inmigración
A la espera del próximo asalto
El barrio de Doha (Tánger) acoge a cientos de subsaharianos con su cuerpo en Marruecos y su mente en el sueño europeo

Hace año y medio que Yannick, un camerunés de 30 años, se cayó de un tercer piso durante una redada policial en el barrio de Doha, en Tánger. Estuvo dos meses y medio hospitalizado. «Ya puedo andar. Correr y jugar al fútbol todavía no», bromea mostrando las marcas de las numerosas fracturas en sus piernas. «Ahora la prioridad es recuperarme», añade rodeado de compañeros de piso que no piensan más que en dar el salto a España. Aunque son todos cameruneses tienen dialectos maternos diferentes (bafang, baganté, bassa…), lo que obliga al sistema escolar y al propio país a ser bilingüe. Todos hablan francés e inglés y es en esas lenguas en las que se comunican entre ellos.
Cada uno es una historia. En un bloque próximo vive Gauthier. Comparte piso con una decena de colegas. Pagan entre todos 1.500 dirhams al mes (unos 140 euros) por dos habitaciones, salón, baño y cocina. No hay muebles. Solo colchones y algunas mantas. Eso sí, un papel pegado en una de las puertas ordena el turno de limpieza de lunes a domingo. Gauthier, camerunés de 36 años, dejó atrás una hija de siete. «Menos mal que una hora de cibercafé solo nos cuesta tres dirhams (unos 25 céntimos de euro) y puedo comunicarme por Skype, que es más barato que el teléfono».
Doha, próximo al aeropuerto, se ha convertido en el principal asentamiento de inmigrantes subsaharianos de Tánger, la mayor ciudad del norte de Marruecos, a unos 60 kilómetros de Ceuta. Desde el avión tiene el aspecto de un ensanche de clase media que contrasta con el gris de los demás barrios.
Al llegar al lugar ya por tierra muchos de los edificios aparecen pintados de blanco reluciente, son de reciente factura y todos iguales. Pero no hay más que acercarse y entrar para comprobar que son la mayoría de las veces casas medio hilvanadas, mal acabadas, comidas por la humedad y donde no hay comunidad de vecinos que se encargue ni de limpiar ni de iluminar la escalera. Otro barrio popular más de los muchos que hay en una urbe a unos 60 kilómetros de Ceuta que, además, ha absorbido gran cantidad de marroquíes que llegan de zonas rurales del país.
Kenneth, un nigeriano de 26 años, trata de ayudar a una vecina con chilaba y pañuelo en la cabeza a bajar las escaleras con el carrito del bebé. La mujer lo rechaza amable. Las dos comunidades, los marroquíes y los subsaharianos, se rozan pero no se tocan. Apenas hay relaciones entre unos y otros. «Esto es un gueto», señala un joven africano haciendo una mueca.
Una de las avenidas principales está jalonada de tenderetes al estilo «top manta». Casi todo lo que se vende es ropa y teléfonos móviles, de segunda mano. Unos metros más allá, hay puestos de fruta y verdura. Grupos de subsaharianos van y vienen, compran lo esencial o matan el tiempo en las esquinas. No hay estadísticas de cuántos son ni de cuánto dinero mueven, pero suponen un empujón económico para la zona.
¿Por qué ya no hay tantos inmigrantes viviendo en el casco antiguo o el barrio de la Plaza de Toros, edifico en desuso que hasta no hace muchos años sirvió para albergar a subsaharianos detenidos? «La gente necesita estar rodeado de los suyos, salir a la calle y ver a los que son como tú, tener contacto con ellos en la vida cotidiana», señala Patu, otro camerunés, que recuerda que las autoridades de Marruecos les dejan recibir dinero por sistemas como Western Union pero no enviar a sus países en caso de que se logre ahorrar algo.
No tensar la cuerda
La situación es de calma estos días en Doha, adonde han hallado refugio algunos de los supervivientes del incidente de la frontera de Ceuta en el que murieron una quincena de subsaharianos el pasado 6 de febrero. No hay furgonetas de las Fuerzas Auxiliares y las patrullas de agentes uniformados son en apariencia las mismas que en otras zonas de la ciudad. Alguien ha dado la orden, al menos por el momento, de no tensar la cuerda.
Pero no había sido así en las últimas semanas. Un senegalés y un camerunés han muerto en el barrio durante redadas de las Fuerzas de Seguridad en los últimos cuatro meses. Los dos cayeron a la calle desde una altura de varios pisos. En el último incidente, el pasado 5 de diciembre, cientos de subsaharianos se manifestaron con el cadáver del joven Cedric Bete a cuestas en un ambiente de máxima tensión. Yannick, el que sobrevivió a la caída hace año y medio, y los demás inmigrantes no olvidan ese día y saben que la calma es pendular. Igual que viene se va y puede ser solo cuestión de días en el gueto de Doha.
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