Diarios de duelo
Joan Didion, Isabel Allende, Roland Barthes o David Rieff, entre otros, se refugiaron en la escritura para lidiar con la pérdida de sus seres queridos

«Conozco la fragilidad y conozco el miedo. Uno no teme por lo que ha perdido. Uno teme por lo que todavía no ha perdido. Puede que ustedes todavía no vean nada por perder. Y sin embargo, no hay día en su vida en que yo no la vea». Así termina «Noches azules» (Mondadori), el libro que Joan Didion (Sacramento, 1934) escribió sobre la muerte de su única hija.
Una obra reveladora y trágica en la que la autora estadounidense se enfrentó a la pérdida de Quintana y demostró que el único duelo posible es el que brota del desconsuelo y la añoranza. Como ya hiciera en «El año del pensamiento mágico» (Global Rhythm Press), Didion ofrece una lección de vida a través de la muerte: «¿Puede haber para un mortal un dolor mayor que ver a sus hijos muertos?».
A la misma pregunta intentó dar respuesta Isabel Allende (Lima, 1942) en «Paula» (Plaza & Janés), su libro más personal. Durante un año, la hija de la escritora chilena se debatió entre la vida y la muerte y ella lo reflejó en este relato, que termina el día que Paula falleció: «La frialdad de la muerte proviene de las entrañas, como una hoguera de nieve ardiendo por dentro; al besarla el hielo quedaba en mis labios, como una quemadura». Una quemadura que también sufrieron Sergio del Molino («La hora violeta», Mondadori) y Piedad Bonnett («Lo que no tiene nombre», Alfaguara).
Pero, si para un padre no hay mayor tragedia que la pérdida de un hijo, la muerte del progenitor nos deja a todos en un estado de orfandad que siempre nos acompañará. El «Diario de Duelo» de Roland Barthes (1915-1980) es uno de los ejemplos más significativos. El día siguiente a la muerte de su madre, el escritor francés comenzó un diario que abarcaría desde el 26 de octubre de 1977 al 15 de septiembre de 1979.
Esas 330 entradas son un testimonio desgarrador de cómo Barthes es incapaz de entender (ni vivir) la vida sin su madre. «No deseo más que habitar mi aflicción», escribe el 31 de julio de 1978; «Yo no era como ella, puesto que no he muerto con (al mismo tiempo que) ella», se desahoga el 1 de mayo del año siguiente. En la misma línea que Barthes, aunque algo más desapegada, escribió David Rieff (Boston, 1952) «Un mar de muerte» (Debate), sobre los últimos meses de vida de su madre, Susan Sontag .
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete