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Cebreros no olvida a su «pequeño» Adolfo

El pueblo donde nació Suárez rememora las anécdotas del «chico listo» y «humilde» que se convirtió en presidente

Cebreros no olvida a su «pequeño» Adolfo ángel navarrete

tatiana g. rivas

Se fue con sus recuerdos olvidados a otra parte, pero el pueblo que le vio nacer y crecer verano tras verano le mantendrá imborrable para siempre. La calle de Calvo Sotelo del municipio abulense de Cebreros pasó a llamarse Adolfo Suárez en 1976, cuando el niño que nació en el número 54 de esa vía se convirtió en el presidente de España. Aún se recuerda la noche del 5 de julio de 1976. Los cebrereños (cerca de 3.500 en la actualidad) bailaron y celebraron en la plaza del pueblo que su pequeño Adolfo había llegado a lo más alto. Ganaba las primeras elecciones democráticas del país y parte de los votos habían salido de allí. «Nos vino a ver ya como presidente pasados unos días de las elecciones y en un bar, tomando el aperitivo, nos decía alegre: “Me he metido en un lío que no sé cómo voy a salir de ahí”», cuenta la lugareña Adela Alía.

Si en la década de los años 30 y los 40 aquel chiquillo corría por las calles de Cebreros, jugando con el resto de niños hasta bien caída la noche, por sus aceras pasean hoy aquellos infantes, ahora torpes viejecitos encorvados por el paso de los años. Y todos recuerdan a Adolfo Suárez con cariño. «Era muy buena persona», se repite una y otra vez entre unos y otros. Severa Rodrigo Madrigal sale de su casa solo los metros que le permite la sonda nasal que le proporciona oxígeno. Se emociona. Fue la niñera de la familia Suárez en la etapa de los 7 a los 11 años del expresidente de UCD. Rememora alguna anécdota del presidente de la Transición: «Era muy listo; muy listo. ¡Y muy cariñoso! El dinero que le daba su padre, como al resto de sus hermanos, no se lo gastaba. Se lo daba a los ciegos. Si no, ¿sabes qué hacía? Como su padre le regañaba si se subía a los tejados a recoger la pelota, pagaba a otros niños para que la cogieran ellos. Muy listo», pronuncia.

Severa recuerda hasta lo que le pagaban los padres, Hipólito Suárez y Herminia González, por cuidar de sus cuatro hijos: «Quince duros al mes. Vivía con ellos en Ávila. Solo trabajé para ellos cuatro años. Les sacaba de paseo, les llevaba y traía del colegio y a veces les castigaba porque no se querían comer la carne. Y Adolfo me decía: “Tú eres una chula” y yo le contestaba “y tú un cara blanca”».

No se habla de otra cosa en Cebreros desde que el hijo de Adolfo Suárez anunció que su muerte era inminente. Isabel González Muñoz tiene la misma edad que el expresidente. Era amiga de él «de toda la vida». Vive a pocos metros de la casa donde nació Adolfo Suárez, una vivienda cerrada desde hace más de diez años a cal y canto. Lo anuncian sus persianas ennegrecidas y sus rejas corroídas. Esa casa de dos plantas hacía de fábrica de alcohol a la abuela de los Suárez, Josefa. Allí acudían los vecinos con un cubo para pedir el alcohol que sobraba de destilar para utilizarlo en sus cocinas.

«Corría los encierros»

«Representaban la clase alta de pueblo», coinciden en describir los vecinos. Cada verano Isabel deseaba que regresara su amigo para jugar con él y otros tantos chiquillos. Siempre volvía con algunos centímetros de más de altura. «Era muy guapo. Todos los hermanos. Jugábamos calle arriba, calle abajo o íbamos al campo. Incluso corría en los encierros de las fiestas del pueblo. Me da mucha pena», manifiesta. «Si no llega a entrar él como presidente nos meten en otra guerra», añade el marido de Isabel, que conoció a Adolfo más tarde.

Cebreros quiso rendir un homenaje al hombre de la Transición dedicándo a esta época y a su figura un museo en la antigua iglesia. En 2009 se abrió esta galería donde, con la sintonía de Jarcha y Cecilia de fondo, se plasma su biografía, sus fotos de niño y familia y sus condecoraciones. El alzhéimer venció a la persona, pero no podrá borrar su trayectoria.

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