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ABC Cultural

Lo profundo de «London River» y lo superficial de «Chéri»

Michelle Pfeiffer era la gran atracción del día y llegó con una de las películas favoritas, «Chéri», de Stephen Frears, y no debería haber razón alguna que nos obligue ahora a colarle algo por delante, salvo la sospecha de que «London River», de Rachid Bouchareb, que abrió ayer las proyecciones a concurso, tiene todas las papeletas de llevarse un premio gordo, tan gordo como el Oso o, al menos, el de interpretación femenina para Brenda Blethyn, que es otra geografía y otra historia distintas a las de Michelle Pfeiffer, pero que lo borda, la mujer, en ese personaje de madre que busca a su hija entre la confusión y la tragedia tras el atentado terrorista en Londres de julio de 2005.

De un modo inteligente, parsimonioso, medido y emotivo, Rachid Bouchareb hace coincidir en esa búsqueda a un musulmán, africano, que vive en Francia y que también busca a su hijo. Ambos personajes, muy alejados entre sí, y maravillosamente trazados tanto física como químicamente, encuentran diversas circunstancias e ideas en esa búsqueda conjunta que los va acercando sensiblemente. «London River» fue muy, muy aplaudida, por diversos motivos, aunque los más evidentes eran el uso del buen cine para la narración de la buena causa. Aquí, en el tablón de las apuestas, se acepta hasta doble contra sencillo que nos la tropezamos en unos días en el palmarés.

Cortesanas de lujo

Y ahora, ya sí, pista para Michelle Pfeiffer, deslumbrante en su nuevo encuentro con el director Stephen Frears y el guionista Christopher Hampton tras aquellas irrepetibles, aunque repetidas, «Amistades peligrosas». Aquí usan una obra de Colette para situarse en la belle époque, aquellos días en los que las cortesanas de lujo eran el escalón social que precedía al de los reyes y emperadores en aquella Europa pre bélica. Pfeiffer es Léa Lonval, la mejor, una mujer a la que se le sujetan las perlas sin necesidad de cordón, maestra en las más bellas artes y con un alumnado grande, único, de Gotha, aunque su gran lección se la dará al hijo de una compañera de «doctorado», papel que interpreta vorazmente Kathy Bates, con los pechos en lucha con la barbilla y con una malicia sólo superada por la propia Pfeiffer. Las escenas fulminantes entre ambas es lo mejor de la cinta, junto a todo ese amargor concentrado en la pugna de la belleza que se va con la que llega.

Hay guión, hay diálogos que chisporrotean, hay una fascinante descripción de época, de clase, de movimientos de piezas..., hay una desgastada historia de amor eterno entre esa mujer sabia y ese muchacho echado a perder entre las licencias de la época y los pliegues del amor maduro. Hay sentido del humor y de la ironía en el modo de mirar un mundo a punto de irse por el desagüe y unos personajes camino de su mausoleo. Ahora, la película se llama «Chéri», como la obra, y no tiene la brillantez maliciosa de «Las amistades peligrosas», aunque su protagonista, Michelle Pfeiffer, sí pueda competir en hermosura y atractivo con aquella de veinte años antes.

Y hubo aún más en la competición, un Chen Kaige que, como Frears, se relamía la herida de su gran éxito, «Adiós a mi concubina», con un proseguimos quince años después en «Forever enthralled», donde continúa con su precisa amalgama entre la historia de China y la del maestro de ópera Mei Lanfang. Dura dos horas y media y es prácticamente insoportable, aunque de una factura hipnótica, con planos de luz abrazadora y una coreografía interior magnética. Cada vez que el protagonista canta en falsete (actuaba travestido de mujer) y suena el guitarrillo, que es constantemente, uno empieza a hacerse preguntas trascendentales. Ni siquiera la presencia de la actriz Zhang Ziyi es un consuelo, pues más bien le echa leña al fuego con sus propios cánticos, y eso.

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