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ABC Cultural

Ildefonso Falcones: «La independencia sería una catástrofe para los catalanes»

En plena resaca del lanzamiento de su tercera novela, «La reina descalza», el barcelonés no se muerde la lengua para hablar de escritura, best-sellers y política

Ildefonso Falcones: «La independencia sería una catástrofe para los catalanes» inés baucells

david morán

Saltó al vacío de la literatura sin saber muy bien dónde se metía y, tres libros, siete millones de ejemplares vendidos y medio centenar de traducciones después, Ildefonso Falcones (Barcelona, 1959) sigue a lo suyo, abstrayéndose de esa imagen de atípico best-seller que debutó bordeando los cincuenta y despachó la promoción de «La catedral del mar» en su bufete de abogados y asumiendo con naturalidad su condición de escritor de éxito y abogado. De vacaciones en Sitges (Barcelona), donde veranea desde hace casi cincuenta años, el escritor hace una pausa entre pleitos y libros y toma impulso para el segundo tramo de promoción de «La reina descalza» (Grijalbo) , que le llevará a recorrer Europa y América después de verano.

-Para escribir «La mano de Fátima» se acabó documentando con 200 libros. Supongo que la maleta de lecturas veraniegas será más liviana.

-Liviana y superficial. Son novelas. Thrillers, novela histórica. Entretenimiento puro y duro.

-Entretenimiento puro y duro es, de hecho, lo que reivindica con su escritura. ¿Cree que la literatura se toma a sí misma demasiado en serio?

-Hay personas a quienes les interesa tomársela muy en serio, porque así impiden el acceso a otras personas que pueden estar ahí. Es bastante endogámico todo.

-Este ha sido un año especialmente intenso, con el lanzamiento de «La reina descalza», la promoción y las noticias de la cada vez más inminente adaptación televisiva de «La catedral del mar». ¿No existe la crisis para el best-seller?

-Sí que la hay, y mucha. Lo que antes se vendía solo ahora hay que venderlo y la alegría que tenía la gente antes comprando libros ya no la tiene. Lo que pasa es que el best-seller sigue vendiendo más que otros, pero se vende menos. En las ferias ves gente que se acerca, mira el libro, habla contigo, se separa, cuenta el dinero y al final se va sin comprarlo.

-En este país, vender mucho es un reclamo inevitable para cierto tipo de críticas. ¿Cómo anda de cintura?

-Si las críticas son honestas y de personas objetivas, me parece fantástico. Lo que pasa es que llega un momento en que te llegan de personas que están en el mercado como tú. Te critica el que está en la misma alacena compitiendo contigo. Llevo 33 años ejerciendo el derecho y esto de la bondad natural de la gente lo tengo un poco en reserva, así que si hay un crítico, perfecto. Pero cuando ves que los críticos están compitiendo contigo y a la vez criticando tu novela, es fastidiado. De todas maneras, de «La reina descalza» no he leído ni una crítica mala.

-¿Las lee todas?

-No, no. Las que me van llegando. Tengo alertas de Google.

-Con «La Catedral del Mar» se llegó incluso a decir que no la había escrito usted solo...

-Sí, y que tenía once negros. Once, ni más ni menos. Y hay gente que se lo creyó. Pero yo sé lo que me costó escribirla: estuve seis años levantándome a las seis de la mañana para escribir una hora y media diaria.

-¿No se planteó entonces que quién le mandaba meterse en semejante berenjenal?

- Al final, si ves que vas vendiendo un millón, dos millones y que hay gente que dice que la ha escrito otro, te lo tomas a broma. Piensas: «A ver si encuentro a otros que me escriban muchas más». Si se trata de eso, estaría encantado de tener muchos negros que escribiesen best-sellers que vendiesen lo mismo que «La catedral del mar». Pero en el fondo es molesto que alguien ponga en duda tu integridad.

«Yo juego en otra división. Están los buenos por encima y a mí que me dejen tranquilo»-¿Por qué tiene tan mala fama el best-seller entre ciertos sectores?

-A nivel popular no tiene ninguna mala fama. Ahí están las ventas. Donde la tiene es en un cierto núcleo de señores que se dicen intelectuales, y que probablemente lo sean, y ahí es donde se critica el best-seller. A esas personas no les interesa ni quieren que haya nuevos escritores. Pero yo juego en otra división. Están los buenos por encima y a mí que me dejen tranquilo. No quiero que me comparen con los libros de calidad. No escribo eso.

-¿La novela histórica engancha porque permite escapar de un presente poco dado a alegrías?

-Me da la impresión de que el día a día es un bombardeo constante: las noticias, los juegos, las plays, los ipads... Quizá llega un momento en que para la gente es interesante volver a la Edad Media, cuando no existía nada de esto. Además, conocer las costumbres ajenas a nosotros es muy atractivo.

-¿Poco amigo de la actualidad?

-No, no. Leo dos o tres periódicos al día y las noticias no me las pierdo, pero otra cosa es que uno encuentre un refugio en la lectura. Yo leo de todo, pero cuando la novela histórica es buena, es maravillosa. Como lector, voy picoteando. Entro en una librería, voy mirando y si me atrae un libro lo compro. Sí que hay autores que si sacan algo lo compraré, como Isabel Allende o Ken Follet, pero igual que cualquier persona.

-¿Hay algún autor al que le deba el haberse convertido en escritor?

-Creo que no. De pequeño era un lector voraz, y había noches que cenaba en la cama para poder leer. Como mi madre era igual, me lo permitía. Sí que recuerdo, aunque no sé si me ha influido, el salto de la novela juvenil a la novela de adultos, y siempre pienso en Harold Robbins, con libros que incluso estaban semiprohibidos.

-¿Cómo lleva la familia eso de que haya pasado de ser padre y abogado a ser padre, abogado y escritor de éxito?

-Mi mujer con paciencia, ya que si me voy de viaje le supone más trabajo. Y los chavales... Hay que intentar que lo vean desde la distancia. Recuerdo que uno de ellos me vino un día y me dijo: «Somos famosos». Y yo le dije: «Famoso en todo caso seré yo, tú no». Hay que poner barreras a esa vida mediática que lleva la juventud.

-¿Han leído sus novelas?

-No, ni las mías ni las de nadie. Eso es un fracaso. No he conseguido atraparlos en la literatura. Quizá cuando tengan más edad... Ahora hay muchas distracciones y lo que yo llamo la satisfacción inmediata. Un libro requiere horas de concentración. En cambio, llegar a casa, coger un mando que vibra y ver cómo la sangre salpica todo el salón... Eso es satisfacción inmediata. Y para un chaval es tremendo.

-En alguna ocasión se ha dicho que en Cataluña no se le considera ni escritor ni catalán...

-Es que es la realidad de los organismos oficiales catalanes. Fíjese: hace poco llevaron a París a los autores que han escrito sobre Barcelona y no me invitaron. Y si alguna obra ha llevado a Barcelona a altas cotas de conocimiento internacional, además de la de Ruiz Zafón y alguna más, es «La catedral del mar». Y es una tras otra: los escritores van a Fráncfort y no te llevan, no apareces en la web de los escritores de la Generalitat… Sí, ahora le han dado en Nacional a Mendoza, así que quizá están intentando bajar un poco velas. Pero eso no es más que el resultado del dirigismo cultural. Es lo de siempre. Se subvenciona lo que es catalán, lo que está escrito en catalán, lo que está escrito por autores catalanes... Todo eso nos va encerrando cada vez más.

«Los políticos tranquilos, que seguirán cobrando. Pero los catalanes...»-¿Cómo está viviendo entonces el proceso soberanista?

-Es el mayor error que estamos cometiendo. Creo que a nivel identitario, cultural y lingüístico somos totalmente independientes. Fíjate si somos independientes que no se cumplen las sentencias del Supremo y estamos todos encantados. Y ahora, hablando claro, lo que se quiere es la pasta. El poder económico. Y mire, en los últimos ocho años del tripartito el déficit público se multiplicó por cuatro, y las cuentas de Cataluña no están cuadrando, así que considero que sería la mayor catástrofe para los catalanes. Los políticos tranquilos, que seguirán cobrando. Pero los catalanes… Los catalanes viviremos un desastre económico. Me parece que Pujol ya dijo que tardaríamos unos cuantos años en volver. Pero yo no quiero hipotecar mi futuro. Ni el mío ni el de mis hijos. No hay un solo economista de prestigio que vea esto viable.

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