«El último cuplé» cumple 50 años
POR TULIO H. DEMICHELIMADRID. Nadie, ni su director y productor Juan de Orduña, esperaba que «El último cuplé» fuera a ser la película española más taquillera e internacional de su época, por no decir
Nadie, ni su director y productor Juan de Orduña, esperaba que «El último cuplé» fuera a ser la película española más taquillera e internacional de su época, por no decir de todos los tiempos. Tanto es así que Orduña -que ya había dirigido a Sara Montiel en papeles secundarios de «Locura de amor» (1948) y «Pequeñeces» (1950)- malvendió la película a Cifesa por tres millones de pesetas, sin haberla terminado -según ella misma cuenta-, y no se benefició de un éxito que traspasaría fronteras, hasta convertir a su protagonista en una gran estrella, cuyas futuras películas contarían con la asociación de productores franceses e italianos y con presupuestos elevadísimos para el cine español. Tampoco Juan de Orduña volvió a dirigirla nunca, aunque varios directores repitieron aventura en su filmografía.
En fin, lo cierto es que «El último cuplé», película con la que la actriz retornaba al mercado español tras su paso por México y Hollywood -«Veracruz» (1954) de Robert Aldrich, con Gary Cooper y Burt Lancaster; «Serenata» (1956) de Anthony Mann, con quien se casaría, y en la que actuaban Mario Lanza y Joan Fontaine; y «Yuma» (1957), de Samuel Fuller, con Rod Steiger, Brian Keith y Charles Bronson-, contaba con un presupuesto muy escaso. Sara ha confesado que se quedaron sin dinero y que el último día de rodaje sólo había celuloide para filmar una toma.
Ella tuvo que cantar
Sin embargo, tantísima estrechez le trajo un enorme regalo de la fortuna. En el proyecto original, que ella había aceptado más por amistad que por convicción, no iba a cantar -nadie se fiaba de unas cualidades vocales que antes no había podido mostrar-, así que una cantante profesional grabaría los «playbacks» que la actriz interpretaría en la película. Como no hubo presupuesto para pagarla, pudo hacerlo ella misma y esa fue la mayor entre las razones del éxito de la película. No sólo la cámara se enamoraba de la Montiel; los espectadores sentían que les cantaba al oído, mejilla con mejilla; a las espectadoras eso no les importaba porque lo pasaba muy, pero que muy mal, pobrecita, la muy golfa. Cifesa, además, vendió decenas de miles de vinilos -cuando tener tocadiscos era un lujo- con aquellas canciones inolvidables: «Fumando espero», «El relicario», «Valencia», «Nena» o «Tú no eres eso», que las emisoras radiaban continuamente. A partir de entonces, los estrenos y las giras de Sara Montiel -hábilmente presentada por el dibujante, cineasta, humorista y escritor Enrique Herreros- convocarían a millones de admiradores en España e Hispanoamérica.
La triste historia de María Luján
Jesús María de Arozamena escribió el guión junto con Antonio Mas Guindal y cuenta la vida de una cupletista cuyo azaroso periplo comienza a principios del siglo XX. María Luján vive con su tía y está en amores con un relojero de nombre Cándido (José Moreno). Trabaja como corista, gana un concurso de belleza y conoce al empresario Juan Contreras (Armando Calvo), quien cree en ella y la empuja para que se dedique al cuplé. La Luján primero triunfa en Madrid, luego en toda España, su fama escala los Pirineos y llega a actuar en el cabaret más famoso del mundo, ése que inmortalizó Toulouse-Lautrec, ya saben, el Moulin Rouge de París, donde la corteja el Gran Duque Vladimir de Rusia (Alfredo Mayo), a quien el celoso Juan Contreras desafía en duelo. Gran movida. La artista cruza el océano y comienza una larga gira por Hispanoamérica. Más tarde, retorna a Madrid para cantar durante la Feria de San Isidro y se enamora del torero Pepe Molina (Enrique Vera), quien muere de una cornada.
La cupletista se marcha a Francia, donde canta en salas de juego. Al acabar la II Guerra Mundial, regresa muy enferma a España y consigue trabajo en el cabaret barcelonés El Molino gracias a Juan Contreras, quien la convence para que vuelva a actuar en Madrid. Aquí muere María Luján, en escena, cantando nada más y nada menos que «El relicario».
Melodrama Arozamena
Arozamena perpetraría, siempre en compañía de otros, la mayor parte de los melodramas que la actriz y cantante impuso e interpretaría a lo largo de su trayectoria estelar: «La violetera», «Mi último tango» y «Pecado de amor» con Luis César Amadori (1958, 1960 y 1961); «Carmen, la de Ronda» y «La mujer perdida» con mi padre, Tulio Demicheli (1959 y 1966); «La reina del Chantecler» y «Samba» con Rafael Gil (1962 y 1965); «La bella Lola» con Alfonso Balcázar (1963); y «La dama de Beirut» con Ladislao Vadja, quien murió durante el rodaje y fue sustituido por su ayudante, Luis María Delgado, en 1965. La Montiel imponía una vez y otra ese modelo argumental -un melodrama casi siempre desmelenado- justamente porque le había dado el estrellato con «El último cuplé», aunque ninguna otra de sus películas obtuviera jamás un éxito tan arrollador.
Rafael Azcona y Antonio Gala
Entre medias, alguna sorpresa autoral, como el diseño argumental de «Carmen», con escena en vascuence incluida, firmado por el entonces joven dramaturgo inconformista Alfonso Sastre; el guión de «Noches de Casablanca», dirigida por el francés Henri Decoin (1963), en el que participó José Antonio de la Loma; o los de «Tuset Street» (Jorge Grau, 1967) y «Esa mujer» (Mario Camus, 1969) que facturarían nada más y nada menos que Rafael Azcona y Antonio Gala, respectivamente.
Cuando J. A. Bardem dirige a la estrella en «Varietés» (1971) parte de una de sus anteriores películas: «Cómicos». Por último, Rafael Romero Marchent y José Luis Navarro escribieron su despedida de la pantalla grande: «Cinco almohadas para una dama», que dirigió Pedro Lazaga en 1975.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete