Jorge Edwards: «Desde niño, siempre me interesaron los personajes marginales»
El escritor chileno, último Premio Mariano de Cavia, presenta su nueva novela, «El descubrimiento de la pintura»

El pasado 11 de junio , el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards era galardonado con el Premio Mariano de Cavia que concede ABC por su artículo «El exceso de realidad», en el que, en la Tercera de nuestro periódico, analizaba la obra de su colega Philip Roth . «Es un galardón que acepto encantado. El Premio Mariano de Cavia siempre se ha dado a prosistas de buena calidad, y estoy muy contento de estar en compañía de muchos autores que yo leía en mi tiempo, Delibes, Azorín, Gabriel Miró... me siento muy bien con ese premio», explica el embajador de Chile en Francia .
Además de sus tareas consulares en París, Edwards aún encuentra tiempo y espacio para seguir y continuar con la otra pasión de su vida, la escritura. Mientras sigue trabajando en su memorias ( «Los círculos morados» era el título del primer volumen) el autor de «Persona non grata» no abandona la narrativa a la que ha vuelto con una nueva novela, «El descubrimiento de la pintura» (Lumen), basada en un familiar suyo, un personaje tan singular como excéntrico, empleado de una cerrajería que gasta sus fines de semana escuchando música clásica en compañía de sus allegados, y yéndose a las afueras de Santiago a dedicarse al otro eje de su vida, la pintura, aunque en su vida aparentemente haya apenas visto un solo cuadro, ni a este ni al otro lado del Atlántico.
Tras pasar este fin de semana por el Hay Festival segoviano («un festival muy simpático, con mucho público que hace muy buenas preguntas, y además pagan y el cochinillo es muy bueno», describe con humor), Jorge Edwards llega con una novela surcada por la melancolía y el torbellino de los recuerdos de sus años jóvenes.
Buenos días, tristeza
«¿Le parece a usted que es un libro melancólico?», pregunta. «Mire, cuando hay un fondo triste en una historia siempre viene de uno, del autor. Esta novela nace de recuerdos de mi infancia y de mi juventud, cuando conocí a alguien muy parecido al personaje principal, Jorge Rengifo, alguien que existió, pero todo el desarrollo es una ficción. Rengifo es un personaje estrambótico, quijotesco, un fanático de la pintura que no sabía nada de la pintura, que ni siquiera miraba la propia pintura chilena porque no le interesaba, y cuyas ansias de ser pintor salían de algo interior y extraño, que era un preguntón, que hacía preguntas muy raras, tenido por homosexual... ese personaje para un niño o un joven era algo misterioso... Pero sí, la novela está teñida del recuerdo, de la nostalgia, de la melancolía...».
Tras toda una vida dedicada a la literatura, Edwards evoca para ABC sus inicios en el planeta de las letras: «Me recuerdo como un escritor que empezaba muy ingenuamente, que había pasado de lector a escritor, e imagínese usted, empecé como poeta, todo lo contrario de lo que quería mi padre que era un abogado y un hombre de empresa y que pensaba que yo debía hacer lo mismo, que lo último que debía hacer era convertirme en poeta. Sin embargo, en mi familia ya había existido un escritor, un primo hermano de mi padre, Joaquín Edwards Bello , que hoy es materia de estudio, pero al que en casa no se le llamaba Joaquín, sino el inútil de Joaquín, o sea que el sinónimo de inutilidad era escribir poesía, ser artista, esas cosas... pero siempre había una oveja negra, un excéntrico, un marginal, y a mí siempre desde niño me fascinaron esos personajes marginales. Fíjese, incluso podría decirle que yo llegué a serlo, fui un marginal relativo».
Jorge Edwards descubrió bastante pronto por dónde se deslizaría su narrativa. «Nunca me interesó escribir nunca grandes novelas épicas y revolucionarias, me aburría leerlas y escribirlas, siempre me atrajo escribir de la intimidad, así pasé de la poesía a la prosa, contando pequeñas historias del mundo santiaguino, y familiar, de los amigos, de los jesuitas con los que estudié. Y creo que a lo largo de los años he seguido desarrollando siempre el mismo tema, pero desarrollándolo como en una espiral, ampliándolo, pero partiendo habitualmente del mismo punto de partida. Pienso que he sido fiel a algo que no sé muy bien lo que es, quizá la memoria... ¿En qué he cambiado? Tal vez en que ahora me parece que lo que me decía mi padre no era ninguna tontería».
Haciendo memoria
Jorge Rengifo y «El descubrimiento de la pintura» nacieron mientras Edwards redactaba su libro de recuerdos . «Yo estaba escribiendo mis memorias, que se titulan los círculos morados, círculos morados que nos dejaba el mal vino en los labios cuando, en los cuarenta y cincuenta, los jóvenes poetas nos reuníamos en tabernas muy cutres, como se dice aquí. Pues cuando escribía ese libro apareció este personaje remoto, un cabo suelto de mis memorias que yo recogí y convertí en esta novela. Reconocí a este personaje y lo reinventé, sentí su afición y su pasión por la pintura en ese mundo en el que no se podía mirar pintura, porque para admirar un Goya, un Rembrandt, un Velázquez había que cruzar el Océano Atlántico. Sentí una pasión extraña por este personaje, un quijote, un iluminado».
Al final, Rengifo, Rengifonfo, Fonfo, empleado en una cerrajería, conoce a una viuda con posibles y con ella se casa, en un golpe de suerte que deja sorprendida a su familia, y esta mujer adinerada, como asegura Edwards, se convierte “en su Sancho Panza, porque generalmente las mujeres suelen ser los Sancho Panza de las parejas, y los hombres los iluminados, los quijotes”
La música es otro de los ejes que hacen moverse con buena melodía la narración. «La importancia de la música en la novela es algo absolutamente autobiográfico –rememora Jorge Edwards–, es el recuerdo de las tardes de domingo en la habitación de mi hermano donde nos reuníamos a escuchar música, yo era un chaval y me metía en la reunión de contrabando, y cuando la conversación podía ser inconveniente me echaban para que no lo escuchara».
«La desolada y globalizada modernidad... toda poesía ha sido desterrada por los tiempos digitalizados...», escribe el ganador del premio Cervantes en 1999. ¿No le gusta la vida contemporánea, señor Edwards? «Mire –explica– yo me adapto al mundo, no soy un inadaptado, pero a veces tengo bastante nostalgia de ese mundo en el que no había Internet, porque en Internet pierdo textos, se me cae el sistema... cuando uno usaba una pluma y un cuaderno eso no pasaba. Uno escribía con más lentitud y eso tenía cierto interés literario. Incluso, recuerdo que cuando pasaba a máquina lo escrito recortaba las hojas y las pegaba, era como si me editara los libros que luego regalaba a la familia y a los amigos; sí, uno siente nostalgia de cosas como esas. Es inevitable que una persona de cierta edad sienta una alguna incomodidad frente al mundo moderno, yo, técnicamente hablando, frente a un ordenador, soy un inútil, sin embargo, mis sobrinos nietos con doce año me arreglan el ordenador en un cuarto de hora».
A este lado del Atlántico
Desde este lado del Atlántico donde trabaja y vive , Jorge Edwards ve Latinoamérica como «algo muy diverso, no es un todo homogéneo como suelen sentir los europeos. Creo que hay crecimiento y dinamismo, a pesar de los problemas, América Latina se ha modernizado, y hasta cierto punto hay una democracia estable en varios países, incluso la crisis es menor que las grandes dificultades que está atravesando Europa».
Vivir en París también supone una buena atalaya para ver y sentir de cerca la crisis de este Viejo Continente: «Siempre –reflexiona Edwards–, uno tiende a pensar que hay algo más que un problema económico, algo de fondo ideológico y moral, pero es una cuestión muy complicada. En España, digamos que hubo mucha ingenuidad con la economía, la famosa burbuja, un optimismo exagerado, un gasto público disparatado. Aquí, en España se ven cosas faraónicas por todas partes, por ejemplo una casa cultural levantada en medio de un cerro sin saber cómo se llega a lo alto de ese cerro, hay bloques de apartamentos gigantescos al lado de la playa que están sin habitar, dos mil o más casa y solo tres con luz... eso es algo visualmente muy fuerte».
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