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El varón domado. La nueva vida del hombre perplejo

La publicidad suele ser pionera a la hora de captar tendencias sociales. Hace poco una conocida marca de detergentes incluyó un anuncio en el que un grupo de «amos de casa por imposición» bailaban con

La publicidad suele ser pionera a la hora de captar tendencias sociales. Hace poco una conocida marca de detergentes incluyó un anuncio en el que un grupo de «amos de casa por imposición» bailaban con poca desenvoltura una coreografía al son de una cantinela que decía más o menos así: «Pablo se levantó, puso la lavadora y no se murió. Paco hizo un descubrimiento: lavar la ropa no es un sufrimiento. ¿Veis cómo no es para tanto, no tenéis ni que soltar el «mando»?». ¿O... sí? Y no precisamente el «mando» de la tele.

No cabe duda de que el varón está en el punto de mira. Ellos son objeto de bromas en las que se les trata de forma paternalista y se les anima a compartir con sus parejas las tareas domesticas de las que hace años estaban exentos por el mero hecho de ser señores. Ya no vale con tumbarse en el sofá tras una «dura jornada de trabajo», en espera de que lleguen las zapatillas y una bebida. Eso ya es historia. Quien traía las zapatillas, su compañera, también ha sufrido los estragos de la dura jornada laboral -que no termina al volver a casa- y no está por la labor. Al otro lado del umbral esperan las tareas domésticas y los niños. La situación de privilegio de los varones tiene los días contados... y algunos se sienten confusos.

En la mayoría de los casos esta «guerra de sexos» se salda con bromas sobre los nuevos quehaceres de los hombres y su resistencia a asumirlos. Aunque también podría estar detrás de las altas tasas de divorcio (casi igualadas ya a las de matrimonios).

Inversión de papeles

Para algunos puede parecer que ahora el hombre, en una clara inversión de papeles respecto al pasado, «tiene que ser una persona dócil, domesticada, que no dé muchos quebraderos de cabeza a su pareja, bien mandado, que sepa estar a la altura de las circunstancias y que cuando se le demande algo no defraude a su compañera. Otros entienden que si quieren seguir con su pareja tienen que ponerse las pilas y "pasar por el aro". La sensación que da es que al varón se le exige mucho y no se atreve a decir que no», comenta Carlos Mateo, psicólogo experto en asuntos de pareja de Álava Reyes Consultores.

Y en caso de no «dar la talla», otro anuncio de electrodomésticos que se emitía hasta hace poco especificaba claramente el desenlace: ella levantará el auricular del teléfono y pedirá fríamente que sustituyan a su hombre por otro... que sí sepa de electrodomésticos.

Nada que ver con la situación de hace veinte o treinta años cuando el reparto de papeles estaba mucho más definido: «El hombre estaba acostumbrado a ser el que mantenía la familia, sobre todo en el terreno económico, y en "apariencia" el que tenía el mando. Y subrayo "en apariencia". Eso se acabó. Ahora la mujer trabaja, a veces aporta ingresos superiores a los del varón, y tiene más iniciativa sexual. Algo que despista y desconcierta a algunos hombres», explica Esteban Cañamares, psicólogo y sexólogo especialista en temas de pareja y familia. Y es que si para Freud la mujer sentía envidia de los atributos masculinos, ahora hay que revisar esa teoría nada válida en una sociedad en la que el hombre se siente, incluso en el terreno sexual, constantemente examinado. Y para su disgusto, no siempre obtiene el aprobado.

Temor a no dar la talla

Las estadísticas reflejan esta situación: «Hace 25 ó 30 años, las preocupaciones habituales de los hombres en el terreno sexual se centraban en disfrutar ellos de la relación. En la actualidad la principal preocupación es satisfacer a la pareja y el temor a no dar la talla. Ese nivel de exigencia se traduce en una ansiedad de ejecución muy fuerte», explica Carlos Mateo. Esa «presión» está haciendo que cada vez sean más los varones que consultan por falta de deseo sexual, un síntoma hasta hace poco casi exclusivo de las mujeres, que también han cambiado en eso sus patrones. «Ahora, la mujer no tiene ningún problema en tomar la iniciativa, no se conforma con cincuentones y desde el punto de vista sexual está mejor un chico de 24 que un señor de 49», apunta Cañamares, que asegura que en un link de «mujer madura» en internet entran un montón de chavales de 20 años. Y es que, uno por uno, los cotos que los varones mantenían hace unos años van siendo «invadidos» por las mujeres. En la redistribución de papeles que se produjo hace unas décadas, ellas partían de una situación de opresión y tenían claro lo que querían y el modelo -el masculino- a seguir para aspirar a mayor autonomía e independencia económica. Y se están aproximando a él. Hasta el punto de que se han convertido en «Superwomans» capaces de trabajar dentro y fuera de casa y atender a los niños. Y, por supuesto, ahora esperan lo mismo de sus parejas.

Pero ellos no saben muy bien hacia dónde mirar para concretar ese cambio que intuyen necesario y difícil de alcanzar. Tal vez, como apunta Cañamares, porque «el hombre ha perdido la hegemonía en el terreno económico, laboral y sexual y a cambio no obtiene ninguna ganancia, porque se le sigue adjudicando un papel secundario en la educación de los hijos y los afectos». Por eso defiende la necesidad de una segunda revolución para llegar a la verdadera igualdad entre hombres y mujeres.

Desconcierto

Javier Urra, autor del libro de reciente aparición «Mujer creciente, hombre menguante», editado por la Esfera de los Libros, opina que el hombre se siente «desconcertado, primordialmente prescindible y superfluo frente a una mujer que busca al "metroemocional"». Y en la búsqueda de nuevos papeles masculinos, apunta, surgen tres tipos de varones: «El encantador, que no había existido hasta ahora, que de verdad es un compañero, es sensible y pasa tiempo con sus hijos porque le apetece y no por obligación. El "light", suave, que quiere ser democrático pero anhela -ésa es su tragedia- la capacidad que tenía su padre para educar a los hijos. Y el "missing", que por mucho que se hable de conciliación familiar y laboral está poco por la labor y mira para otro lado».

En definitiva, la mujer avanza y a algunos hombres les cuesta seguirle el paso y entender el motivo del cambio. Sólo poco a poco empiezan a vislumbrar las ventajas de la nueva situación para ambos. ¿Las tiene?, se preguntan algunos. Javier Urra no lo duda: «El hombre ya no tiene que esconder sus sentimientos o debilidades y puede participar de forma activa en la educación de los hijos o la decoración de la casa sin que eso le disminuya como persona».

Hombre liberado

Arun Mansukhani, subdirector del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, cree que cuando los roles de género son muy rígidos, como en el pasado, todos pierden libertad. Por el contrario, «cuando se hacen más flexibles, ambos tenemos igualdad de oportunidades para desarrollarnos como seres humanos en la dirección que queremos, independientemente del sexo». En este sentido apunta que «hombre domesticado» -que no domado- podría traducirse como «hombre liberado». Liberado de unos estereotipos que en el pasado le constreñían.

El coste de esta liberación, aclara, es la incertidumbre que genera todo cambio, «una de las emociones que más teme el ser humano». Para Mansukhani, «la sociedad con roles rígidos tampoco era gratificante para nadie, pero al menos estaba claro qué se esperaba de cada uno. Además, contaba con la ventaja de que una mitad estaba sometida y no demandaba nada. En el momento en que empezamos a cambiar esos roles, el hombre no sabe muy bien a qué atenerse, no tiene modelos válidos, y muchos se sienten perdidos y con miedo». Y es que las relaciones de igualdad demandan de ambos miembros de la pareja una mayor estabilidad emocional, algo que, para este experto, no es fácil de conseguir en una sociedad que tiene como ideal la juventud y la falta de compromiso.

Sin embargo, la opinión de quienes integran la generación del cambio (hombres de entre 40 y 50 años) se muestra muy favorable al esfuerzo de conseguir la igualdad. Al menos es lo que opinan la media docena de ellos, muy conocidos -porque a diario nos informan de lo que ocurre en el mundo- a los que hemos pedido que nos expliquen cómo han vivido este cambio.

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