Rubalcaba se resiste a dimitir para controlar la sucesión en el PSOE
La severidad de los números no puede ser más amarga, pero Alfredo Pérez Rubalcaba los encajó sin asumir culpas, sin autocrítica y sin demasiada prisa por empezar a reconstruir el PSOE de las cenizas a las que ayer quedo reducido. Cerca de las diez y media de la noche, cuando el escrutinio era ya del 85,4 por ciento y confirmaba un devastador 187 a 110, el candidato compareció solo en la sede de Ferraz con rictus de luto mal disimulado y un discurso de derrota, pero con ganas de seguir.
«Hemos perdido claramente», dijo en tono de epitafio, pero para poner en valor a continuación «los siete millones de votos» acopiados por el PSOE «en circunstancias especialmente difíciles». «Les puedo asegurar que estaremos a la altura de esa confianza», habló con la gravedad de un jefe de la oposición. Desde las siete de la tarde, José Luis Rodríguez Zapatero acompañaba al candidato en su despacho de la cuarta planta, pero no estuvo a la hora de dar la cara y Rubalcaba, —según el partido, por decisión propia—, puso la suya para ilustrar el fracaso histórico de este 20-N.
Congreso ordinario ya
«He transmitido al secretario general mi convicción de que es preciso convocar un congreso ordinario, que debería celebrarse lo antes posible dentro del plazo señalado por nuestros estatutos», anunció el candidato socialista, dando la sensación de que quiere aspirar a la Secretaría General. De hecho, anoche no dimitió de nada, como había prometido previamente que haría, en contraste con Joaquín Almunia en 2000. Tampoco tenía nada de qué dimitir.
Se puso en ese papel de jefe de la oposición, aunque sin identificarse como tal en ningún momento. Utilizó un plural abstracto: «Los ciudadanos han decidido que los socialistas pasemos a liderar la oposición y así lo vamos a hacer. Lo haremos de acuerdo a nuestra identidad política, a nuestros valores y a nuestras convicciones; al sentido de la responsabilidad y al compromiso con el interés general de España que siempre hemos demostrado», leyó. Y añadió: «Vamos a defender con todas nuestras fuerzas que la lucha contra la crisis no signifique una pérdida de los derechos y de las seguridades básicas que hemos conquistado a lo largo de años de esfuerzo (...).Vamos a defender, pues, los servicios públicos universales, la igualdad entre hombres y mujeres y todas nuestras libertades y nuestros derechos civiles».
Ante lo único que Rubalcaba mostró nerviosismo fue ante las ovaciones de los militantes, unos 500, que se reunieron para arroparle en la sala Ramón Rubial de Ferraz, las de las grandes ocasiones. Frente a sus aplausos, gritos esporádicos de «¡presidente!», les pidió: «Dejadme, por favor». Allí dentro, entre los hombres y mujeres del PSOE, se comentaba con rencor el daño que a última hora habían hecho Carme Chacón, sus ambiciones y sus «mimitos». Fuera del cuartel general socialista no había nadie. Ni se esperaba. El PSOE siquiera instaló este 20-N en la fachada los acostumbrados andamios para que el candidato se dirigiera a los simpatizantes.
No funcionó el miedo
La campaña del miedo a los recortes del PP, del que viene la derecha, de adjudicar a Rubalcaba el fin de ETA y de las propuestas arriesgadas, —que sonaban a hueco en boca de un candidato que bien podía haberlas aplicado hasta julio, mientras fue vicepresidente del Gobierno—, no funcionó. El candidato socialista pagó al contado las culpas y recibió un gravísimo castigo sin conseguir frenar un ápice el tsunami azul del PP ni tampoco la fragmentación del voto de izquierda, que huyó a IU.
La confirmación de los peores pronósticos fulminaba las esperanzas a las que quiso agarrarse el PSOE hasta el último momento. Todavía a las ocho de la tarde, con los sondeos a pie de urna ya en la mano que vaticinaban entonces un pérdida de más de 50 diputados para los socialistas, Elena Valenciano pedía «cautela». «Sabemos vamos a tener el apoyo millones españoles en situación difícil», se consolaba la directora de campaña, resistente a creer que los 41 mítines y 23.500 kilómetros recorridos por Rubalcaba no hubieran movido un solo voto a favor.
Pero, definitivamente, los llamamientos del candidato a que los militantes que acudieron a sus actos electorales telefonearan a sus vecinos, les conminaran puerta a puerta, para que sostuvieran al PSOE, no fueron a ningún sitio. Ni los micromítines de esta última semana de campaña que le llevó a protagonizar hasta seis actos por día.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete