Adán y Eva, y la manzana clonada
Acabamos de ver en los periódicos la foto de un perro clonado que se llama Snoopy, que menea la cola y sabe decir guau. No deberíamos considerar, por lo tanto, muy de ciencia ficción la trama de «La Isla», una película dirigida por Michael Bay que presenta un mundo envuelto en celofán y en el que la clonación, naturalmente sólo de uso terapéutico, es el hilo conductor de la intriga. Los protagonistas son dos individuos entre los miles que viven plácida y tontamente en esa sociedad pura, oxigenada y sin problemas, cuyos miembros esperan por un ridículo sorteo su traslado a la isla, el único lugar paradisíaco que queda en una tierra contaminada e irrespirable tras el gran desastre ecológico final.
Ewan McGregor y Scarlett Johansson encarnan al Adán y a la Eva de esta otra historia del mundo; ellos se hacen las preguntas típicas, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, y en un fragor de planos y de acción trepidante se cambia de mundo, de paisaje, de preguntas y casi de película («La Isla» es, en efecto, dos películas en una)... Dentro del cine actual, donde lo único realmente sorprendente es la fuerza de los aires acondicionados, tiene mucho mérito lo que consigue Michael Bay en algunos momentos de su película: sorpresas visuales y algún que otro regate argumental de cierto interés. No deja de ser «La Isla» uno de esos productos señuelo para la taquilla, con sus hermosas estrellas y sus escenas espectaculares, persecuciones incesantes y prometedores idilios, pero, por algunos momentos, podría haberse hecho pasar por todo eso y algo más, al apoyarse su argumento en la capa de polémica que recubre todo ese mundo científico que se abre ante nuestro futuro, en especial el relacionado con la genética y sus ligaduras legales. Aunque aquí, la gran pregunta es otra: ¿Ya sabemos que se puede clonar a Snoopy, vale, pero que pasa con Scarlett Johansson?
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