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ABC Cultural

Luis Cernuda: que no habite el olvido

Homenajes en Madrid y Sevilla y un libro recuerdan al poeta en el cincuenta aniversario de su muerte

Luis Cernuda: que no habite el olvido aBC

Manuel de la fuente

«Leve es la parte de la vida / que como dioses rescatan los poetas. / El odio y destrucción perduran siempre / sordamente en la entraña / toda hiel sempiterna del español terrible, / que acecha lo cimero / con su piedra en la mano». Con estos versos del poema «F. G. L. A un poeta muerto», Luis Cernuda se despedía de su amigo del alma Federico García Lorca, una vez conocido su asesinato. Y los dos primeros versos, «Leve es la parte de la vida / que como dioses rescatan los poetas» son el título de un libro (Ediciones de la La Revista Áurea, con la colaboración de la Editorial Polibea) que justo ahora, cuando se cumplen el día 5 cincuenta años de la muerte del autor de «Donde habite el olvido», le sirven de homenaje.

En el volumen han participado ochenta poetas que aportan en su mayoría versos escritos especialísimamente para esta ocasión. Entre ellos, Antonio Gamoneda, Antonio Colinas, Caballero Bonald, Francisco Brines, Pablo García Baena, Antonio Carvajal, Jaime Siles, Eloy Sánchez Rosillo, Antonio Hernández, Luis Alberto de Cuenca, Ana Rossetti, Juan Carlos Mestre, Luis Antonio de Villena, Vicente Molina Foix, Andrés Trapiello, Amalia Bautista, Beatriz Hernanz, Federico Leal y Almudena Guzmán . No faltan tampoco hispanoamericanos como Juan Gelman , o como la Nobel alemana Herta Müller y el francés Yves Bonnefoy .

Proceso de creación

Además de los poemas, el libro aporta un documento inédito, el manuscrito de los primeros borradores del «Soliloquio del farero» , uno de los textos fundamentales de Cernuda, y varios dibujos de Gregorio Prieto, pintor de la Generación del 27. Como señala Miguel Losada, poeta y editor del libro, «este manuscrito original, con sus variantes, tachaduras y demás, es muy interesante porque puede verse el proceso de creación de uno de los poemas considerados como más importante del poeta. El manuscrito pertenece al cuaderno original escrito en 1934 en varios pueblos gaditanos del libro “Invocaciones”».

Era un 5 de noviembre de 1963. Luis Cernuda se hospedaba en casa de su gran amiga la poeta Concha Méndez, esposa del también poeta Manuel Altolaguirre , muerto en 1959 en España cuando asistía al Festival de San Sebastián. Aquella mañana, en esa casa de Coyoacán, en México, don Luis no bajaba a desayunar. Paloma Altolaguirre, hija de Manuel y Concha, subió a buscarlo a su habitación en la segunda planta. Cernuda, con las cerillas y su pipa en la mano, y un libro de Emila Pardo Bazán en la mesilla , parecía simplemente dormido, pero acaba de viajar definitivamente a ese lugar donde quizá habite el olvido, «más allá de los vastos jardines sin aurora, / donde yo sólo sea / memoria de una piedra / sepultada entre ortigas / sobre la cual el viento escapa a sus insomnios». Luis Cernuda, uno de los más grandes poetas contemporáneos españoles, había muerto.

Extranjero de sí mismo

En silencio, a solas, sin estruendo, en el exilio mexicano que tanta ternura había aportado a la vida de este hombre tantas veces extranjero de sí mismo, como vuelto y revuelto de la vida. Atrás quedaban sus años de profesor en Inglaterra, Estados Unidos y en México, sus artículos, sus críticas literarias, sus ensayos como «Estudios sobre poesía española contemporánea» o «Poesía y literatura», sus poemas, sus libros: «Perfil del aire» (1927), «Un río, un amor» (1929), «Donde habite el olvido» (1934), «La realidad y el deseo» (su obra completa hasta entonces, 1936), «Las nubes» (1940), «Con las horas contadas» (1950-1956) y «Desolación de la quimera» (1962).

Luis Cernuda fue un hombre difícil. Fue un hombre radical. Radical en sus ideas (firmísimo defensor de la causa republicana, a pesar de todos sus pesares, comunista durante algunos meses), radical poética, sentimental y sexualmente . Fu un hombre dolorido en sus pasos, también en su literatura, una criatura sensible que nunca pudo perdonar a Juan Ramón Jiménez que fuera tan hostil con su debut literario, «Perfil del aire»: «Mozo, bien mozo era, / cuando no había brotado / lengua alguna, caísteis sobre un libro / primerizo lo mismo que su autor: / yo, mi primer libro./ Algo os ofende, porque sí, / en el hombre y su tarea».

Un hombre desasosegado y hasta rencoroso con su vieja Patria, a la que alguna vez llamó «esa tierra de cabreros» , y que doloridamente escribía en «A sus paisanos»: «No me queréis, lo sé, y que os molesta / Cuanto escribo. ¿Os molesta? Os ofende. / ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?». Un hombre al que la Guerra Civil le dejó el corazón en parihuelas tras perder (cada uno asesinado por un bando) a dos de sus grandes amigos: Federico García Lorca y José María Hinojosa, pérdidas que jamás se le borraron del alma. Un hombre al que su homosexualidad le dejó en la partida de la existencia «como un naipe sin baraja». Le recordamos con su bigote y con su pipa, con su sensibilidad extrema, con su aire de caballero inglés, con sus poemas donde la quimera del amor siempre acaba desolada.

Homenaje a la nobleza humana

Pero le recordamos también por sus versos sobre el edén de la juventud («Adolescente fui / en dias idénticos a nubes...»), por sus reflexiones sobre la condición humana como escribía en «1936» , un poema donde meditaba sobre la crueldad de la guerra y hasta los excesos de sus correligionarios: «Que tantos otros, pretendiendo fe en ella / sólo atendieran a ellos mismos, / importa menos. / Lo que importa y nos basta es la fe de uno», y donde emocionadamente rendía homenaje a un combatiente internacional: «Gracias, compañero, gracias / Por el ejemplo. Gracias porque me dices / que el hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean: / Uno, uno tan sólo basta / como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana».

Luis Cernuda , cincuenta años desde tu silencioso y discreto adiós, que no haya olvido para la honestidad de tu viaje por la vida, quimera ciertamente, para las alforjas siempre repletas de tus versos, habitando esa tierra eterna, infinita, del aire: «esa gran región donde el amor, ángel terrible, / no esconda como acero / en mi pecho su ala». Que no, que no haya olvido.

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