El asombro de «Lo sagrado hecho real»
En los últimos meses en Inglaterra hemos tenido el privilegio de contar con una asombrosa exposición, The Sacred Made Real , en nuestra Galería Nacional, en Charing Cross Road. Es la muestra religiosa

En los últimos meses en Inglaterra hemos tenido el privilegio de contar con una asombrosa exposición, The Sacred Made Real , en nuestra Galería Nacional, en Charing Cross Road. Es la muestra religiosa más importante que se ha expuesto jamás en Inglaterra, y ha conmocionado a un par de personas, en concreto a una dama alemana judía que es una de mis mejores amigas. Pero también a un pariente cercano que es un anglicano responsable y decidió que no le gustaba antes de verla.
Es una pena que en Londres siga habiendo algunas personas que no han tenido la fortuna de haber estado en la Semana Santa de Sevilla. Si hubieran estado, recordarían haber visto la gran efigie de Cristo llevando la cruz, el Cristo de la Pasión de Juan Martínez Montañés, que normalmente está en la iglesia de El Salvador en el casco antiguo de Sevilla, y que el Jueves Santo es portada por 42 costaleros a través de las maravillosas callejuelas de Sevilla, y finalmente a lo largo de la calle Sierpes y por delante del Ayuntamiento hasta llegar a la Catedral.
Este Cristo se balancea de un lado a otro mientras es transportado sobre su paso, confiriéndole a la escultura, como explica en el catálogo el culto comisario de esta exposición, Javier Bray, «una desconcertante sensación de vida, como si las calles de Sevilla se hubiesen transformado en las de Jerusalén».
Esta gran exposición empieza con Montañés, «el dios de la madera», como le llamaban, y continúa con él y Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez, que colaboró en un excelente San Jerónimo penitente para el monasterio de San Isidoro, una fundación que en la época de Velázquez pertenecía al duque de Medina Sidonia, y que albergó el cuerpo de Hernán Cortés durante algún tiempo. El místico San Juan de la Cruz, que -como nos recuerda Bray- pasó parte de su juventud en el taller de un escultor, escribió acerca del valor de estas esculturas policromadas para inspirar reverencia hacia los santos representados. Pacheco, claro está, es conocido por su Arte de la pintura, publicado póstumamente en 1649. Defiende la extraordinaria noción de que el trabajo de un escultor es imperfecto hasta que un pintor lo completa. Pacheco, por ejemplo, habría considerado carente de vida la escultura de madera sin pintar de San Francisco, de Montañés, que está en el convento de San Francisco en Cádiz.
Estos dos maestros, Pacheco y Montañés, también colaboraron en una asombrosa representación de Francisco Borgia, duque, virrey, general jesuita y, finalmente, santo. Él fue el jesuita que envió a los primeros miembros de su orden a Hispanoamérica. Junto a él se encuentra San Ignacio, creado por las mismas manos brillantes. También podemos ver obras de Alonso Cano con lágrimas y sangre cayendo de unas magníficas facciones, algunos Zurbarán admirables (San Serapio es especialmente extraordinario) y de éste último, un asombroso San Francisco de pie en éxtasis, traído de la Catedral de Toledo. Hay un Velázquez de Cristo tras su flagelación contemplado por el alma cristiana que proviene de nuestra Galería Nacional; y un retrato de Montañés pintado por Velázquez que procede de El Prado, en el que vemos al escultor trabajando en un busto del Rey Felipe IV. Bray sostiene que Velázquez le debe mucho a la escultura aunque él nunca esculpiese, a diferencia de Alonso Cano, un destacado aprendiz de Pacheco que esculpió y pintó con un estilo excelente.
No debemos olvidarnos de Juan de Mesa, que trabajó con Montañés y cuyo gran Cristo en la cruz sigue portando durante la Semana Santa la cofradía del Cristo del Amor, desde la iglesia de El Salvador hasta la Catedral.
La mayoría de las efigies importantes son esculturas policromadas de Cristo o de santos. Algunas de ellas no tienen gran relevancia si se consideran individualmente (y me refiero, entre otras, a la Visión de San Bernardo de Clairvaux, de Alonso Cano, normalmente en El Prado, y a la Virgen de los Dolores de Pedro de Mena, en Málaga) pero, reunidas en esta gran exposición, le hablan al provinciano estudiante inglés de todo un mundo que hasta ahora había ignorado. En la trágica cara de Cristo, o el rostro torturado de un santo olvidado, realmente aprendemos sobre el sufrimiento y el dolor de un modo inimaginable en la cultura angosajona. La Galería Nacional, bajo la dirección de Javier Bray, ha abierto una dimensión realmente nueva.
Nos marchamos envidiando a la gente de Valladolid por poder ver el Viernes Santo el Cristo en la columna de Gregorio Fernández, que es portado por las famosas calles de esa ciudad, y deseando volver a la iglesia de San Esteban, cerca de la Casa de Pilatos en Sevilla, donde se puede contemplar una extraordinaria colección de santos de Zurbarán. Y cómo no, también está en esta exposición la genial Virgen de la Piedad de ese maestro, pintada para el monasterio de Las Cuevas, a las afueras de Sevilla en dirección oeste. Aquí, los blancos hábitos de los cerca de doce monjes están representados con un realismo asombroso. No puedo sentir indiferencia ante el cuadro de San Hugo en el refectorio (que, debo añadir, no está en la muestra), que pretende simbolizar la abstinencia y está ahora en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Pero posiblemente, el más conmovedor de los cuadros de Zurbarán que hay en la exposición sea el retrato del mártir inglés del siglo XII Peter Serapion, pintado para la iglesia de la Merced de Sevilla y ahora en Hartford, Connecticut.
Lord Thomas de
Swynnerton
es historiador
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