El dolor de la «grandeur»
Salamandra publica «Suite francesa», el testamento literario de Irène Nèmirovsky, una escritora judía asesinada en Auschwitz cuyas hijas descubrieron esta obra en un cuaderno marrón

TEXTO: TRINIDAD DE LEÓN-SOTELO
MADRID. Hay novelas en las que las palabras, con la fuerza de una tormenta devastadora, recogen no sólo hechos históricos, sino lo que para infinidad de seres significan. La historia cobra entonces la forma de personas, situadas en el centro del horror, allí donde las reacciones de quienes han decidido la guerra, se tornan imprevisibles. Intolerancia, cobardía, desprecio por el sufrimiento ajeno forman una argamasa que aunque reciba por parte de las víctimas, unas gotas de dignidad, no pueden nada contra la masa maldita.
En «Suite francesa» (Salamandra) es Irène Némirovsky, la encargada de narrar, aunque en forma novelada, el terror que ella y su familia sufrieron en los años 40, cuando el Tercer Reich se adueñó de Francia. La escritora había gozado de prestigio en el periodo de entreguerras, hasta el punto de ser admirada por Cocteau, Morand, Kessel y Brasillach, entre otros. Nacida en Kiev en 1903, de padres que disponían de una gran fortuna -a la cabeza del progenitor, le pusieron precio los bolcheviques-, decidieron dejar Moscú y trasladarse a París. Hija única recibió una educación extraordinaria y se licenció en Letras en La Sorbona.
Conversión al catolicismo
Era judía, pero en más de una ocasión dio muestras de antisemitismo, incluso en su libros. Cuando el hedor y el sonido nazi comenzó a ser insoportable, Irène que ya se había convertido al catolicismo junto con Denise y Elisabet, hijas nacidas de su matrimonio con el también judío Michael Epstein, formaron parte de la riada humana que abandonaba la capital francesa. Ella veìa a Francia como una sociedad sin rumbo y la verdad es que los franceses no salen bien parados en su libro póstumo. La escapada para la novelista y su familia era obligada. Ya había visto la publicación y venta de sus libros prohibida; sus cuentas, bloqueadas; la posibilidad de trasladarse de un sitio a otro sin permiso, negada. Por si fuera poco, a su marido lo echaron de su trabajo en la Banque des Pays du Nord. Para salvar o proteger sus vidas acabaron en Issy-l´Évêque.
Cuando escribió su primer libro, «David Golder», lo envió a Bernard Grasset, pero no incluía nombre ni dirección, sólo un apartado de correos. Tan difícil le puso las cosas al editor, que éste publicó un anuncio en la prensa invitando al autor de la obra a darse a conocer. Aquel libro le dio celebridad; su novela póstuma, «Suite francesa» fue el milagro de la lucha por la superviviencia.
La novelista comenzó a escribirla con la sensación, tan lógica, de que se enfrentaba a su testamento literario. De hecho, en carta a su editor, le dice que ha «escrito mucho para pasar el tiempo» . El 13 de julio de 1942, gendarmes franceses la detienen. Tres días más tarde la envían al campo de concentración de Pithiviers. El 17 de julio, el convoy número 6 la conduce a Auschwitz, fecha en la que la asesinan, cuando contaba 39 años. Aunque católica, nunca obtuvo la nacionalidad francesa, detalle que jugó en su contra.
Pasó el tiempo y sus hijas guardaron siempre el cuarderno marrón de su madre -de hecho, le sirvió de almohada a Denise durante una enfermedad. Por fin, lo leyeron gracias a una lupa y descubrieron que era una obra terminada. En los años setenta tras la inundación del piso de Denise, ésta logró salvarlo, y junto con su hermana decidieron donarlo al Instituto Memoria de la Edición Contemporánea. En abril de 2004, «Suite francesa», fue publicada y meses más tarde mereció el premio Renaudot. Ahora va a traducirse a 18 idiomas. En este libro escribe, en referencia a Francia: «¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza observémoslo mientras pierde el honor y la vida». Lúcida hasta el final manifiesta a través de un personaje: «Lo que agoniza no es sólo Francia, sino el Espíritu».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete