Luces y sombras de la etapa Mortier
Tras el relevo anunciado ayer del director belga como director artístico del Real, ABC realiza un breve balance de la herencia dejada por este durante sus cuatro años en Madrid

Hacer balance de la labor desarrollada por Gerard Mortier en el Teatro Real en los últimos cuatro años es difícil porque muchas veces el ruido de sus polémicas ha ensombrecido el brillo de sus aciertos. ¿Aciertos? se preguntarán muchos. Pues sí, pues el director belga no ocupa un lugar en la historia de la ópera solo por sus desafortunados enfrentamientos, siempre muy mediáticos.
Llegó a Madrid con un curriculum sobresaliente, donde destacan sus etapas del Festival de Salzburgo -allí rompió con años de tradición- o la creación de la Triennal del Rhür, donde alumbró éxitos como el «San Francisco de Asis» que pudimos ver aquí hace dos temporadas, aunque las condiciones no fueran las mismas y el resultado artístico tampoco.
Fondo de armario
Precisamente ha sido ese uno de los puntos más notables de su paso por Madrid, ofrecer al público del Teatro Real ese gran fondo de armario enriquecido durante años con títulos y producciones, pero que, aquí viene la parte negativa, a veces -muchas- no han envejecido bien y eso se ha notado, como sucedió, por poner un ejemplo, con «El caballero de la rosa».
Otro punto a su favor. Mortier, demostrando que sigue manteniendo la audacia de otras épocas para seguir ostentando así su corona de «enfant terrible» de la ópera, no se ha dejado vencer por la inercia o la comodidad y ha seguido indagando y experimentando, combinando sin pudor disciplinas y repertorios. Experimentos que algunas veces, a pesar de la sobreabundante propaganda que los ha envuelto, no se ha traducido en un buen resultado artístico ni de crítica, al menos aquí en Madrid, como es el caso de «C(h)eours» . Mejores resultados logró con «Vida y muerte de Marina Abramovic» , donde aglutinó estrellas de culto del pasado y del presente ( Abramovic, Wilson, Willem Dafoe, Antony Hegarty).
Público joven
En su haber también se podría apuntar el incremento de la asistencia del público joven al coliseo madrileño . Sí, es cierto. Basta con acudir a algunas de las funciones del Real para comprobar que los vaqueros y las mochilas se codean con las corbatas y los vestidos de cóctel. Pero esto es producto, también hay que decirlo, de rebajar los precios de manera muy considerable para llenar un patio de butacas cada vez menos concurrido por la falta de entusiasmo por una programación marcada por los desequilibrios y los gustos personales de Mortier. Esto tiene dos consecuencias: una positiva y otra negativa.
La primera, es la captación de un nuevo público que de otra manera no tendría acceso a un lugar que muchos consideran reservado para unos pocos. La segunda, que ha supuesto una bajada considerable de los ingresos de taquilla .
El coste de las producciones ha sido otro talón de aquiles para un presupuesto que no se nutre ni de la taquilla y que sufre los desplantes de las subvenciones públicas, a pesar de contar con la inyección de un mecenazgo en paulatino ascenso. La necesidad de priorizar los gastos se ha llevado por delante el proyecto social y parte del proyecto educativo del coliseo madrileño .
Internacionalización
Mucho se ha hablado de la internacionalización del Real. Uno de los objetivos encomendados a Mortier y cumplido a medias. Los estrenos de «El americano perfecto» y una nueva producción de «Cosi fan tutte» granjearon la atención de los medios internacionales. La primera más por lo anecdótico y polémico del tema, la biografía oscura de Walt Disney, y la segunda, sí por la calidad pero también por coincidir además con el éxito clamoroso de su director de escena, Michael Haneke, con su película «Amor».
En el debe, podrían colocarse sus desafortunadas declaraciones sobre los cantantes españoles, el público español, sus precededores en el Real, como Antonio Moral y Jesús López Cobos , con el que tiene un litigio pendiente en los tribunales; su más reciente desencuentro con la Ópera y la Filarmónica de Viena ...
También algunos de sus montajes, capitaneados por sus directores de escena de cabecera -Warlikowski y Cherniakov- y que han vertido ríos de tinta en la prensa y levantado al público antes de tiempo de sus butacas. El más reciente «Don Giovanni».
Proyecto inacabado
El apartado musical no sale mejor parado. Las voces pocas veces han trascendido el impacto -bueno o malo- de los montajes, y la orquesta ha dependido de cada uno de las batutas de turno, sin darle continuidad y progresión a su proyecto gracias al empeño de Mortier de prescindir de la figura de un director musical.
Tanto ruido se ha vuelto contra Mortier y ha empañado la mirada del público madrileño. Esto, junto a la imposibilidad de ver concluido el proyecto completo de Mortier ante su marcha anticipada, impiden ver de manera objetiva lo que hubiera podido aportar al Teatro Real porque como afirma un dicho muy español: «El que tuvo retuvo». Y Mortier se hizo hace mucho tiempo un hueco en la historia de la ópera. Meritos tuvo entonces, aunque a Madrid hayan llegado algo trasnochados.
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