Crímenes perfectos... hasta el momento
Un 10% de los asesinatos que cada año se producen en España no se resuelven y sus culpables no llegan a pagar por el dolor que infringen para siempre a las familias de las víctimas. Un libro rescata del olvido estos casos para hacer recordar

El asesino que acuchilló sin piedad a un matrimonio y su hijo de 11 años en Burgos, el que mató a Eva Blanco o el que disparó a sangre fría a Sheila Barrero no han llegado a pagar nunca por sus crímenes. Han continuado sus vidas sin que ni los investigadores, ni la repercusión que en su día tuvieron sus crímenes ni, sobre todo, el dolor causado a las familias de las víctimas les hayan conmovido lo más mínimo o les hayan hecho dar un paso en falso. Algunos se habrán cruzado en más de una ocasión con los padres, hijos o amigos de sus víctimas, habrán hablado con ellos o incluso puede que hayan interpretado el papel de afectados, orgullosos en su fuero interno de haber salido impunes.
«De los 1.000-1.200 asesinatos que se producen al año en España (entre frustrados y consumados), un 10% no se resuelven nunca», recuerda el criminólogo forense Vicente Garrido, que junto a la periodista Patricia López ha recogido en el libro «Crímenes sin resolver» (Ariel) ocho de estos complejos casos en los que o bien no se llegó a dar con un sospechoso o éstos finalmente quedaron en libertad.
En series de televisión como «CSI» o «Bones» se captura al culpable tras sofisticados análisis o impecables autopsias, recuerdan los autores, pero la realidad es otra. «Algunos no llegan a resolverse porque se descubre muy tarde un cadáver y las pruebas quedan muy erosionadas, otros porque no se encuentran evidencias de ningún tipo (no hay testigos, no se da con el cadáver...), o porque se cometen errores en la investigación...», explica Garrido. En la investigación, el psicólogo experto en criminología y la periodista especializada en sucesos han encontrado discrepancias entre la policía judicial y los laboratorios que examinaron las pruebas, o prejuicios de jueces que impidieron a los investigadores practicar diligencias que éstos creían fundamentales, pero en otros la mala suerte jugó un papel crucial. En el caso de Eva Blanco, por ejemplo, llovió toda la noche.
La tecnología actual puede que hubiera aportado luz en casos ahora en punto muerto, pero el criminólogo no cree que éste fuera el problema. «La mayor parte de las veces los problemas no fueron debidos a que los investigadores no pusieron toda la carne en el asador, sino a que el estado de derecho exige que haya evidencias convincentes más allá de la duda para que sentar a un acusado en el banquillo y, por desgracia no se consiguieron esas pruebas».
Posibles nuevos detalles
Con el relato pormenorizado de todos los detalles que se conocen de casos tan famosos como el triple crimen de Burgos y la desaparición de Yeremi Vargas , así como de otros menos conocidos como el asesinato de Helena Jubany o las desapariciones de Margalida Bestard y Ángeles Arroyo, los autores de «Crímenes sin resolver» pretenden que estos casos no caigan en el olvido.
«Hay más de una persona en España que una noche, una mañana, vio algo a lo que no dio importancia pero que a lo mejor leyéndose el caso y profundizando en todas las pistas que existen, le viene algo a la memoria que puede ser fundamental para resolverlo y dar paz a esas familias», subraya Patricia López, que insta a la colaboración ciudadana para hacer justicia.
En el caso de Susana Acebes , ejemplifica la periodista, la policía pide a los hombres de Zamora una prueba de ADN, clave para el caso. «Ojalá mucha gente de Zamora se lea el libro, le cale el sufrimiento de ese hijo que perdió a su madre con tan solo seis años y se presenten para dar esa prueba voluntaria»
Un problema de todos
«Las víctimas de delitos comunes viven su dolor en soledad, cuando es un problema de todos», añade López, que recuerda el caso de El Solitario , apresado tras años de investigación gracias a que uno de sus vecinos lo reconoció cuando difundieron su retrato robot. O el del asesinato de Rocío Wanninkhof , cuando «por no tener al verdadero asesino entre rejas murió Sonia Carabantes ».
«Por eso digo que es un problema colectivo, porque la siguiente podía ser cualquiera de nuestras hijas», destaca la periodista especializada en sucesos que informó en su momento de algunos de estos casos. López explica que los investigadores están cada vez más concienciados de que necesitan la colaboración ciudadana. «En el caso de Eva Blanco la Guardia Civil guardó durante años la existencia de un número repetido en su diario que si lo hubieran difundido en su momento quizá hubiera proporcionado más pistas», considera.
Algunos protocolos de actuación han cambiado en los últimos años gracias a la determinación de los padres de Cristina Bergua , una adolescente desaparecida en 1997 en Cornellá cuyo caso se encuentra en punto puerto. Hasta esas fechas, muchos de estos casos se consideraban desapariciones voluntarias y la maquinaria de búsqueda tardaba en ponerse en funcionamiento. «Si la familia de Cristina Bergua no hubiera luchado por cambiar los protocolos y que en el caso de menores se arrancara la investigación inmediatamente, sin dejar que pasasen 24 horas, el despliegue que se hizo en el caso de los niños de Córdoba no hubiera existido», asegura Patricia López, que considera «ejemplar» su actuación a lo largo de estos años porque «todas las mejoras por las que luchan desde la asociación que crearon, Inter-SOS , no repercuten en su caso, sino en los demás». El único sospechoso de la desaparición de su hija se fue a República Dominicana y la búsqueda en el vertedero donde se cree que fue a parar el cadáver «fue un desastre hasta el punto de que no se llegó a localizar en qué lugar se habían depositado los residuos de la fecha en que desapareció Cristina», explica. En aquel vertedero hoy se levanta una urbanización.
Desaparecidos asesinados
Nunca se encontraron los restos de Cristina, como tampoco se halló el cadáver de Yéremi, de Margalida Bestard o Ángeles Arroyo, pero Vicente Garrido está convencido de que ninguno de estos casos son desapariciones voluntarias, de que fueron asesinados. A algunos asesinos incluso les ponen cara, según confiesa Patricia López: «En algunos casos estamos convencidos de que si hubiera aparecido el cadáver, esa persona estaría cumpliendo condena».
Hasta el mayor de los canallas se considera una buena personaLa ira, la venganza o el deseo de quitarse obstáculos de en medio están detrás de la mayoría de los crímenes descritos en el libro, pese a ser variados en cuanto al perfil de sus víctimas o al proceder de sus agresores. A la gran mayoría de ellos ni siquiera les asaltarán sueños de culpa o del horror que causaron.
«Hasta el mayor de los canallas se considera una buena persona», asegura el criminólogo, porque «el ser humano tiene una enorme capacidad para distorsionar a sus ojos la realidad e incluso olvidarla de forma que no sea algo significativo en su vida».
Sin embargo, puede que algún detalle hasta ahora olvidado dé pie a seguir una nueva pista, o el perfil criminológico que dibuja Garrido de cada uno de los casos ofrezca una perspectiva diferente para continuar investigando estos casos y la sociedad no olvide «a todas las familias que sufren en silencio crímenes sin resolver» a quienes está dedicado el libro.
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