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el rompeolas, España vista desde cataluña

Los husmeadores infalibles

tomen a Artur Más y verán hoy un personaje evitado por los infalibles husmeadores de poder que conocemos como empresarios

Los husmeadores infalibles efe

juan carlos girauta

La fractura catalana alcanza a la coalición gobernante, donde los herederos de Carrasco i Formiguera convivían en triunfante joint venture (unión temporal de empresas) con el partido que parió Pujol, banquero fracasado, activista encarcelado, ilustrado doctor de lecturas anti ilustradas, padre del nacionalismo catalán contemporáneo y, si me apuran, de la Cataluña contemporánea. Más exactamente: médium cuyo ectoplasma conocemos hoy como «Cataluña».

La pervivencia del ectoplasma es indudable y asombrosa . Sigue reproduciendo fielmente el país imaginario que perdió su independencia al enfrentarse con el primer Borbón y lleva trescientos años sojuzgado por una tal España. Un hito en la triste historia del nacionalismo, una salpicadura tardía y lejana de la tormenta y el ímpetu (Sturm und Drang), una vez desprovista la explosión de cualquier arte e ingenio, una vez arrojados a los cerdos los restos del festejo y la pasión. Todas esas cosas que el lector instruido conoce perfectamente, no hay por qué seguir.

Lo curioso es el vigor de esta enésima encarnación de una ideología que es madre de la exclusión, de la búsqueda de enemigos y del regodeo en el agravio antiguo o moderno, real o imaginado, pasado, presente o futuro. Lo notable es que del médium local ya no quede nada, que el apellido Pujol haya pasado, de provocar actitudes reverenciales (incluso dentro del hogar medio catalán, en familia, en pijama, dormidos), a resultar terriblemente incómodo. Lo pasmoso es que los hijos políticos de don Jordi, la pintoresca gentecilla del derecho a decidir, haga como si Pujol y los Pujol nunca hubieran existido: «¿Jordi qué? Connais pas!» Hasta ayer seguían sometidos a la dinastía , con Oriol como secretario general, más talibán que nadie y más separatista que todos. Pero Pujol. Y los Pujol ya no molan.

Yo asisto estupefacto a estos vaivenes del destino, al desigual favor que se otorgan durante esta etapa de aceleración de la historia. Mezcla circense de la Guerra de Sucesión con las cuentas suizas, del expolio con el fervor patriótico del que roba por Cataluña. Y la soltura con que el Palau -ahora en manos de una gallina blanca-, trata de salvar de la quema y del castigo a la misma Convergència que les levantó mil millones de pesetas.

Nada entenderá el espectador si no conoce la premisa principal. Sólo una cosa merece respeto en esa Cataluña: el poder. Tomen a Artur Mas, por ejemplo, que es un economista con experiencia en el hundimiento de empresas: Diplomat, Tipel, La Seda, Cataluña misma. ¿Cómo va a asustarse él con la suspensión de pagos de la Generalidad, con la de veces que se ha visto en tal tesitura? Ahora puede contar con el asesoramiento de su hermano, que está hundiendo Panrico. Pero a lo que iba: tomen a Artur Más y verán hoy un personaje evitado por los infalibles husmeadores de poder que conocemos como empresarios, no sin cierto abuso del término. Llamémosles conseguidores, o comisionistas de peso, o herederos, terceras generaciones que revientan el negocio del abuelo, gentes de patronal. Todos ellos se apartan hoy de Artur Mas porque huele a muerto . Otros, más íntegros, empresarios de verdad, cantan las cuarenta al president delante de un micrófono, y luego lo sientan a su mesa, a la vista de todos. Y lo cortés no quita lo valiente. Pero son dos: un editor y un champañero. Son sus palabras, y es la huida del resto, el mejor indicador: caída la dinastía Pujol, ahora caerán sus epígonos. ¡Con qué respeto miraban en Fomento a Soraya S. de S.! Es el poder. Mas no la plantó por el protocolo sino por el insoportable contraste.

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