Cuando Barcelona se reveló

A las once y media del domingo 10 de noviembre de 1839 una expectante comitiva se congregó en el terrado de una de las casas de la plaza de la Constitución -hoy plaza del Palacio-. Encabezados por Ramón Alabern, discípulo de Daguerre e introductor de su invento en España, allí estaban los señores Mer, Roure y Pere Felip Monlau, conocido médico higienista, autor de tratados de retórica y conspicuo liberal.
Tras las explicaciones de Alabern, a la una menos cuarto tuvo lugar el prodigio. Como recuerda José Coroleu en sus Memorias de un menestral, tras colocarse la plancha previamente preparada en la cámara, se extrajo a los veinte minutos. Despojada de la placa sensible apareció limpia y brillante la hermosa vista de la casa del indiano Xifré.
«Prueba de su indocilidad»
Corresponsal en París de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, Monlau había remitido meses atrás dos estudios sobre las potencialidades del invento de Daguerre: la Academia adquirió a Alabern una cámara por 1946 reales de vellón. El 8 de noviembre el diario El Constitucional anunciaba la demostración pública del invento: «Si el tiempo lo permite, se sacarà la vista de la Lonja y de la manzana de casa Xifré, por el nuevo método del Daguerrotipo...» La singular experiencia requería «que los espectadores que se hallen en los balcones y ventanas de la Lonja y de la citada casa de Xifré se retiren durante los pocos minutos que la plancha estarà expuesta al foco de la cámara oscura. Se ruega pues a dichos espectadores que se retiren al oír el primer fusilazo, pudiendo volver a sus puestos luego que oigan el segundo. La exactitud de la operación es tal, que si algún espectador se desentiende de este ruego quedarà indeleblemente marcada la plancha la prueba de su indocilidad».
El «daguerrotipo» histórico de la Barcelona de 1839 muestra una ciudad agotada por las «bullangues» y las movilizaciones de milicias contra un carlismo levantado en armas desde 1833. Asfixiada por sus murallas, la ciudad acaba de sufrir una epidemia de cólera morbo que arrojó 3.344 muertos.
Volvamos al terrado de la plaza de Palacio. Una banda militar ameniza la primera imagen fotográfica de España. El jueves 14, Alabern y Monlau sortean la plancha del primer daguerrotipo. El ganador llevaba el número 56, pero nunca se llegó a conocer su identidad. La Academia organiza un curso práctico de daguerrotipo. Alabern abre establecimiento en Barcelona. El invento se propaga, «no habiendo prójimo ni prójima que no se pirrase por ser reproducida en el cristal su vulgar efigie». Alabern capta el Palau Moja y el químico Arrau indaga en la proporción de luces y sombras en una vista de Barcelona desde los muelles. Desde su exilio en París, Pere Mata traduce al castellano los textos de Daguerre.
«Abajo las murallas»
Derrotados en Bilbao, los carlistas se retiran. En agosto de 1840, tras el «abrazo de Vergara», repican las campanas, se oficia un Te Deum y hay baile en La Patacada de la calle de las Tapias. La propuesta urbanística de Monlau ¡Abajo las murallas! gana el concurso municipal sobre las ventajas que reportará a la ciudad y «especialmente a su industria» la demolición de las murallas. El higienista sueña, como Cerdà, con una Barcelona refundada, próspera y saint-simoniana. La industria textil se extiende por el Raval... Entre el vapor nacen los primeros sindicatos. El cosmopolita Monlau vislumbra una Barcelona que «rivalizará con París, con Londres, con todos los grandes centros de población», capaz compartir capitalidad con Madrid. Charles Lebon dota a la ciudad de iluminación a gas. En los solares de los conventos calcinados por la bullanga del 35 crecerá la Plaza Real y el Gran Teatro del Liceo... Barcelona se rebela y se revela.
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