Sebastião Salgado: «Magnum es una gran agencia pero se quedó anticuada»
CaixaForum Madrid exhibe 245 instantáneas de su serie «Génesis», en la que el fotógrafo brasileño retrató los confines del planeta durante ocho años

A punto de cumplir los setenta, Sebastião Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944) se embarcó en 2004 en el proyecto más ambicioso de su carrera fotográfica . Bajo el título «Génesis» se planteó escribir «una carta de amor a la Tierra» , capturando con su cámara la salvaje y majestuosa belleza de la naturaleza , pero también su fragilidad. 32 agotadores viajes (a pie, en avioneta, canoa, globo...) que le llevaron hasta los lugares más recónditos del planeta : de la Antártida al Congo y Ruanda, de Alaska a Siberia, de Galápagos al Amazonas, retratando con su cámara montañas, desiertos, océanos, glaciares, volcanes, animales, pueblos indígenas... La Tierra, en todo su esplendor y en blanco y negro .
Concluyó esa carta de amor en 2012. «La Tierra nos ha dado una extraordinaria lección de humanidad. Al descubrir mi planeta me he descubierto a mí mismo », confiesa. Desde entonces, las imágenes de Salgado – premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998 , estuvo en la agencia Magnum desde 1979 hasta 1994, cuando fundó su propia agencia, Amazonas Images – están itinerando por todo el mundo: Londres, París, Sao Paulo, Lausana... «Génesis» recala, hasta el 4 de mayo , por primera vez en España, concretamente en CaixaForum Madrid . Taschen ha editado el catálogo del proyecto y La Fábrica publica sus memorias: «De mi tierra a la Tierra» .
– Con «Éxodos» (2000) dice que vio tanto sufrimiento, odio, violencia... que acabó tocado. Creyó entonces que no se podía salvar la humanidad. ¿Con «Génesis» ha recuperado la confianza en el ser humano?
–Haciendo «Éxodos» vi cosas terribles, principalmente en Ruanda: descubrí tanta violencia generada por el hombre... Salí muy afectado. Por un momento pensé abandonar la fotografía, quería hacer otra cosa: no quería volver a África, después de ver aquellas cosas horribles. Fue muy duro para mí. Pero entonces mi esposa (Lélia Wanick, comisaria de la muestra) y yo comenzamos un proyecto. A finales de los 90 mis padres nos pasaron la tierra que tenían en Brasil. Estaba completamente destruida, muerta. Lélia tuvo una idea fabulosa: replantar la flora que había antes allí. Comenzamos un proyecto medioambiental. No creí que en esa tierra volviera a nacer nada. Pero la vida volvió. Descubrí que somos naturaleza.
– ¿Cuánto hay en «Génesis» de denuncia o de reivindicación ecológica? ¿O se trata simplemente de advertir lo que podemos perder si destruimos la naturaleza?
–No es una denuncia ni una advertencia. Tenía una curiosidad inmensa por ir a ver, a mirar... Quería fotografiar la naturaleza. Descubrí que casi la mitad del planeta (el 46%) se mantiene igual que el día del Génesis. No era una historia de militancia en el sentido de convencer a la gente de que cambie de opinión. Pero en cierto sentido es una pequeña contribución a la formación sobre la naturaleza, sobre nuestro planeta, sobre nosotros mismos. Sí creo que debemos hacer un camino de retorno a la naturaleza. Si no será muy complicado sobrevivir.
– Acabó muy cansado físicamente después de ocho años recorriendo todo el mundo, pero muy regenerado interiormente. ¿Ha sido «Génesis» más un viaje interior que físico?
–Sí, el gran viaje en estos ocho años ha sido interior. En Alaska subí a montañas de 1.500 metros de altitud. Me quedaba allí arriba horas y horas: aprendí a mirar el viento, los minerales, los vegetales... Las fotos iban apareciendo. Eran momentos de enriquecimiento. Creo que este viaje interior ha sido mucho mayor que el físico. En Etiopía hice 850 kilómetros a pie. Organizamos una expedición, pasamos por caminos de hace 5.000 o 6.000 años. Había allí una gran acumulación de poder. Descubrí que toda la tierra fértil de las orillas del Nilo salió de allí. Hice un viaje a una comunidad cristiana, donde estuvieron los primeros judíos de Egipto. Fue como viajar al Antiguo Testamento. Aquel fue mucho más que un viaje de 850 kilómetros, fue un viaje de 6.000 años a mi interior.
– ¿Cómo se fotografía la naturaleza en blanco y negro cuando no lo es?
–Nada es blanco y negro. Pero es una forma de salir de la realidad a través de la abstracción. Lo fabuloso del blanco y negro, su poder, es que todos tenemos una tendencia a reponer los colores. En las infinitas gamas de grises hay una representación de todos los colores.
– ¿Es una manera de dejar inacabada su obra para que la complete el espectador?
–En cierta forma sí. La mitad de estas fotos son mías y la otra mitad de la gente que las mira e inconscientemente las colorea.
– Usted no entiende la fotografía como una militancia ni una profesión, sino como una forma de vida...
–Mucha gente decía que yo era un fotógrafo de izquierdas, militante, social, fotoperiodista... No soy nada de eso. La fotografía ha sido mi vida, mi forma de vivir. Hay para mí una coherencia total en mi amor, en mi odio, en mi curiosidad, en mi universo intelectual, en mi fotografía. Yo venía de una militancia de izquierdas, con toda mi ideología libertaria, de lucha contra la opresión, con mi formación de economista, y cuando me adentré en la fotografía tenía todos estos elementos dentro de mí.
– Piensa que cada fotografía es una elección. «Hay que querer estar ahí, asumir que se está ahí», dice. Defiende que la fotografía es subjetiva.
–La fotografía es para mí la materialización de las ideas de cada uno.
– En sus memorias habla de su paso por Magnum. ¿Cómo recuerda su paso por la mítica agencia? ¿Por qué se fue? ¿Demasiadas luchas de egos, quizás? Al parecer, no aceptaron su propuesta de distribuir Magnum en sectores para responder mejor a las necesidades de cada fotógrafo...
–Tenía tres razones para irme. Esa fue la principal. Magnum era un grupo fabuloso, formado por excelentes fotógrafos de varias generaciones. Ha sido muy fuerte, pero Magnum se quedó anticuada. Es una gran agencia centralizada, con una capacidad muy pequeña de gestión, distribución, de dinámica de producción sobre todo. La idea que yo tuve era formar grupos de fotógrafos: por ejemplo, los que trabajaban en reportajes, como James Natchwey, Chris Steele-Perkins, Abbas, Gilles Peress, yo mismo... Podíamos reescribir sin ninguna duda el fotoperiodismo. Pero no se llevó a cabo, tuvieron miedo, se volvieron atrás... Yo me fui y creé «Amazones Images»; Natchwey, también, y creó «Seven». Otra razón por la que me fui no se la puedo contar. Es muy personal, fue un problema con una persona de la agencia. La tercera es que Magnum, cuando fue creada en 1948 por Cartier Bresson, Robert Capa, David Seymour, George Rodger... cada uno contribuyó con 1.500 dólares. Cuando yo entré en 1994 continuaba siendo lo mismo: había que pagar 1.500 dólares. Propuse que se pasara a 15.000 dólares, dejaríamos ese dinero como un fondo de la agencia: se podría modernizar, crear una infraestructura... Unos decían que yo ganaba mucho dinero y me lo podía permitir, pero ellos no. Empresas como Magnum son dinámicas, pero en cuanto se transforman en grandes burocracias se quedan atrás. Magnum ha sido para mí fabuloso, es un gran grupo, tiene excelentes fotógrafos. Ha escrito una gran parte de la historia de la fotografía de reportaje, pero no es dinámica. Magnum me atacó mucho, me fui más o menos como un bandido que abandona la mafia. Pero bueno... he resistido. Tengo una gran admiración por Magnum. Yo creo que merece el Premio Príncipe de Asturias. Un día tendrán que darle ese premio por ser una referencia histórica de la fotografía.
– En sus memorias se abre en canal y habla de temas muy personales, como la enfermedad de su hijo Rodrigo, que sufre síndrome de Down, y que le cambió la vida por completo.
–Rodrigo es... Fue un gran sufrimiento cuando llegó, porque nadie está preparado para tener un hijo con síndrome de Down. Fue muy duro aceptarlo. Pero después ha traído un complemento tan fuerte a nuestra vida, un placer tan grande... Me cambió la manera de ver la vida, de hacer fotografías. Descubrí que esa deficiencia no es en realidad una deficiencia. Mi hijo Rodrigo no sabe leer ni escribir, pero sabe leer las notas musicales, es capaz de tocar el piano, pinta cuadros... Descubrí que hay otra normalidad que llaman anormalidad.
– ¿Algún proyecto de la envergadura de «Génesis» a la vista o va a tomarse un descanso?
–Para mí ya es complicado hacer proyectos a largo plazo: voy a cumplir 70 años en febrero. Pero no voy a parar de fotografiar. Estoy trabajando en un proyecto con indígenas del Amazonas. Un país como Brasil, con un desarrollo económico muy fuerte, debe tener un gran respeto por su historia. Y la gran historia brasileña no es la historia de los europeos, de los africanos que emigraron allí... Es la historia de quienes están allí desde hace decenas de millares de años. Hay un gran respeto por los indígeneas en Brasil, gracias sobre todo a una institución, FUNAI (Fundación Nacional del Indio), que ha permitido que Brasil sea el único país del mundo que tiene un 12,5% de territorio indígena. Ves cómo ha sido el comportamiento de los canadienses, de los americanos, de los australianos con sus indígenas: una destrucción total. En Brasil no ha ocurrido esto. Se protege mucho las culturas indígenas.
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