La unión de las dos orillas
El arquitecto español Manuel Alberto Palacio Elisagüe ideó hace más de un siglo el primer puente colgante del mundo, entre los municipios de Guecho y Portugalete. En mayo se hará realidad la primera Asociación Mundial de Puentes Colgantes, bajo la presidencia de honor del Rey
Unir a las gentes de las dos orillas de grandes ríos navegables sin impedir el paso de barcos. ¿Cómo? El arquitecto español Manuel Alberto Palacio Elisagüe ideó hace más de un siglo el primer puente colgante del mundo para acercar a las poblaciones de lo que hoy son los municipios de Guecho y Portugalete, en las proximidades de la desembocadura del río Nervión. Su idea fue hecha realidad por el francés Ferdinand Arnodin, discípulo de Eiffel, en 1893, con el apoyo económico de Santos López de Letona. Cuatro torres y un travesaño situado a 45 metros de altura, que sustentaba los elementos de tracción de una barquilla. Ésta, en su origen, tenía dos bancos bajo techo en sus laterales para los pasajeros de primera clase (10 céntimos) y un espacio abierto en el centro, a 5 céntimos el viaje sin derecho a asiento.
Así se escribió la historia en sus inicios, en ese verano de 1893. Así se hizo realidad esa idea de Alberto Palacio, que con los años traspasaría fronteras. Hoy, la vida vista desde un puente colgante sólo se puede contemplar en siete espacios más, en otros cuatro países: Francia, Gran Bretaña, Alemania y Argentina. Ha pasado más de un siglo, muchas generaciones, miles de millones de personas fueron cómplices de estos llamados hoy puentes colgantes transbordadores. Han contribuido a esa unión de gentes de las dos orillas, al desarrollo de los pueblos, al encuentro de ideas. Y también fueron víctimas de las sucesivas guerras, de la destrucción e incluso del abandono.
Ocho se mantienen en pie. Mantienen el brillo en sus ojos, la luz de su mirada día y noche entre la nostalgia y el futuro. Ocho anclados aún a la tierra que los vio nacer, hierro o acero, y sus travesaños amparados por el horizonte que se contempla desde sus alturas y los ríos que bañan sus pies. Son, pues, pasado y futuro, tierra madre y aventura, monumentos históricos y, ahora también, atracciones turísticas. Desde Rochefort sur Mer al barrio de la Boca, en Buenos Aires; de Francia a Argentina y, entre ambos, Newport, Warrington, Middlesbrough, Osten, Rendsburg. Pero primero, y razones de edad le avalan, el Puente Colgante de Vizcaya. Y es que desde Vizcaya ha germinado la Asociación Mundial de Puentes Colgantes Transbordadores, con una idea entre sus fines: la unión de las dos orillas.
Ferdinand Arnodin fue la persona que, hecho realidad el sueño en la desembocadura del río Nervión, trasladó la idea a Francia. Rouen, Nantes, Martrou-Rochefort, Brest, Marsella y Burdeos. Todos, menos los puentes de Rochefort y Nantes fueron víctimas de la II Guerra Mundial. Nantes tuvo una vida de medio siglo, siendo demolido en 1958, y Rochefort sobrevive a más de un siglo de vida, desde ese 29 de julio de 1900 que le vio nacer.
Otros trece puentes han existido en algún momento en el corazón de las personas más próximas. Muchos en Gran Bretaña, algunos en Alemania y Argentina, y un ejemplo de ellos llegó a Estados Unidos y Brasil. Medio penique les costó a cada una de las ocho mil personas que fueron testigos de la apertura del puente de Newport, su paso al otro lado del río Usk. Eso sucedió en 1906, y como en el caso español y francés, detrás estaba Ferdinand Arnodin. Newport sobrevive casi cien años después, como Warrington y Middlesbrough, y en Alemania subsisten Osten y Rendsburg. Newport y Osten son dos de los mejores ejemplos del turismo asociado a la historia, mientras que Rendsburg es algo más, mucho más. Hoy, ese travesaño contempla día tras día el paso del tren. O lo que es lo mismo, una doble vida: arriba, más cerca del cielo, una vía férrea; abajo, junto al agua, una barquilla de dos pisos para pasar al otro lado.
Es la historia, a grandes trazos, de murallas rotas gracias a la idea de un hombre, de vidas entrelazadas a pesar de las aguas. Es la historia de un ingenio que regaló vida a los habitantes de las dos orillas, que aportó tiempo al tiempo. Y ahora, ciento diez años después, nace la Asociación Mundial de Puentes Colgantes Transbordadores, bajo la presidencia de honor de Su Majestad el Rey, que ha aceptado la petición realizada por Javier Cardenal, presidente del Puente de Vizcaya.
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