LIBROS
Hemon: «Me sequé las lágrimas con una hoja y me puse a escribir»
Sarajevo y Chicago. La ciudad de nacimiento y la ciudad de adopción. Sobre ambas gira «El libro de mis vidas», de Aleksandar Hemon. El aclamado autor de «El proyecto Lázaro» nos sumerge en el horror de la guerra y en el dolor de la pérdida
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Aleksandar Hemon nació en Sarajevo en 1964. Para perfeccionar su inglés viajó a Chicago en 1992 y ya no pudo regresar: la guerra de Bosnia se lo impidió. Lo que iba a ser una estancia temporal se convirtió en permanente. Allí, en Estados Unidos, ha ido consolidándose libro a libro. Algunos tan aclamados como «El proyecto Lázaro», finalista en 2008 del National Book Award y del National Book Critics Circle Award. Ahora publica en España «El libro de mis vidas» .
¿Ha tenido más de una vida?
Para la gente desplazada, voluntariamente o no, hay al menos dos vidas que se tienen que vincular o convertir en una sucesión, en una sola vida. Es considerablemente más difícil conseguirlo si esa separación es resultado de algo traumático, de la violencia de una guerra. Se agudiza entonces la sensación de un antes y un después y hay que buscar el vínculo entre lo que estás viviendo en la actualidad y lo que vivías antes. Establecerlo dio origen a este libro.
Su vida en Sarajevo está llena de divertidas anécdotas de una juventud contracultural.
«No escribir sobre la muerte de mi hija habría supuesto renunciar a la literatura»Mi generación llegó a la mayoría de edad justo entre el final del régimen rancio y restrictivo comunista y el inicio del nacionalismo idiota, entre los Juegos Olímpicos de Sarajevo y el comienzo de la guerra. Así que nuestra estética contracultural tuvo implicaciones políticas: estábamos convencidos –quizás delirábamos– de que podríamos cambiar las cosas. Quisimos irritar al poder, había una batalla que librar y éramos jóvenes. Los conciertos de «rock» no estaban solo para pasarlo bien, sino para socavar las estructuras de los discursos políticos. La estación de radio que coordinaba las protestas juveniles pinchaba constantemente canciones de The Clash y Public Enemy, por lo que la cultura codificaba nuestras convicciones políticas. No queríamos ser occidentales, queríamos ser rebeldes. Tocamos la música opuesta al «establishment», no las canciones de Barry Manilow.
Pero la guerra llegó. ¿Era algo inevitable?
La guerra no era inevitable, pero hubo un problema de imaginación. En Sarajevo los únicos que podían imaginar la guerra eran los que iban a librarla, los que estaban organizándola, haciendo planes, desplegando tropas. Los otros se quedaron tomando café en las terrazas, a pesar de las noticias y el sonido de los disparos en el extrarradio. Por no poder imaginarlo, creían que no era real.
Hasta ahora, siempre ha empleado la ficción. En este primer libro no narrativo emplea otra forma. ¿Por qué el cambio de género?
«Soy un humanista y detesto la idea de lo espiritual»Siempre he sentido la urgencia de contar determinadas historias y, como soy un vago, espero que muchas de ellas, reales, se conviertan poco a poco en ficción. Las cuento y recuento a otras personas, como relatos divertidos o tristes, hasta que maduran. Pero algunas han resistido esa transformación, y otras, como «El acuario», habría sido deshonesto o irrespetuoso convertirlas en ficción. La ficción me permite ser otra persona, o tratar de existir en la mente y el cuerpo de otras personas, y de ese modo ampliar las posibilidades de mi propia personalidad.
«El acuario», que trata de la muerte de su hija Isabel, conmocionó a Estados Unidos cuando se publicó en la revista «The New Yorker». Hace añicos el tópico de que la aflicción es indescriptible, de que «no hay palabras». Pero no usa un lenguaje emotivo ni espiritual.
Soy un humanista y detesto la idea de lo espiritual, de que el dolor de algún modo redime, particularmente en el contexto del llanto. Aquella fue una experiencia real, fantásticamente real, y no había espacio de consuelo alguno fuera de esa experiencia. No escribir sobre aquello habría supuesto renunciar a la literatura, al anhelo de una vida proyectada literariamente, eludir lo difícil, no solo en mi vida sino en las vidas ajenas. Escribir me permite reflexionar acerca de lo difícil por medio del lenguaje, es el único espacio donde puedo pensar nítidamente y enfrentarme a las cosas. No podía rehuir el pensar en la muerte de mi hija simplemente porque me era tan dolorosa. Hubo quien dejó de hablarnos durante los seis meses que estuvo enferma, gente que después nos dijo: «No sabíamos qué decir». No me ofendí, lo pude entender; pero si yo no hubiera sabido qué decir sobre la muerte de mi hija no solo sería un mal escritor, sino ¿qué clase de padre sería?
Por medio del lenguaje organizó la experiencia del horror; no lo describe, sino que lo nombra.
«La guerra no era inevitable, pero hubo un problema de imaginación»Es verdad. Me sequé las lágrimas con una hoja y me puse a escribir. Y para una experiencia así tienes que inventar, en el fondo, un vocabulario, porque no es una experiencia común a todos, no hay un lenguaje canónico. Hay que ponerlo a prueba, forzarlo, buscar sus límites. Y no solo el lenguaje, sino también la parte formal. Hay que emplear las técnicas y los métodos de la narrativa. Por eso los libros más difíciles suelen ser formalmente complejos; es lo que tanto me atrae de Bolaño.
¿Cómo concilia la idea de tradición siendo un escritor binacional y bilingüe?
La palabra «tradición» implica algo nacional y me disgusta. Me inscribo más en un contexto de tradición intelectual, histórica o política. Siempre me han atraído los movimientos revolucionarios, los dadaístas, Jlébnikov o Maiakovski, los europeos del este. Pero también algunos teóricos de la Europa de principios del siglo XX, los enfoques sociológicos franceses o los estructuralistas rusos. Y no considero que Philip Roth o Norman Mailer sean los grandes padres de la tradición a la que ahora pertenezco. No representan mucho para mí, francamente, y con el debido respeto. Me gusta Alice Munro. Hay en sus libros una catedral muy bien construida y no la distingues hasta que no has paseado un poco por ella pensando que te habías perdido.
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