Hazte premium Hazte premium

Libros para vencer a la Yihad

Edward Said diría que los prejuicios occidentales contra el Islam alcanzaron una de sus principales cotas cuando el lector europeo se dejó cautivar por los fantásticos viajes de Marco y sus relatos

Edward Said diría que los prejuicios occidentales contra el Islam alcanzaron una de sus principales cotas cuando el lector europeo se dejó cautivar por los fantásticos viajes de Marco y sus relatos del Viejo de la Montaña y la secta de los asesinos. Contaba el viajero veneciano que el Viejo encerraba a jóvenes aldeanos tras las altas almenas de Alamut, donde vivían una existencia feliz en un jardín edénico, permanentemente colocados en una nube de hachish, y rodeados de las más bellas muchachas. Cuando quería utilizar a aquellos felices rehenes, les arrancaba del jardín y les decía: ¿Queréis volver al paraíso? Pues tenéis que matar a tal o cual persona... Y los «assassini» corrían a cumplir su deseo.

Fantasías, sí, pero con una base real. Porque tal vez no sea casual que uno de los primeros trabajos que hicieron famoso a Bernard Lewis fuese «Los asesinos. Una secta islámica radical» (Ed. Alba) en el que aborda con rigor académico la historia de la secta de los «hashishim» o «assassini» y de Hassan i Sabah, el carismático señor de Alamut que cultivó a placer el asesinato político. La misma historia es tratada con amenidad por Edward Burman en «Los Asesinos. La secta de los guerreros santos del Islam» (Ed. Martínez Roca), que aborda el mundo de las minoritarias herejías en el que se forjó el prototerrorismo islamista en una atmósfera hermética y esotérica. En rigor, Bin Laden no es el Viejo de la Montaña; ni Al Qaida la secta de los «hashishim», por fuerte que sea la tentación de compararlos. Pero sí es interesante estudiar cómo en el Islam el atentado político nació en un gueto religioso en el que se formaba a los asesinos como a iniciados en un saber hermético, miembros de una secta secreta y devotos (fedayin) de un líder a quien obedecían ciegamente.

Aunque los trabajos que de verdad crearon polémica y dieron fama a Bernard Lewis son, entre otros, «Crisis of Islam. Holy war and unholy terror» (Ed. Random House) y «¿Qué ha fallado? El impacto de Occidente y la responsabilidad de Oriente Próximo» (Ed. Siglo XXI). Estudioso de la decadencia del imperio otomano y de las causas del atraso económico y social de buena parte del mundo musulmán, pionero en la investigación del islamismo radical, Lewis suscita pasiones y, a menudo, una furiosa animadversión entre los musulmanes por la intensidad con que subraya que su pérdida del tren de la modernidad no ha sido responsabilidad de Occidente, sino del aislamiento y de la arrogancia intelectual en que ha vivido el Islam en los últimos siglos. A Lewis no le convencen en absoluto las tesis tercermundistas que tanto han alimentado el masoquismo occidental. E insiste en que el extremismo ha tenido una de sus principales fuentes en el resentimiento sembrado por quienes achacan todos los males del Islam a la entrada de Occidente en su mundo.

Pasión neocon

Lewis ha sido proclamado por los neocon de Bush como su arabista de bandera. Puede que incluso él haya coqueteado con algún que otro neocon. Pero lo cierto es que sus investigaciones se inscriben más bien en la más clásica corriente liberal. Asegurar que la culpa histórica no es de Occidente tampoco equivale a dar carta blanca a cualquier acción futura de una potencia occidental.

El eterno contradictor de Lewis ha sido Edward Said, con quien mantuvo una de esas polémicas prolongadas a lo largo de toda una biografía. Y el clásico de Said es «Orientalismo» (Ed. Debate) que, aunque no aborda directamente la yihad islamista, debe ser citado aquí como complemento imprescindible de la visión de Lewis. Curiosamente, el reproche de Said es el mismo de Lewis: la autoafirmación, el sentimiento de superioridad cultural, el desprecio y el temor de lo ajeno, la incapacidad para aprender de otra civilización. Sólo que uno lanza su diatriba contra el Islam y otro contra Occidente. Said podría ser etiquetado de «tercermundista», pero no sería justo despacharlo de un plumazo. No era un indocumentado, sino un profesor de literatura comparada que combinaba la carga pasional con una sólida formación académica.

El seguidor más polémico de Said es John Esposito, cuya obra «Islamic threat, myth or reality?» (Oxford University Press) enfatiza que Occidente se deja guiar por ancestrales prejuicios cuando contempla el Islam como una civilización monolítica. Esposito es también de los que levantan pasiones, muy a menudo en contra, aunque en su caso éstas vienen sobre todo de los sectores más conservadores. Contra Esposito se levanta la voz de David Cook quien en «Understanding Jihad» (University of California Press) aborda la controversia de si la yihad es un concepto «espiritual» o un llamamiento a la guerra de civilizaciones. Cook, que es de los que creen que Esposito no es más que un ingenuo (en el mejor de los casos), se inclina más bien por considerar que la yihad idealiza la guerra y le da una dimensión «espiritual» que la hace tanto más peligrosa al servir de metafísica justificación de la violencia.

El profesor Lewis fue también el primero en acuñar la fórmula «Choque de civilizaciones» que después haría fortuna en la obra homónima de Samuel Huntington (Ed. Paidós). Un ensayo que, más allá de su contenido, ha creado una nueva categoría en la evaluación de las relaciones internacionales. Se puede o no estar de acuerdo con su teoría de que tras la guerra fría las líneas de enfrentamiento ya no son económicas o ideológicas, sino civilizatorias. O con su apotegma de que las fronteras que dividen a las civilizaciones pueden convertirse en los frentes de batalla del futuro. Lo cierto es que la controversia probablemente nos acompañará a lo largo de todo el siglo XXI. Parece claro que los islamistas radicales asumen la teoría sin necesidad de leer su obra. Aunque el propio Huntington se apresuró a señalar que su ensayo no debía ser utilizada para justificar intervenciones como la guerra de Irak.

Una obra imprescindible para comprender el origen de muchos de los males que nos afligen es el clásico de Ahmed Rashid «Los Taliban» (Ed. Península) sobre la yihad nacida en Afganistán, la conquista del poder por la familia más alucinada del islamismo y la instalación de Bin Laden en aquel país. Da qué pensar la circunstancia de que tantas de las calamidades del presente se remonten a ese recóndito rincón del mundo. Aunque tal vez sea su lejanía la que facilitó que se pudriera la situación sin que nadie reparase en ello. Cuando las tropas soviéticas se retiraron de Afganistán, el mundo perdió su interés por ese país. Pero fue entonces cuando se fraguaron muchos de los fenómenos que condicionarían nuestro futuro. Rashid fue uno de los poquísimos periodistas que dieron cuenta puntual de aquellos días. Para cualquier genealogía del fanatismo islamista su obra es fundamental.

Autor de referencia es Gilles Kepel, todo un precursor, uno de los primeros que llamaron la atención sobre el fenómeno de esos suburbios de las grandes ciudades europeas que están mucho más cerca de los arrabales de Argel o El Cairo que de París o Londres. Así lo explica en «Al Oeste de Alá. La penetración del Islam en Occidente» (Ed. Paidós) en el que alerta sobre la proliferación de unos guetos segregados del resto del cuerpo social en los que un imán salafista puede tener mucha más influencia que la escuela, la ley o el Estado.

Su investigación «La Yihad. Expansión y declive del islamismo» (Ed. Península) ha sido en los últimos seis años una referencia ineludible. La obra se presenta como una sinopsis divulgativa e histórica para orientarse en el laberinto de las diversas doctrinas que han alimentado el islamismo del siglo XXI. Kepel no se limita a glosar el nacimiento y expansión de los Hermanos Musulmanes, sino que presta también mucha atención a escuelas que parecían periféricas, como la deobandi o distintas corrientes del salafismo, que han tenido una sustancial influencia en el movimiento.

Podría decirse que el autor se equivocó plenamente cuando concluyó en su libro que el islamismo estaba en retroceso y condenado a integrarse o desaparecer. Tenía difícil dar continuidad a su obra tras el 11-S. Pero entonces fue cuando dio una espectacular pirueta en el trapecio y publicó «Fitna. Guerra en el corazón del Islam» (Ed. Paidós) donde cuenta cómo, tras fracasar en su intento de levantar a las masas, el islamismo radical se hizo fuerte al reorientar su guerra en contra de un enemigo lejano, casi metafísico. Una contienda en el fondo no muy diferente a la seguida por los más esotéricos apóstoles de la secta de los históricos «hashishim» a «assassini». La obra se abre con un impecable estudio del pensamiento neocon norteamericano, para explicar a continuación cómo se metieron éstos en un callejón sin salida al aplicar mecanismos de guerra fría a la «guerra contra el terrorismo» o al tratar a Al Qaida como a un «Estado canalla». A partir del análisis de la profusa literatura islamista aparecida en los últimos años, el libro se extiende también en la otra de las muy fundadas obsesiones del autor: la paulatina conversión de cada vez más barriadas de Europa en «tierra del Islam» y la labor que a tal efecto llevan a cabo los «salafistas-pietistas» -apartados de la vía armada, pero ultraintegristas practicantes de la «taqiya» o disimulo para vivir en la liberal Europa como en el gueto más fundamentalista del mundo. En esta misma vía de investigación se inscribe la obra de Oliver Roy «L' Islam Mondialisé» (Ed. Seuil) en el que se estudia la aparición de un nuevo neofundamentalismo que sustituye al movimiento de viejos integristas cada vez más integrados e institucionalizados. Un neofundamentalismo que ya no promueve revoluciones nacionales, sino la preservación de un Islam ultrarrigorista por encima de fronteras.

Y para concluir esta atípica bibliografía, un recuerdo para una pertinente obra literaria, la «Historia Universal de la Infamia» de Jorge Luis Borges (Alianza). En ella se encuentra la historia de «Hakim, el velado», inspirado en uno de aquellos jefes de «assassini» a quienes antes aludimos. El velado cuenta a sus seguidores que no pueden verle el rostro porque quedarían cegados por el resplandor que éste emana tras haber contemplado al Divino. Hakim es un fanático, un resentido que detesta la vida y los espejos que la reflejan, y que promete una existencia de penas y penitencias. Pero cuando el velado perdió su primera batalla alguien se atrevió a quitarle la máscara. Y se descubrió entonces que lo que escondía era el corrupto rostro de un leproso. Sólo hubiera hecho falta que uno de los suyos se atreviese a romper el velo para que se detuviera tanto fanatismo.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación