MANUEL MELER, ADIÓS A UN GRAN CABALLERO
Manuel Meler Urchaga fue nombrado por el Gobierno en enero de 1971 el primer Cónsul General Honorario de la República de Indonesia en Cataluña con sede en Barcelona, cargo que asumió durante 32 años; fue durante dos décadas presidente y director general de Tabacos de Filipinas, abogado, diplomático, desempeñó importantes cargos, mereció distinciones como Infanzón de Aragón, la Gran Cruz al Mérito Civil, la Medalla de Plata al Mérito en el Trabajo y numerosas condecoraciones de distintos gobiernos que le dieron el tratamiento de Excelentísimo, Ilustrísimo y Honorable. ¿Usted lo sabía?. Seguramente no. Tuvo la grandeza de la sencillez. Incluso ha muerto dormido. Para no molestar. El funeral será mañana, a las 12.15, en el tanatorio de Les Corts.
Un ejemplo de su señorío. Hace años le propuse escribir su biografía. Respondió: «La idea me gusta y por mi trabajo tengo muchas e interesantes vivencias, pero creo que no debo opinar de los demás, decir quien tuvo una actitud incorrecta... quizá se encontraba mal, estaba enfadado por algo... No puedo juzgar a nadie, no es justo». Y publicamos sus memorias basadas en anécdotas.
Nunca tuvo problemas con nadie. Sabía el valor del diálogo, no el de la discusión. Solo tenía amigos. El españolismo le idolatraba. En las asambleas le pedían que interviniera y era ovacionado antes y después. Su palabra era docta. Ahora presidía el Senado. Pero sólo aconsejaba si se lo pedían. Siempre eludió protagonismo. Su organismo estaba castigado, los cargos, la responsabilidad, continuos viajes por el mundo... sufrió catorce intervenciones quirúrgicas, varias coronarias y el mayor impacto, en marzo de 1977, fue la muerte de Irene, su esposa, de la que siempre ha estado profunda, intensamente enamorado. Lo soportó por su fuerza mental y, sin duda, la ayuda del recuerdo.
Manuel antepuso siempre el valor humano a la escala social. Valga el ejemplo de que vino a almorzar algunas veces a mi casa. Hablamos mucho telefónicamente. La última vez fue hace justo seis días. Quedamos en vernos esta semana. Era un placer hablar con él, cultura y humanismo, era continuo aprendizaje. Ya sólo podré verle yo... como no hubiera querido hacerlo nunca. Sí, es verdad, algo se queda en el alma cuando un buen amigo, una gran persona, se va.
JOSÉ ANTONIO LORÉN
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