Un año sin Fraga
La prodigiosa cabeza en la que cabía el Estado

A las diez y media de la noche de hace mañana un año, cuando su principal criatura política ya había vuelto al poder, Manuel Fraga Iribarne, el presidente/fundador, el ciclón de Villalba, el viejo patrón de la derecha, entregaba su alma a la Historia. Habían sido los 89 años políticos más abigarrados y quizá más intensos de la reciente historia de España. 89 años vividos como si fueran los últimos de la civilización. Adobados con una pasión irrefrenable por el poder, que es lo que permitía «hacer cosas…».
Esa energía inagotable que a veces desbordaba la cabeza «en la que cabía el Estado» (Felipe González dixit) no sólo puso en pie la formación política más formidable de toda Europa («amigo Palomo, los que pasan a la Historia no son los primeros ministros sino los fundadores de los partidos»). También escribió las anécdotas más memorables de la última mitad del siglo XX.
El tópico se descuartiza ante la poderosa personalidad del hombre de Perbes, el fundador del centroderecha moderno en España, más allá, incluso, de ese extraño cóctel que supuso ser un intelectual que devoraba libros a velocidad de crucero, el hombre de acción compulsivo al que le faltaban horas y el estadista que sobrevivió a clichés, sambenitos y campañas feroces ideadas y dirigidas desde las propias cloacas del Estado. Y también a sus propias contradicciones tan monumentales como su grandeza humana y su personalidad fuera de lo común. Esa personalidad de la que dijera su amigo y paisano Pío Cabanillas (se lo oí personalmente): «Tiene una tendencia irrefrenable hacia el error».
Conocí a Fraga en los inicios mismos de la Transición, cuando chapoteaba en busca de un lugar al sol en la incipiente democracia tras haber servido al franquismo. La última vez que conversé con él fue en el hotel Reconquista de Oviedo, ya en silla de ruedas, a propósito de una entrega de los premios Príncipe de Asturias de los que siempre fue jurado. Poco tiempo antes de que reposara en un humilde nicho «en mi querida Galicia», al lado de su esposa Carmen Estévez.
Al servicio de España
«Aquí me tiene -susurró con voz trémula-; 87 años quemados al servicio de España».
Todo el que conoció a don Manuel tiene su propio libro anecdotario acerca del fundador del PP. Quizá fueron tres las personas, entre los centenares de colaboradores de su particular círculo interior, que podían tabular con más justeza y precisión el vademécum inabarcable de la vida de «Zapatones» que dio varias veces la vuelta a España en busca del voto. Creía que era la mejor forma de recabar apoyos, hasta el punto de que en la campaña de 1977, cuando pateaba unos grandes almacenes, le dio la mano a un maniquí que se resistía a recoger su panfleto electoral.
Esas tres personas eran Rogelio Baón, fallecido poco tiempo antes que él, y que fue su jefe de gabinete en Gobernación; Carlos Mendo, el gran periodista que le asistió en momentos claves de su vida, y Enrique Beotas, que fue su jefe de prensa durante años en Alianza Popular y persona de su entera confianza y quizá el que mejor supo intuir al Fraga del final de su carrera política, y desde luego, el que más trabajó por deshacer el mito en blanco y negro que se había creado en torno al padre de la derecha moderna.
En el invierno de 1987, siendo eurodiputado, Fraga, a través de Beotas, me invitó a pasar una semana con él en Estrasburgo. Fueron cinco días convertidos en espectáculo para un periodista político y en lecciones vivas de historia española, europea y mundial.
Fraga se empeñaba en llevarte la maleta («usted es mi invitado, mi querido amigo»), te abrumaba con datos y explicaciones históricas, te invitaba/ordenaba a comer las especialidades, te presentaba a exmandatarios de renombre mundial y te hacía saber «in situ» que lo mismo le daba hablar el inglés, el francés o el alemán.
«En realidad, yo siempre he sido un paquete en la moto de la Historia»,me dijo nada más asentarnos en el avión que aterrizara en Estrasburgo, devorar el magnífico menú de a bordo y acto seguido dormirse como un niño.
-Explíqueme eso, don Manuel….
-Mi querido amigo, durante el franquismo yo me inclinaba hacia la izquierda porque la moto se iba a la derecha; luego, me incliné a la derecha porque España derivaba peligrosamente hacia la izquierda…¡A ver si me entiende! Lo mío siempre fue el centro… Y siempre incomprendido… La Historia me entenderá…¡espero!
La conjura de 1977
Justo al lado viajaba también Carlos Garaicoechea, que no perdía ripio de las lecciones que impartía su adversario político. Sus muchos enemigos políticos (más en la derecha que en la izquierda no comunista) cargaban contra don Manuel (de hecho hubo una conjura en las primeras elecciones democráticas, en 1977, para impedir la «mayoría natural» del que había sido ministro con Franco), pero en privado reconocían su talento y su preparación extraordinaria.
La personalidad única de Fraga lo era en todas las estaciones y en todas las circunstancias. Durante una de sus cenas habituales en «La Criolla» (donde intentaba demostrar que era capaz de hacer la mejor queimada del mundo), Carlos Mendo reveló que siendo agregado de prensa en la embajada de Londres donde Fraga había sido destinado, se recibió una llamada de Scotland Yard advirtiendo que se había anunciado la colocación de una bomba en la sede diplomática por parte de un grupo terrorista español. Era 1969 y el franquismo era rechazado internacionalmente a toda hora y bajo cualquier pretexto.Fraga bajó en pijama y, remangado, le ordenó a su colaborador que a duras penas podía mantenerse en pié por el sueño:
-¡Mendo, despiértese y póngase raudo a buscar bombas!
El propio embajador hizo lo propio. No dejó resquicio alguno sin revisar en Belgravia Square.
Sus anécdotas respecto al baño de Palomares son conocidas por todos. Lo mismo que su plantón a Ava Gadner cuando la actriz intentó tirarle los tejos con la aviesa intención de que le rebajase los impuestos que pagaba por su trabajo en España.
En 1991, siendo presidente de la Xunta, Fraga, desafiando el contexto internacional (acababa de derrumbarse el campo socialista), las presiones de los Estados Unidos («iría en busca de gallegos hasta el fondo de la tierra»), los consejos del entonces gobierno de Felipe González -en plena tensión con las autoridades de La Habana- y las opiniones contrarias dentro del PP (Aznar muy contrariado confesaría a quien firma que eran «cosas de Fraga»), se presentó en Cuba con un DC-10 cargado de periodistas y de conservas «made in Galicia». El hijo del indiano quería agradecer a la tierra donde sus padres prosperaron al margen del comunista Castro al que aleccionó, sin mucho éxito, para que emprendiera el camino de la democracia.
Fueron doce días cuajados de anécdotas. Quizá esta no ha sido revelada.
Fidel Castro, sumamente agradecido y complaciente con don Manuel por su coraje al romper el bloqueo internacional que se había impuesto a su régimen dictatorial, le llevó a dar un paseo en barca en un bello lago en Varadero. Estuvieron horas hablando de todo. Fraga insistía:
-Presidente, debes iniciar la apertura, hacer gestos hacia la democratización de Cuba… No tienes otra salida después de la caída del Muro de Berlín, celebrar elecciones cuanto antes…
Castro se mesaba la barba. En un momento determinado le pregunta directo a Fraga.
-Bien, ¿y si pierdo?…
-¡Pues si pierdes, jodido te veo, mi querido amigo!
Naturalmente, el comandante tomó buena nota.
A diestra y siniestra
Durante la etapa constituyente (1977-78), Fraga como ponente constitucional tuvo que batirse el cobre entre los rupturistas de izquierda y la derechona que militaba en AP.
Aprovechando un viaje a Washingon -invitado por su amigo Cyrus Sulzberger, director de «The New York Times», al que solía corresponder invitándole a cazar en España- diputados de su grupo, Federico Silva Muñoz y Gonzalo Fernández de la Mora, se rebelaron contra determinados artículos del borrador constitucional que se había filtrado y a los que Fraga había accedido. La bronca política era enorme. Don Manuel, nada más aterrizar en Barajas, se dirigió cargado de carteras al Congreso de los Diputados donde había citado a sus diputados para ponerles firmes.
Los periodistas se arremolinaron a su alrededor (yo entre ellos, que entonces servía a las órdenes de Antonio Herrero en la agencia Europa Press) para conocer la opinión del fundador de AP.
-Don Manuel, ¿qué les va a decir a Silva y Fernández de la Mora?
-Lo que tenga que decirles se lo diré a la cara…Pero esos artículos van a misa…!
-Don Manuel, ¿podemos poner esto en su boca? -pregunta un joven reportero de la cadena Ser.
-¡Cómo si quiere ponerlo usted en mi culo! Y punto. No tengo más que añadir…
El más denostado
Fraga, quizá el político más denostado de la reciente historia de España junto con el otro conservador Antonio Maura, lo único que no soportaba era que se metieran con su familia (su mujer la leonesa Carmen Estévez siempre fue un dechado de discreción) y que tocaran a sus hijos. Adriana, la hija menor, era su debilidad. Atrás quedaron sus encontronazos con su hermana Ana, militante de izquierdas (CC.OO.), casada también con el abogado aragonés Javier Baselga, especialmente durante la etapa en la que su hermano fue ministro de la Gobernación en aquellos difíciles tiempos del inicio de la Transición hacia la democracia.
Fraga más allá de la anécdota. Las últimas de su vida podría describirlas Esteban González Pons, quien tuvo la idea de realizar un documental sobre el presidente/fundador en los últimos años de su vida. Un documento de gran transcendencia política para el centro derecha y que fue presentado en el XVII Congreso Nacional celebrado en Sevilla. Con la voz en off de la secretaria general, María Dolores de Cospedal, el «trabajador incansable que luchaba contra el reloj» fue despedido entre lágrimas por los compromisarios, que, puestos en pie, tributaron su homenaje a Fraga en una larguísima ovación. El «gran tímido» debió removerse en su nicho de la costa gallega.
Cuando se estudia la contradictoria vida de Manuel Fraga uno no puede dejar de considerar un hecho cierto. Cuando en noviembre de 1986 presenta su dimisión como jefe de Alianza Popular -tras la derrota vasca y el fracaso en la abstención por el referéndum OTAN-, Fraga tenía entonces 67 años. Todo el mundo dio por amortizado a esta vocación pública extraordinaria. Curiosamente, le quedaba por rellenar las dos cosas por las que le acogería la historia política española: refundar AP en el PP, hoy la más formidable fuerza política en toda Europa, y reconquistar Galicia.
… Y punto. No tengo más que añadir… ¡mi querido amigo!
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