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Fernández Blanco

El próximo miércoles, 6 de marzo, se cumplirá el centenario del nacimiento en Astorga de Evaristo Fernández Blanco, uno de los músicos del grupo de Madrid de la generación de la República para los que la guerra civil supuso durísimo golpe. En Madrid había estudiado con Tomás Bretón y Conrado del Campo y, en Alemania, interesado en la técnica serial, recibió consejos de Franz Schreker. Sus «Poemas líricos» de 1923 constituyen acaso la primera obra española editada con referencias al dodecafonismo, música que se inserta en un contexto muy heterogéneo, donde hay partituras perfectamente asimilables a la tradición nacionalista, como las «Danzas leonesas» que estrenó Arbós en 1934, y otras de neto perfil neoclasicista, como el delicioso «Divertimento» de 1925 o la tardía «Suite de danzas antiguas» (1982) que le encargó Radio Nacional y estrenó la Orquesta Sinfónica de la RTVE, conjunto que repuso la obra en su concierto de la semana pasada.

La misma Orquesta de RTVE estrenó en 1983 su «Obertura dramática: ambientación musical para un drama cívico-socio-bélico» de tan impresionante contenido expresivo, reveladora del estado de ánimo en que el maestro leonés vivió en la posguerra su particular exilio interior (caso similar al de Fernando Remacha), perdiendo todo contacto con el ambiente concertístico. Evaristo Fernández Blanco se ganó la vida tocando en cafés, hoteles y teatros o, coyunturalmente, enrolándose en giras de espectáculos viajeros. Falleció en Madrid en 1993.

Lo conocí en 1985 con motivo de una Semana de Música Española que -con mi colega Aracil- organicé dentro del Festival de Otoño. Programamos su «Divertimento» y me costó Dios y ayuda que viniera al concierto. Lo hizo a regañadientes. Al llegar, me espetó: «Oigo mi música y me llevan a casa, ¿eh?». Sentado a su lado puede comprobar cómo se emocionaba escuchando la excelente interpretación de Temes y el Grupo Círculo. Al acabar su obra, una larga e intensa ovación, con parte del público vuelta hacia él, le obligó a ponerse en pie y saludar repetidamente. En sus últimas y raras apariciones todos nos esforzábamos por intentar compensaciones imposibles... «Cuando quiera, maestro», le dije. Y, con el mismo malhumor de la llegada, respondió: «Pero hombre, ¿cómo me voy a ir ahora, con el calor de los aplausos?». Y se quedó hasta el descanso, oyendo sin escuchar...

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