Visita al campo de Dachau
Así lo vivió el cronista español Carlos Sentís

En el vasto mundo anglosajón hay cosa que impresiona más que el final de la guerra en sí: el de los campos de concentración alemanes. Yo sólo he visitado uno. El de Dachau, en las afueras de Munich [...]. Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa escribirlo [...].
Los paseantes o que tienen libertad de movimientos dentro del campo van casi todos con traje rayado de presidiarios, pelados, con idénticos ojos inmensos en el fondo de su órbita, pero su nacionalidad se distingue fácilmente porque llevan toda clase de banderas [...]. En sus barracas hay también banderas y distintivos. [...]
Uno de estos pabellones es exclusivameníe de judíos. Aquí el olor a miseria humana es inaguantable. Hay muchos muchachos. Algunos están tomando el sol por las calles, esqueléticos y con la barriga hinchada como una pelota. Otros, agrupados sobre camastros de tres pisos, juegan a los naipes. En lo alto de la litera, un chico con cara de pillete me sonríe y, muy divertido, me señala algo que se halla en el suelo, entre dos literas. Voy allí para mirarlo. Es un cadáver reciente. El niño pillete se ríe a carcajadas al ver mi impresión [...].
Ahora nos llevan al crematorio, donde, por falta de combustible, en las trágicas últimas horas de Dachau y por ignorar los guardianes que estaban tan cerca las tropas de Patch, no pudieron quemar dos mil cadáveres entresacados de la cámara de gas (ejecuciones) o extraídos de los trenes en el colapso que en los últimos días dejó en la vecina estación, encerrados en vagones, muriéndose como moscas, mientras cundía el caos por todas partes [...].
De una especie de garaje o hangar —crematorio— van sacando cadáveres totalmente desnudos para echarlos en treinta y dos carros bávaros, conducidos y cargados por alemanes, a los que se obliga a pasearlos después, plenamente descubiertos, por algunos barrios antes de enterrarlos [...]. Una especie de vendimia macabra.
ABC, 15 de mayo de 1945
Alegría por la liberación: 11 - mayo- 1945
Prisioneros de un campo alemán de concentración, vestidos en su mayoría con prendas militares, propias o arrebatadas a sus carceleros en retirada, llevan en hombros a un soldado americano de las fuerzas de liberación. En algún caso, como en Buchenwald, los propios prisioneros tomaron el control del campo antes de la llegada de los aliados para evitar las últimas atrocidades de los guardias de las SS en su precipitada huida
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete