Robar el mundo
POR NOAH CHARNEYFOTO: JAIME GARCÍAUna hoja de afeitar en el suelo de la biblioteca. Ésa fue la pista que condujo a su detención. Durante ocho años había rebanado al menos cien mapas de las grandes
Una hoja de afeitar en el suelo de la biblioteca. Ésa fue la pista que condujo a su detención. Durante ocho años había rebanado al menos cien mapas de las grandes bibliotecas del mundo. Pero ésta no es la historia de César Gomez Rivero, el ladrón de los mapas de la Biblioteca Nacional de España. Sino la del norteamericano Edward Forbes Smiley III, condenado en mayo de 2007. Ellos son sólo dos de entre los miles, a lo largo y ancho del mundo, dedicados al robo de mapas, incunables, libros y manuscritos curiosos.
El robo de mapas no es tan raro. Pero las estadísticas fiables son escasas, si es que llegan a existir, de modo que el número exacto de libros, manuscritos y mapas que desaparecen cada año en muchos países es del todo incierto. Solamente en EE.UU. hay miles cada año. Y, aunque no se pueda dar una cifra concreta, podemos decir sin temor a equivocarnos que los robos de este tipo se cuentan por decenas de miles en todo el mundo y su valor se cifra en decenas de millones de euros. En realidad, la gran sorpresa del caso Gómez Rivero no fue que alguien estuviera robando en una Biblioteca Nacional, sino que lograran cogerlo.
Gomez Rivero, que admitió el robo de diecinueve mapas, once de los cuales fueron recuperados, no es más que un aprendiz comparado con un maestro como Smiley. El señor Smiley utilizaba una hoja de cuchilla Xacto e hilo mojado para desmembrar en silencio mapas singulares a lo largo del mundo. Alteraba los bordes para esconder sus laceraciones y blanqueaba con lejía el sello de propiedad de la Biblioteca, antes de vender los mapas a intermediarios internacionales y coleccionistas.
Entre las bibliotecas víctimas de sus robos están la Biblioteca Pública de Nueva York, con once mapas robados; la Biblioteca Pública de Boston, con treinta y cuatro; la de la Universidad de Yale, con veinte; la de Harvard, con ocho; la Newberry Library en Chicago, con dos, y la British Library, de donde llegó a sustraer sólo uno. Y las obras que seguirán por ahí, porque nunca admitió haberlas robado. Sólo la Biblioteca Pública de Boston denunció treinta y tres mapas más desaparecidos, cuya falta se descubrió más tarde, en libros que Smiley había pedido consultar de sus archivos.
Las bibliotecas de la Universidad de Yale han sido sistemáticamente saqueadas y suponen el ejemplo indicativo, en pequeña escala, de un problema global. En 1973 dos monjes fueron acusados de robar libros raros de Yale y de otras bibliotecas universitarias a lo largo y ancho de Estados Unidos. Sacaban los libros ocultos bajo los hábitos. El FBI, en un asalto de película a su cuartel general en el Monasterio de San Esteban en Queens, Nueva York, se incautó de cientos de libros robados.
Un microscopio en la basura
En 1979, Andrew Antippas, profesor visitante de la Tulane University, se declaró culpable del robo de cinco mapas de una de las bibliotecas de Yale. En 1981 un microscopio antiguo, construido en 1734 y valorado en diez mil dólares (unos siete mil euros) desapareció de Yale para ser descubierto, tiempo después, en un contenedor de basura. En 1997, un hombre llamado John Ray robó un valioso libro de arte del siglo XIX.
Y en 2001, un becario de veintiún años robó de la sala Beinecke de libros raros de la biblioteca de Yale un conjunto de cerca de cincuenta obras valoradas en un total de 2 millones de dólares.
Estamos refiriéndonos sólo a casos ocurridos en el conjunto de bibliotecas de la Universidad de Yale, y sólo a los hurtos que acabaron siendo descubiertos. Porque es bien cierto que hubo muchos más que no han sido detectados siquiera; en Yale, en Madrid, y en bibliotecas de todas partes del mundo. Como admitió el ministro español de Asuntos Exteriores, al menos 300 objetos muy valiosos han desaparecido de la Biblioteca Nacional en años recientes. Un portavoz del Ministerio dijo que «ya se registraron desapariciones importantes en 1859». Y, desde entonces, la seguridad sigue mostrándose insuficiente.
El robo de mapas conforma un espacio fascinante en la historia del crimen contra el arte. El profesor Travis McDade, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Illinois, es tal vez el mayor experto en el mundo en crímenes contra libros raros y manuscritos. En una reciente conversación con él, me describió lo que hace que la colección de mapas -y los robos que alimentan su demanda- sea tan distinta de los otros crímenes de arte. A diferencia del caso de las Bellas Artes, que son sobre todo obras únicas, rápidamente indentificables y que dejan un rastro fácil de seguir, los mapas raros robados pueden ser vendidos a un nivel casi legítimo. Gómez Rivero vendió unos a través de e-bay (sitio de subastas de internet). La mayor dificultad en muchos crímenes de arte no es el robo, sino la venta. Los mapas, la mayoría impresos en papel, son mucho más fáciles de llevar, pasar de contrabando y, finalmente, vender. McDade achaca la facilidad con que se venden a la pericia y la pasión de los intermediarios.
Cualidades propias
«Quienes trafican con mapas -afirma McDade- se permiten alegar ignorancia, decir que pensaron que el mapa robado que estaban comprando era una oportunidad excepcional, un chollo, una excelente compra. ¿No cree usted que si al propietario de una galería de arte se le acerca de pronto un tipo con un velázquez disponible, el propietario de la galería debería desconfiar?... Algunos comerciantes e intermediarios del mercado de mapas antiguos han sido algo menos aplicados controlando sus propias fronteras».
Coleccionar mapas tiene sus propias cualidades, distintas de coleccionar obras de arte o libros. A diferencia de los libros raros, los mapas tienen el atractivo de estar expuestos. Y, a diferencia de la mayoría de las artes, los mapas no requieren un conocimiento específico para negociar o para discutir sobre ellos.
Gran parte del placer de coleccionar está no sólo en presumir de la obra adquirida, sino en cierta recreación didáctica. Al poseer un objeto de gran valor sobre el cual, además, puedes contar detalles que un neófito no percibe o no conoce a primera vista, das la impresión de ser alguien de mundo, alguien con clase. Por ende, coleccionar mapas es una manera de que gente adinerada cumpla su deseo de aparentar un conocimiento, una cultura que no necesariamente tienen.
El profesor McDade explica: «Por ejemplo, el coleccionista sabe que en un mapa de África hay una ensenada concreta de Madagascar que no está dibujada o, en otro mapa, una isla de las Indias Occidentales fue completamente ignorada. Esto es algo que puede comentarle a sus invitados, de los cuales probablemente ninguno se haya dado cuenta de tal omisión. Como existen pocos escritos sobre colecciones de mapas, el dueño de un mapa es probablemente el experto más destacado en la interesante obra, de gran valor histórico, que cuelga en su pared. Nunca subestimes la necesidad que tienen las personas serias de ser consideradas inteligentes».
El robo de mapas es demasiado fácil por varias razones. Comparados conel arte, los mapas, libros y manuscritos reciben poca o ninguna protección. En las bibliotecas, los mapas se colocan habitualmente en salas de archivo o despachos en los que los investigadores que trabajan son de fiar «a priori». Como McDade advierte, «ladrones que simulan ser investigadores tienen libre -y solitario- acceso a los objetos y, aunque dispusieran únicamente de cinco o diez segundos, si saben lo que están haciendo y tienen claro lo que buscan, ese tiempo les basta para sacar los mapas de libros y cajas». Las imágenes captadas por las cámaras de seguridad están bloqueadas con su propio cuerpo y tampoco es muy probable que un investigador sea grabado o monitorizado durante toda su visita. Generalmente impresos en papel, los mapas son fáciles de transportar, esconder e ideales para traficar con ellos. Y, finalmente, la mayoría de los mapas no están registrados como objetos individuales, sino como partes de un libro colectivo. «Por ejemplo -describe McDade-, si una biblioteca posee un Blaeu Atlas de 1667 con cien mapas, la mayoría de las bibliotecas sólo catalogan el Atlas y no los mapas individuales. Por si fuera poco, la extracción de una sola página de un libro puede permanecer sin descubrir durante varios años. Aunque una biblioteca registre cada mapa dentro de un libro, probablemente no lo verifiquen frecuentemente. Los descubrimientos sólo llegan cuando otra persona, por casualidad, se interesa por el mismo mapa y detecta su ausencia».
Los españoles no deberían pensar que el robo de mapas es un crimen insólito que sólo ha ocurrido en España. De hecho, pueden tener el tibio consuelo de saber que la falta de seguridad en las bibliotecas es un hándicap a nivel internacional.
McDade concluye diciendo: «Los robos en la Biblioteca Nacional de Madrid, lejos de representar un fenómeno aislado, siguen una práctica común: un investigador obtiene acceso a lo que busca, sabe exactamente cómo evitar las medidas de seguridad, sabe exactamente lo que quiere, y puede que nadie llegue nunca a darse cuenta». La sorpresa no es que los robos de la Biblioteca Nacional ocurrieran, sino que el criminal fuera tan descuidado que se dejó capturar.
Educada sospecha
La importancia de estudiar la historia de los crímenes contra el arte está en la habilidad de aprender de los errores del pasado para prevenirlos en el futuro. Edward Forbes Smiley III y César Gómez Rivero nos ofrecen una serie de lecciones acerca de cómo proteger los mapas en nuestras bibliotecas. Los investigadores, aun aquellos conocidos por los bibliotecarios, deben ser tratados con educada sospecha. Mesas de trabajo con superficie de cristal evitarían que algo pudiese ocultarse debajo.
Los espacios para trabajar deberían situarse en ángulos visibles de las salas, y no en la privacidad de un cuarto. Cámaras de seguridad deberían grabar permanentemente el área de trabajo de los investigadores. Para facilitar la identificación e investigación de mapas perdidos, se deberían incluir en los catálogos sus imágenes digitalizadas. Los libros deberían verificarse periódicamente, en intervalos de tiempo razonables, para asegurar su integridad. Los empleados de la biblioteca deberían sentarse de vez en cuando con los investigadores, y tutelar su trabajo. Los objetos raros y únicos nunca deberían mezclarse con las colecciones generales de una biblioteca, para prevenir que estos se oculten o se intercambien. Los ordenadores portátiles y los maletines deberían inspeccionarse siempre a la entrada y a la salida de la biblioteca.
Para evitar robos cometidos desde el interior de la institución, el personal de la biblioteca debería también poder ser grabado, sometido a evaluaciones periódicas y entrevistas al fin de su periodo de su trabajo. Existen cientos de Smileys y Gómez Riveros que todavía andan sueltos intentando saquear uno de los tesoros menos protegidos del mundo. Sin embargo, podemos aprender de los criminales del pasado para defendernos de aquellos que vendrán en el futuro.
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