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Scientia locuta, causa finita

PARECE una constante en el comportamiento humano que cuando una sociedad se va secularizando, en el sentido de que deja de creer en la trascendencia y disminuye la influencia de esa creencia en el comportamiento cotidiano, busca elementos sustitutivos que unas veces pueden ser de naturaleza mágica, otras de índole gnóstica o de cualquier otra procedencia. Ahora, entre nosotros, la fe en un Dios creador y origen de la dimensión ética del ser humano va siendo sustituida por la fe en la ciencia, y no precisamente en las llamadas ciencias humanas, sino en aquéllas que se relacionan con lo empírico y el ámbito del positivismo experimental. La función catequética, otrora correspondiente al sacerdocio consagrado, es asumida por científicos experimentales que nos dicen cómo nos hemos de comportar, qué hemos de hacer y qué acciones hemos de evitar. La expresión del paradigma científico -cuando es la mayoría de la comunidad científica quien lo mantiene- ya no es una proposición susceptible de ser sometida a debate y crítica, sino que se convierte en un artículo de fe: ha de ser creída, sin más. Valgan dos ejemplos. Si el lector tiene la curiosidad de acercarse a una hemeroteca y consultar la prensa de hace una década, verá que todos los medios de comunicación se hallan llenos de un aviso casi apocalíptico acerca del crecimiento del llamado agujero de la capa de ozono, con advertencias tétricas sobre el futuro que nos esperaba. A los turistas nórdicos, dispuestos a encontrar entre Benidorm y Torremolinos el dulce arrullo del sol, se les advertía poco más o menos que iban a quedar como sencillas gambas chamuscadas en la asadora, por la acción de la libre radiación solar. Las empresas sustituyeron los aerosoles por otros mecanismos distintos, de modo que la cotidiana espuma de afeitar ya no surtía vibrante y fogosa del tubo, sino suave y lentamente, porque se había cambiado el mecanismo, y un largo etcétera. Resulta que últimamente la CSIRO -una reputada agencia oficial australiana experta en el fenómeno- nos anuncia que el dichoso agujero se ha reducido, sin que sepamos muy bien la causa por la que se extendió y aquélla por la que ahora se reduce. Pero de esta novedad nadie habla en los medios, por la sencilla razón de que se pondría en ridículo el oráculo científico de los años noventa.

Ahora andamos en un caso semejante con el tema del calentamiento global. Cualquier científico que se atreva a someter a debate la afirmación de su existencia corre el riesgo de ser proscrito de toda publicación científica «seria». El calentamiento se ha convertido en una verdad apodíctica. ¡Y punto! Aunque quien esto escribe no es experto en la materia, sí es aficionado a buscar en fuentes históricas fenómenos extraños que ha ido sufriendo el clima a lo largo de la historia. En una época determinada (segunda mitad del siglo XVIII), el Támesis se helaba (también se helaron el Ebro y el Turia) y de ello hay testimonio gráfico de pintores y grabadores; y después dejó de helarse. Este frío polar de finales del XVIII contrasta con las gravísimas olas de calor y sequías de mediados del XVII y principios del XIX en España, o con las tremendas inundaciones que en ciclos de 60 a 80 años sufren nuestras ciudades mediterráneas desde el tiempo de la vieja Roma.

Quiero decir con todo ello que pretender establecer una afirmación incontestable sobre comportamiento de la meteorología, con perspectivas de actuación humana de dos o tres décadas (o incluso de un siglo) me parece una temeridad, dicho ello desde mi propia osadía de inexperto aficionado. En todo caso, lo que me cuesta asumir como persona dotada de razón crítica es la metodología sensacionalista con la que se está abordando el tema del clima, desde los noticiarios cotidianos de la televisión o desde las prédicas irrebatibles de ciertos gurús del neoapocalipsis. Si el año que viene entraran en erupción unos cuantos potentes volcanes en nuestro planeta, por efecto de sus emanaciones, se cribaría la acción del sol y pasaríamos del presunto calentamiento al real enfriamiento. Así son las cosas.

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