el rompeolas. españa vista desde cataluña
Por fin se pueden escandalizar
El imaginario español lo gobierna el progrerío; nunca le han perdonado al PP un error, nunca le han perdonado un acierto
La regeneración de España es el único camino transitable. Los otros se llaman descomposición o antipolítica, podredumbre o totalitarismo. La partitocracia ha sido caldo de cultivo de mafias familiares y de sobrecogedores, de incrustación en el poder y de consunción de valores.
Los unos, en nombre de una nación, hacían patria mientras tejían su red familiar de opacas sociedades; los otros aglutinaban al centro derecha español e impartían lecciones de ética mientras la gerencia, en su cuarto oscuro, se forraba y forraba a esos que permanecen escondidos. Ay de ellos. El imaginario español lo gobierna el progrerío; nunca le han perdonado al PP un error, nunca le han perdonado un acierto: jamás en la vida le perdonarán esta presunta chorizada en ristra. Mancha de décadas con las propiedades del aceite, catástrofe para su credibilidad y, por tanto, para el sistema. Nada alterará ya la percepción que se ha estampado en la mente nacional durante esta semana de final de era: los partidos troncales están fatalmente contaminados. Punto.
No son sólo las dos grandes formaciones. En Cataluña, lo troncal ha sido siempre CiU. Las reacciones de la prensa local a las informaciones sobre los Pujol resultan deprimentes y confirman la escasa calidad democrática de mi tierra, paradójicamente acostumbrada a presentarse como lo más avanzado de España en valores democráticos (y en todo lo demás).
Justo antes de estallar la bomba fétida de Bárcenas y de poder ponerse los medios catalanes a hacer aspavientos, rasgarse las vestiduras y desmayarse como damiselas, se habían hecho un atracón de sapos y ranas con la cara de Jordi Pujol Soley, de Oriol Pujol Ferrusola, de Jordi Pujol Ferrusola y su doble, de Josep Pujol Ferrusola y su sosias, y de Oleguer Pujol, casero de Prisa. Se los habían tragado los maestros ciruela de la moral pública con tanta voracidad que no quedaba rastro. Si alguien citaba, de pasada, lo de la cuenta del padre de Mas, lo de los coches de carreras, lo de las ITV, o incluso lo del Palau, que ya está congelado, las miradas de desprecio se clavaban en el incauto. Un desprecio no exento de compasión: este pobre imbécil intenta vender aquí todas esas barbaridades inventadas o manipuladas en Madrid.
La explosión de la mayor crisis en la historia del PP es música para sus oídos: por fin los ojos se apartarán de Cataluña; por fin podrán escandalizarse, por fin la prensa de los editoriales únicos sacará la regla y el puntero, señalará y gritará «¡Qué vergüenza!» Invocará la necesaria limpieza de la vida pública, urgirá investigaciones, instará a la asunción de responsabilidades. Son intuitivos y rápidos, parece que se crean lo que dicen. Dos días antes de la explosión, TV3 dedicó su debate o tertulia de la tarde a comentar las portadas de ABC, El Mundo y La Razón. Ojo: no se trataba de comentar aquello de lo que las portadas informaban (la corrupción catalana), sino las portadas en sí. Uno tras otro, los periodistas presentes deploraron «esa forma de hacer prensa». Negaron relevancia, en el mejor de los casos, a los contenidos; en el peor, los reputaron invenciones con pura finalidad de dañar a una honrada familia.
El viernes le coloqué delante de las narices la portada de ABC a uno de esos neo escandalizados. Iba una foto de Bárcenas con una frase inequívoca que instaba al PP a aclarar el asunto. Se lo dije cortito: vosotros no habéis llevado nunca a portada la basura de Convergencia, ni siquiera una mención, así que, a partir de ahora, lecciones de periodismo y deontología, las justas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete