Mourinho, el mesías del ser superior
La semana en que Rafa Nadal apuró en Roland Garros sus opciones de recuperar el número uno mundial, que Pau Gasol atrapó su tercera final de NBA consecutiva y anunció su no participación en el Mundial
La semana en que Rafa Nadal apuró en Roland Garros sus opciones de recuperar el número uno mundial, que Pau Gasol atrapó su tercera final de NBA consecutiva y anunció su no participación en el Mundial de Baloncesto de Turquía, que Alejandro Valverde fue suspendido dos años por el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) por su presunta implicación en la Operación Puerto, que Edurne Pasabán regresó del Himalaya después de completar su colección de ochomiles... y que la selección española de fútbol afinó su preparación para la cita de Suráfrica, el hombre de las portadas fue, en cambio, José Mario dos Santos Félix Mourinho, el flamante nuevo entrenador del Real Madrid, el técnico campeón de Europa, el castigador del F. C. Barcelona, el tipo que provoca que suba el precio del pan cuando abre la boca, el «special one», el mesías que el ser superior (Florentino Pérez) ha fichado para acabar con la supremacía del eterno rival.
El fútbol -este fútbol: el de Florentino, Mourinho y el Real Madrid- acaba por fagocitar incluso otras noticias en las tertulias de los medios de comunicación y de los bares, como las medidas del Gobierno para tratar de paliar la crisis. Se discute de la filosofía de este portugués nacido en Setúbal hace 47 años más que de la reforma del mercado laboral. Pero no de su filosofía sobre el fútbol, que sería lo lógico, sino sobre aspectos más trascendentes: la familia, la religión, la amistad, las relaciones personales... la vida, en definitiva. El tipo ha adquirido en poco tiempo la categoría de oráculo y cada frase suya es analizada con lupa.
«Yo soy muy de Mourinho», afirman solemnemente periodistas hechos y derechos en la radio. Los jugadores merengues anticiparon su llegada enviándole muestras de cariño (la técnica de «apoyamos al que está y admiramos al que viene» es un clásico en este deporte). Los que ya le han tenido de patrón han agotado el género en las floristerías. Todo el mundo le quiere, le teme, le admira. Los hay que le conocen «de toda la vida», como aquellos testigos directos de mayo del 68 que nunca estuvieron en París durante los días de autos. La simpatía también se salpimenta con celos (Javier Clemente: «Llevo 25 años diciendo que lo importante es ganar, pero como no he entrenado nunca al Real Madrid no me hacen tanto caso»). Y las féminas ya le han cogido el puntito: no sólo le ven «interesante», sino que algunas, incluso, le ven «sexy» con su barba de tres días, sus canas y ese gesto entre duro y desvalido. «Mou» no deja indiferente a nadie.
Mediocre jugador, gran técnico
Mourinho mamó el fútbol. Su abuelo fue presidente del club Vitoria de Setúbal; su padre jugó de portero -llegó a ser internacional- y, más tarde, ejerció de entrenador. Cuentan que el joven José le ayudaba espiando a los equipos rivales y elaborando exhaustivos informes. Su carácter perfeccionista en el apartado técnico y sus escasas habilidades en el manejo del balón desnivelaron la balanza. Intentó hacer carrera como defensa, pero el físico no le ayudaba; jugó en las categorías inferiores del Os Belenenses, Amora y Rio Ave (en los dos últimos, con su padre como míster). Nunca llegó a debutar en la primera división portuguesa. Después de probar fortuna en segunda y tercera, decidió colgar las botas, pero no abandonar su gran pasión, así que se hizo cargo de las categorías inferiores del Vitoria de Setúbal. A partir de ese momento le sucedieron una serie de venturosos encuentros: el técnico del primer equipo, Manuel Fernandes, lo nombró su ayudante; en 1992 Bobby Robson contrató a Fernandes como su segundo en el Sporting de Lisboa, y éste le convenció para incluir en el equipo a Mourinho para echar una mano, además, como traductor. Robson y «Mou» hicieron migas enseguida. El inglés se lo llevó al Oporto en 1994 y al F. C. Barcelona en 1996. Ahí empezó la relación de amor-odio de Mourinho con el equipo azulgrana. El tercer encuentro decisivo fue con el holandés Louis Van Gaal en el vestuario del Barça. En tres años ganaron dos Ligas, una Copa del Rey y una Supercopa europea. Cuando Mourinho decidió volar solo ya había absorbido todos los argumentos para llegar a la cima.
Sus éxitos en el Oporto (dos Ligas, una Copa de la UEFA y una Champions), el Chelsea (dos Premier League) y el Inter de Milán (dos Ligas y una Champions) son historia conocida. Un currículum sobresaliente que hubiera bastado para que Florentino Pérez y José Mourinho acabaran por entenderse más pronto que tarde. Pero el fracaso del último proyecto madridista y el aura de antídoto barcelonista que desprende el portugués han acabado por precipitar los acontecimientos. La nueva superproducción del presidente del Real Madrid no se va a apoyar en fichajes carísimos -aunque nadie duda de que alguno caerá-, sino en el tipo que evitó la humillación de que el Barça jugara (y tal vez ganara) la Liga de Campeones en el Bernabéu. El tipo cuyo mantra en este negocio es «lo bonito es ganar».
Porque Florentino, por encima de todo, necesita ganar para demostrar que su exitoso modelo empresarial es aplicable al Real Madrid después de tantos altibajos. El 27 de febrero del año 2006 dio la espantada después de tres años consecutivos sin títulos. Hace un año regresó porque el Barça le había robado plano a su equipo. «Queremos ocupar un puesto que nos corresponde, que es el de mejor club del siglo XX y, por tanto, de la historia», dijo. El punto débil de ese modelo es que depende de que las «inversiones» hagan bien su trabajo. Después del fallido experimento Pellegrini -avalado por el director general del club, Jorge Valdano-, Pérez tiene claro que el fin (al menos en esta ocasión) justifica los medios.
El carisma andante
Las hemerotecas son como el fantasma de las navidades pasadas. «Mourinho y Benítez tienen dos relevantes puntos en común: hambre atrasada de gloria y el gusto por tenerlo todo bajo control. Quien no tuvo talento para jugar no cree lo suficiente en el talento del jugador, en la capacidad para improvisar soluciones», señaló Valdano hace unos años en un diario deportivo. «Si permitimos el excesivo intervencionismo de los entrenadores, eliminaremos toda idea de felicidad, en los jugadores primero y en los espectadores, después». «Mourinho es un carisma andante que no sabe muy bien lo que representa».
En la presentación del nuevo técnico del Real Madrid el pasado lunes (no fue como la de Cristiano Ronaldo el verano pasado, con el Bernabéu a reventar, sino en la sala de prensa... aunque allí no cabía un alfiler) estuvo presente Valdano, con las paces firmadas, todo sea para defender el proyecto común (y la nómina). Mourinho ha dejado de ser un «carisma andante». Ahora es «liderazgo». Pero uno de los grandes debates para el próximo curso será la disparidad de criterios futbolísticos y el papel del director general en el nuevo statuo quo madridista. Los que son de Mourinho «de toda la vida» ya se han apresurado a defender que el entrenador «no es tan defensivo» como la gente piensa, que en el Inter no le quedó otra opción por los jugadores que manejaba y que, sin embargo, su Chelsea se comportaba como «un rodillo». En la temporada 1991-92 Radomir Antic fue destituido por el mal juego a pesar de que el Real Madrid era líder destacado del campeonato. Al final esa Liga se la llevó el eterno rival.
Las dos almas del personaje
¿Cómo es capaz José Mourinho de coleccionar éxitos tan importantes con unos mimbres, en ocasiones, tan poco brillantes? John Carlin, escritor y periodista británico (la película «Invictus», de Clint Eastwood, está basada en una obra suya), cree que la hueste del Inter jugó contra el F. C. Barcelona armada con el motor motivador más potente que conoce la humanidad: el resentimiento. Había jugadores descartados por el Real Madrid y el Barça que ya tenían sus propios motivos para estar cabreados, pero una dosis importante de ese sentimiento se la inoculó el propio «Mou», que para Carlin es un resentido de manual, peleado con el mundo, como lo es Ferguson, entrenador del Manchester United. Sin embargo, la leyenda habla del alma oculta del personaje, esa que tanto quieren sus jugadores. Mourinho les da cariño y ellos responden. Porque el fútbol, según el clásico, es un estado de ánimo. Como tantas cosas en la vida.
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