaba la cara de aquel tío enorme, corpulento y melenudo que me tropezaba a veces en un concierto de rock, y con el que de vez en cuando intercambiaba un vago gesto de cabeza, como si los dos supiéramos que, en el fondo, éramos de la misma tribu.
Ahora, al cabo de los años, Francis, un amigo pianista, me dijo que Juanmi había fundado un grupo, Cuatro gatos, y publicado un disco llamado «La caja de música». Me hizo gracia oír el disco y ver que Juanmi seguía tan heavy como siempre. En la contraportada, cinco tíos miran a la cámara con pinta de duros. Pero todo el mundo sabe que los heavys no tienen más peligro que el doble bombo.
Por debajo de las melenas, las chupas de cuero y los anillos de calaveras, son ante todo buena gente: la única de las tribus urbanas cuya fe ha resistido intacta al desgaste de los años y los estilos. Cuando entraron a trabajar en la empresa de papá, rockers, punkies y mods tuvieron que plancharse los pelos y dejar atrás un pasado que daba grima. Además, musical y sociológicamente hablando, rockers! y punkies nunca valieron un duro. La estética de éstos siempre estuvo muy cerca del nazismo y el santo patrón de aquéllos tenía, en su casa de Memphis, un retrete de oro puro.
Pero los heavys siguen siendo heavys hasta la muerte. O hasta la calva, que es lo mismo.
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