LIBROS
James Lord: memoria de cinco mujeres
James Lord se movió como pez en el agua entre las celebridades de su época. Su brillantez como memorialista queda patente en estos retratos de «Cinco mujeres excepcionales»
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¿Cómo se configura una personalidad? ¿Por qué somos como somos? La pregunta ha merecido a lo largo de la Historia muchas respuestas, la mayoría de ellas complementarias entre sí, pues el modo en que el ser humano se hace a sí mismo mantiene un fondo permanente de oscuridad e incertidumbre, de manera que importa más la suma de explicaciones que puedan aportarse a su conocimiento que cualquier posible resta. Intuimos, especulamos, analizamos, pero el misterio sigue en pie. Y cada vida se erige como un espléndido desafío porque contiene abismos y plenitudes de una forma imposible de generalizar. Para muchos constituye un taller de observación permanente del que sólo cabe aprender.
Tal vez sea el caso del escritor estadounidense James Lord (1922-2009), hijo de un corredor de Bolsa –«el escalón más bajo de la clase alta»–, una figura menor de la literatura de creación, pero brillante retratista de un mundo artístico y bohemio que conoció en profundidad y del que nos ha dejado testimonios impagables. Mitómano ferviente, Lord se acercaba a las celebridades de su tiempo (Picasso, Giacometti, Balthus) sabiendo que un día escribiría sobre ellas y, por tanto, escrutándolas hasta el final, apreciando los matices de sus prodigiosas existencias. Y digo prodigiosas porque hablamos de seres que estuvieron en condiciones de atrapar un fragmento de luz en sus obras.
Mérito y destino
La misma editorial que publicó hace unos meses la incisiva semblanza biográfica de Balthus, publica ahora «Cinco mujeres excepcionales» (seis en el original, pero en la versión castellana se ha omitido, diría que sensatamente, el retrato que Lord incluyó de su madre). El libro aborda nombres conocidos (Gertrude Stein, Alice B. Toklas, Marie-Laure de Noailles) y otros desconocidos (Errieta Perdikidi) o bien olvidados (la actriz francesa Arletty).
De los cinco retratos, cuatro se ubican en París, mientras que el de Perdikidi ofrece la reconstrucción de la vida de una mujer griega que renunció a las comodidades en busca del ideal, cifrado, como diría Delibes, en un paisaje y un hombre (bastante más joven que ella). Es el relato más intenso y poético del conjunto, aunque, en todo caso, sorprende la homogeneidad de las semblanzas.
Sorprende la tremenda soledad en la que acaban sus días estas mujeres
¿Qué tienen en común estas cinco mujeres? O dicho de otra manera, ¿qué las hace excepcionales a ojos de James Lord? El elemento común más evidente es un cierto halo trágico en el destino de todas ellas, pues hay en sus vidas una notable dosis de infelicidad que contrasta con la grandeza de sus personalidades.
¿Hay alguna proporción entre mérito y destino? Es una pregunta que permanece, difuminada, a lo largo del libro. Y no cabe duda de la melancolía de la respuesta, a juzgar por las vidas examinadas. Alice B. Toklas sobrevivió a Gertrude Stein veinte años y mantuvo la mayor fidelidad a su memoria, a pesar de haber sido ignorada por ella en su testamento. El valioso patrimonio artístico atesorado por Stein, sobre todo a raíz de su relación con Picasso, fue a parar a unos sobrinos lejanos, implacables con la larga vejez de la que fue su fiel compañera y amante.
Una larga decadencia
Marie-Laure Bisschofsheim, casada con el educadísimo vizconde de Noailles, protegió a artistas como Jean Cocteau, Man Ray, Max Ernst, Giacometti o Salvador Dalí (ella financió asimismo la filmación de «La edad de oro») y asumió la excentricidad de sus actitudes respecto a la exclusiva clase social a la que pertenecía. Pero fue víctima de homosexuales que la cortejaban por puro interés, alejándola del verdadero afecto. Por su parte, la actriz Arletty no conseguiría recuperar su carrera profesional después de su relación con un oficial alemán en plena Resistencia francesa, alimentándose casi del aire por espacio de más de cuarenta años.
Los de Lord son testimonios impagables de un mundo bohemio
Sorprende la tremenda soledad en la que estas cuatro mujeres acaban sus días (hay que exceptuar a Gertrude Stein, a quien Alice B. Toklas protegió de cualquier posible intemperie). Una vez alcanzada su inquebrantable voluntad de hacer lo que desearon más allá de lo que imponía la sensatez, debieron asumir una larga decadencia física y económica, vivida con contenida amargura, muy lejos del rutilante destino que cabía imaginar para ellas. Todas aceptaron esa parte de su suerte con la entereza de quien sabe que no hay vuelta atrás y que todos somos responsables de nuestras elecciones.
James Lord es un memorialista nato que salpica sus magníficos relatos con referencias personales, anclando en sí mismo la compasiva mirada al Otro –«el negocio del memorialista es hacer [...] lo que desea, pero que nadie hará por él»–. Cierto. Pero importa la calidad del corte. Y Lord nos dice que la plenitud de una vida no se mide por los acontecimientos vividos, sino por la profundidad de los compromisos adquiridos. Y es por ello por lo que quiso preservar a estas cuatro mujeres (su interés por Stein es colateral) del olvido.
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