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ABC Cultural

Crepitan los versos

La poeta Nicole d´Amonville Alegría, en el barrio barcelonés del Borne

BARCELONA. A la sombra de Santa María del Mar bullen turistas: sombreros mejicanos con blancas palideces y mapas desplegables. Una niña china abraza a su padre adoptivo. Dos mulatas empujan sendos cochecitos. Nicole d´Amonville Alegría vive cerca de aquí. Está sentada en esta tarde húmeda con olor a salitre, muy del barrio del Borne. Hace un mes inauguró con su poemario «Acanto» (Lumen) el Festival Internacional de Poesía. Ella, acostumbrada a la soledad, en el escenario del Palau. Dice que los nervios se le fueron de golpe y leyó... «Cuando me pisas, ¿ves/ tu propia imagen? ¿Ves/ tu reflejo en el charco?»

Poeta, traductora y editora, Nicole d´Amonville («ponedme el Alegría», apunta) nació en San Salvador hace 38 años. El apellido le viene de su padre francés. A los 2 años viajó con su madre a la mallorquina Deià de Robert Graves. Permaneció hasta los 12 y luego vivió en Barcelona hasta los 16, para trasladarse a París donde obtuvo en 1992 la maîtrisse en la Sorbona con una tesina sobre El llibre d´Amich e Amat de Ramon Llull. Domina las culturas anglosajona y francesa, pero su lengua materna es el español. Con 6 años escribió el primer verso. «Es algo innato, puedes adquirir la técnica pero no el oído. Dicen que si a los 25 años sigues con la poesía es que eres poeta y yo seguí». Retornó a la Barcelona del 92 con una beca de lectora de francés. «Estaba segura que volvería a París pero me quedé aquí». Hizo un poco de todo. Trabajó en la editorial Herder y Kairós -donde continúa- y tradujo a Shakespeare, Mallarmé, Dickinson...

A Gimferrer le conoció como lectora de Seix Barral. El académico destaca del poemario de Nicole: «Un sentido vivísimo de la naturaleza, un humor vigilante, una inteligencia muy aguda y la rara capacidad de comprimir el énfasis en la elipsis y la majestad en la sencillez...»

«Acanto» no es un libro unitario, sino la gavilla de diez años de poesía. «Escribía poemas y los dejaba macerar. Le di muchas vueltas al título. Me gustó acanto, una planta mediterránea cuyas hojas inspiran los capiteles corintios. Una amiga paisajista me dijo que es la única que hace ruido por sí sola. La poliniza un escarabajo y se dispara para dispersar el polen...» Los tres primeros poemas asombran por su clasicismo. Y una frase-pórtico anticipa la principal cualidad de su autora: «El silencio aprovecha/ sólo al que escucha ese latido ajeno». Sus versos laten, en efecto; o crepitan, gongorinos, como el cuarteto para cuerdas de Bartók: «...que vino paz y pez contra verbena/ del violonchelo y III violines truena/ son tenedor sin tregua y son cuchillo». Ecos de Sor Juana Inés de la Cruz y Darío. Y la búsqueda de la concisión, con dípticos y haikus: «Persigo una poética del instante, que es la más costosa, versos que impliquen los cinco sentidos», explica la escritora.

Crepitan los versos: «...en su mejor aspecto dan locura:/ grillos frotando alas». Una década «buscando imágenes sonoras» hasta florecer ruidosamente como el acanto: «Tantas/ palabas agolpadas en las sienes/ en rieles truncos se desquitan,/ chillan, chirrían y rechinan/ lidian por condenadas/ reacias a morir...»

Cae la tarde sobre Santa María del Mar. Le hablo de una nouvelle de Alexandre Plana, el maestro de Josep Pla, que se titulaba así: A l´ombra de Santa Maria del Mar, historia de rumores antiguos entre penumbras. Cae la tarde con una frase de Nicole: «El verso se enceniza y nace nuevo/ bajo una luz distinta más severa...»

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